El 22 de octubre de 1975 el Comandante en Jefe del Ejército argentino, Jorge Rafael Videla, participa en Uruguay de la XI Conferencia de Ejércitos Americanos. Numerosos corresponsales de prensa cubren el evento. Al Comandante le preguntan por la situación en la Argentina. Videla responde y dice: “Si es preciso, en la Argentina deberán morir todas las personas necesarias, para lograr la seguridad del país”. Dos días después el diario La Opinión reproduce aquí sus dichos.
El poco empacho con que el jefe del Ejército se explaya señala que el golpe de Estado que terminará con el gobierno constitucional de Isabel Perón e impondrá la dictadura más siniestra y sanguinaria que conoce la Argentina ya es casi un hecho. La situación en el país está al rojo vivo: las Fuerzas Armadas, la oposición política, parte del sindicalismo arrecian contra la Presidenta, presionan y se manifiestan en declaraciones públicas. Montoneros y ERP continúan sus operativos, con secuestros, muertes, explosivos. Las patronales contribuyen con el desabastecimiento. Todos los días aparecen personas asesinadas: son militantes políticos, obreros, estudiantes. Muchas veces se trata de crímenes colectivos, y los cuerpos son dejados en la calle, a la vista de todos. Presentan mutilaciones, están quemados, fueron dinamitados…
Ese es el marco en el que se marcha a un “desenlace inevitable”, como denuncian los comunistas revolucionarios. Y el marco en que la clase obrera debe luchar por su salario devaluado y condiciones de trabajo, y hacerlo sin sumarse a los preparativos golpistas.
El mismo 22 de octubre en que Videla anuncia el futuro en sus declaraciones, los obreros de las seis plantas automotrices más grandes de Córdoba –Renault, Transax, Grandes Motores Diesel (Fiat), Matricería Perdriel, Thompson Ramco, Ilasa– abandonan tareas y marchan al sindicato. El SMATA cordobés está intervenido desde Buenos Aires, que envió una “Normalizadora”. René Salamanca y otros miembros de la Comisión Ejecutiva tienen captura recomendada; Roque Romero, otro de sus dirigentes, lleva un año detenido.
Ya en la sede sindical, imponen una comisión interfábricas para elevar un pliego de reivindicaciones. Como lo vienen haciendo desde la intervención, exigen la devolución de su sindicato, el levantamiento de las capturas, la libertad de los presos, aumento salarial y condiciones de trabajo, y repudian el decreto del gobierno que suspende los ajustes cuatrimestrales de salario.
El 27 de octubre, seis días después, Luis Márquez, delegado de Transax, es sacado de la casa de sus padres, donde vive, en plena madrugada, por un grupo encapuchado.
Sindicalismo y política
Luis Márquez era también el secretario de la Juventud Comunista Revolucionaria de Córdoba y miembro del Comité Central del PCR. Como delegado, había llevado adelante la línea de los comunistas revolucionarios, de unir la exigencia de reivindicaciones obreras a la denuncia y la lucha contra el golpe que se perfilaba. Desde noviembre de 1974 habían lanzado la consigna de “Unirse contra el golpe”.
La habían profundizado luego denunciando a dos superpotencias en los preparativos: los EE.UU. y la Unión Soviética. Desde el maoísmo, habían podido desenmascarar a esta última, que aparecía por entonces como comunista y “amiga de los pueblos”. Fuerzas de izquierda de entonces no se lo perdonaban. La historia reafirmó el análisis del comunismo revolucionario de la Argentina, pero el golpe ya estaba dado. Un golpe que no vaciló en llevar adelante los crímenes más brutales que se hayan conocido, y de a miles.
Luis Márquez significaba la presencia de esa denuncia en la fábrica y entre los mecánicos. Denuncia que ya había hecho llegar René Salamanca en una carta en diciembre de 1974:
“En el país se ha ido creando una situación golpista, como en 1955. Esto obliga a definirse con claridad a todo el mundo. Y yo ya estoy definido: Yo estoy contra todo Golpe de Estado venga de donde venga”. Esta denuncia había cosechado la adhesión de la mayoría de los mecánicos cordobeses, tal como sucedió en julio de 1975 con la asamblea de más de 15.000 de ellos que, mientras reclamaba la restitución del sindicato y la homologación de los convenios paritarios, se pronunció “contra todo golpe”.
Conocido el secuestro de Márquez, los días 28, 29 y 30 de octubre Transax es ocupada por los trabajadores, que reclaman su aparición y reciben la solidaridad de las demás plantas.
Desde la Juventud Comunista Revolucionaria, en una carta que se presenta ante el Ministerio de Gobierno de Córdoba, señalan:
“Quieren silenciar en Luis a un joven patriota que en innumerables asambleas de fábrica, así como en las cartas públicas en nuestro periódico defendió los intereses de los mecánicos, denunció las conjuras golpistas prorrusa y proyanqui, y llamó a defender al gobierno de la señora Isabel Perón, en el camino de conquistar la definitiva liberación de nuestro pueblo y nuestra Patria.
(…) Las amenazas recibidas, a las que Luis hace referencia en sus cartas, no dejan duda sobre los responsables e instigadores. Se trata de ese puñado de agentes y testaferros del imperialismo ruso que hoy pretende coronar sus pretensiones con una nueva dependencia, mediante el golpe de Estado gorila, fascista, lanussista; y se trata de ese puñado de agentes y testaferros de los monopolios yanquis que aprovechan la aventura prorrusa para montar su propia conjura gorila, fascista, pinochetista, que restaure su dominación. Los golpistas prorrusos y proyanquis instigan a las bandas mercenarias que impulsan el terror (…)”.
Luis Márquez nunca apareció. Pocos meses después de su secuestro se ejecutaba el golpe. Pero de la noche oscura del terrorismo dictatorial también supo salir el pueblo argentino. Y lo hizo sin la participación de tantos que hoy se arrogan ser guardianes de los derechos humanos, mientras entonces se dedicaban a sus chanchullos, como los propios Kirchner. La semilla que sembró la generación a la que Luis Márquez pertenecía no pudo ser aniquilada y sigue latiendo en cada lucha por una reivindicación o por justicia. Y lo seguirá haciendo hasta una patria liberada, en una sociedad sin explotadores ni explotados.
Luis Márquez: ¡Hasta la victoria siempre!