La crisis económica venezolana es profunda. La parálisis de buena parte de sus producciones se manifiesta en una inflación desbocada y ya ha generado desocupación y emigración. Esto genera condiciones favorables para las maniobras de la oposición oligárquica alentada por EEUU. Y para la injerencia también de otras grandes potencias imperialistas como Rusia y China.
Las reformas de Hugo Chávez a partir de su triunfo electoral en 1998 se apoyaron en el boom de los precios petroleros de esos años para desarrollar una política “incluyente”. Las numerosas “misiones” sanitarias, educativas, etc. mejoraron sustancialmente las condiciones de vida populares. Pero los inmensos ingresos petroleros del período de “vacas gordas” se disiparon sin volcarse a la diversificación productiva ni a la industrialización del país. Ya en vida de Chávez y, tras su muerte en marzo de 2013, bajo el gobierno de Nicolás Maduro, los efectos de la crisis mundial iniciada en 2008, la unilateralidad del desarrollo petrolero, el hostigamiento yanqui y la dependencia creciente hacia China y Rusia debilitaron al régimen “bolivariano” y dividieron crecientemente al pueblo, facilitando el reagrupamiento oligárquico y la contraofensiva de Washington. Y todo eso contribuyó a la “desestabilización” de un régimen que prácticamente depende del apoyo que aún conserva en una parte de los sectores populares y de las fuerzas armadas que los imperialismos trabajan para fisurar, y de la continuidad del respaldo que Moscú y Pekín le siguen dando en función de sus propios objetivos estratégicos en la región.
El gobierno yanqui del fascista Trump tiene el derrocamiento de Maduro y la apropiación del petróleo de Venezuela entre sus objetivos prioritarios. Primero se propuso terminar de quebrar la economía venezolana bloqueando depósitos de ese país en bancos norteamericanos, entre ellos los de la empresa venezolana CITGO –segunda distribuidora de gasolina más importante en Estados Unidos–; después, alegando preocupación por el pueblo, se propusieron introducir en camiones desde Colombia y Panamá una pretendida “ayuda humanitaria”, armando para eso una escenografía con un festival musical en la frontera al que se prestaron miserablemente un puñado de artistas internacionales. Junto con eso habría habido una promesa a Guaidó de “donación” de 20.000 millones de dólares por parte de Washington y la Unión Europea, a cambio del compromiso de privatización de 3.000 empresas, la derogación de la ley de hidrocarburos y la subordinación de Venezuela a los “ajustes” impuestos por el FMI y el Banco Mundial.
China sigue sosteniendo económicamente a Maduro mediante la fórmula “préstamos por petróleo” que ata los ingresos de Venezuela a las exportaciones a esa potencia. Rusia tiene invertidos unos 17.000 millones de dólares en el petróleo venezolano, y proveyó a Caracas armamento militar, incluidos helicópteros Mi-37 y aviones de combate Su-30MK2. En diciembre Caracas recibió la sugerente visita de dos bombarderos estratégicos rusos Tu-160. La petrolera estatal rusa Rosneft tiene otorgados a la estatal venezolana PDVSA créditos por unos 6.500 millones de dólares y, al igual que China, recibe pagos en petróleo. Para Putin, la potencial caída del petróleo venezolano en manos yanquis o asociadas a Washington o a Europa implicaría una seria amenaza para los intereses de Moscú. Ahora, la compañía Rosneft Oil Co. PJSC, con sede en Moscú controlada por el gobierno ruso, está enviando los primeros cargamentos de nafta pesada a Venezuela ya que PDVSA, como consecuencia de las sanciones de Estados Unidos, se estaba quedando sin un producto necesario que se usa para adelgazar el pesado crudo venezolano para que pueda moverse a través de tuberías hacia la costa. Sin él, el crudo se queda atascado en los campos y no puede ser procesado en petróleo listo para la refinería (diario Perfil).
Los imperialistas chinos son aún más pragmáticos que los rusos y, teniendo en Venezuela un volumen mucho mayor de inversiones que Rusia, apoyan verbalmente a Maduro pero son muy contemplativos frente a las amenazas yanquis. Respaldaron al carismático Hugo Chávez, pero son más sensibles a la posibilidad de que el marasmo económico de Venezuela los lleve a perder pagos e inversiones, y quizá no le harían ascos a un gobierno de la oposición oligárquica si obtuvieran las consabidas garantías.
Trump, como representante del sector más belicista de la burguesía monopolista yanqui, necesita volver a hacer de la periferia latinoamericana una plataforma que le garantice la provisión de crudo barato y revertir las políticas del nacionalismo petrolero que cíclicamente resurgen en América Latina desde que nacieron en los años ‘30. Para eso apoya el desguace de la mexicana Pemex, y el de la brasileña Petrobrás en proceso de privatización tras el golpe de Estado de Temer que destituyó a Dilma Rousseff y encarceló a Lula Da Silva y lo mismo intenta con Pdvsa, mediante el cerco financiero a Venezuela para voltear al gobierno de Maduro. En nuestro país con la presencia de Chevrón en Vaca Muerta negocia con el gobierno de Macri.
Desde ya, la importancia estratégica que tiene Venezuela para el imperialismo norteamericano atañe no sólo al petróleo sino a su estrategia hegemónica global. Pero hasta ahora no cuajó su objetivo golpista ahogando financieramente al gobierno de Maduro, profundizando la inestabilidad política y agravando las carencias y la desesperación popular. ¡Derrotar el golpismo en Venezuela! ¡Ninguna injerencia imperialista!






