Desesperados, viajando en camiones y vagones atestados, extenuados de hambre y sed, llevando apenas lo puesto, lastimados por barreras de alambres de púa, sobrevivientes de naufragios y de horrorosas muertes en camiones sellados, huyendo hacia la Europa “desarrollada” donde buscan trabajar y vivir humanamente… Oleadas de cientos de miles de refugiados vuelven a golpear, día y noche desde hace un mes, las puertas de Europa.
Decenas de miles huyen de Siria; muchos otros de Irak y Afganistán en Asia, y de Libia, Eritrea y Somalia en el norte africano. Ahora, 30.000 personas desembarcaron en las islas griegas como vía de llegada a Serbia en el norte de la península balcánica, para de allí tratar de llegar a Austria y Alemania. En la estación de trenes de Budapest (Hungría), miles se arremolinaron con la esperanza de abordar trenes hacia el centro de Europa.
No se trata de una “crisis migratoria”, como algunos medios la llaman. Es el resultado repetido de las políticas criminales del imperialismo. Muchos huyen de invasiones y de guerras civiles atizadas por las rivalidades imperialistas en Siria, Irak, Afganistán, Yemen; otros huyen del hambre y los odios étnicos, herencia de la dominación colonial de las grandes potencias en África. Legados, todos, agravados ahora por la crisis económica mundial que los imperialismos descargan sobre los países oprimidos.
En los países europeos enriquecidos con el saqueo colonial de África y Asia, los gobiernos ponen todo tipo de vallas burocráticas para repeler e impedir que lleguen a su territorio los que huyen de los países que ellos mismos oprimen. La canciller alemana Merkel propuso que los países de la Unión Europea (UE) reciban refugiados en cuotas prefijadas. Otros invocan la legislación restrictiva de la propia UE: los refugiados sólo pueden recibir asilo en el primer país europeo que pisan.
El llamado “drama” de los refugiados muestra las lacras de este sistema capitalista-imperialista, y vuelve a reafirmar la necesidad de liberación nacional y social de los pueblos oprimidos.
Siria en un tablero sangriento.
En la oleada actual la mayoría proviene de Siria, un país despedazado desde hace décadas por la guerra civil que enfrenta a un gobierno opresor aliado del imperialismo ruso, en una zona de agudos conflictos interimperialistas donde también el terrorismo es alentado o directamente sostenido y financiado por las grandes potencias, y especialmente por los yanquis para contrarrestar la influencia rusa. Se estima que 300.000 personas ya han muerto en ese atroz escenario. Decenas de miles de sirios huyeron hacia Turquía, Líbano e Irak.
Al igual que antes con Gadafi en Libia, los imperialistas yanquis y europeos habían decidido sacar de en medio al presidente sirio Al-Assad, miembro de una familia gobernante aliada al imperialismo ruso desde los años ‘70. En 2013, los EEUU estuvieron por iniciar una campaña de bombardeos contra Siria, pero fue frenada por la fuerte oposición mundial encabezada por el Papa y la intervención de Moscú –que tiene en Siria su única base naval en el extranjero–.
En los últimos meses la situación se ha agudizado por la decisión de Rusia de intervenir militarmente en Siria, está construyendo una base aérea, instaló militares y provee a Assad de armas.
La guerra de dominio que llevó a 4 millones de personas a huir de los combates en Siria, y a 10 millones de los de Irak, es resultado directo de las intervenciones yanquis y británicas en esa región en los últimos 15 años. Cuando en Irak se intensificó la resistencia, los jefes de la coalición imperialista desencadenaron una ola de violencia sectaria para enfrentar a una parte del pueblo iraquí contra la otra. En medio del caos así generado creció el fundamentalismo sectario y asesino de “Estado Islámico” (EI), que luego se expandió a Siria. Los EEUU usaron el auge de EI para intervenir militarmente en Siria y nuevamente en Irak. Es claro que el presidente sirio Al-Assad, subordinado al imperialismo ruso, no puede encabezar al pueblo en la defensa de su nación. El avance de EI es lo que llevó a familias enteras a escapar de las matanzas: en una huida como esas, desde la norteña ciudad siria de Kobane, se ahogó el niño de 3 años Aylan Kurdi: la foto de su cadáver en una playa de Turquía sacudió al mundo.
Precisamente Kobane, en la región de Rojava (Kurdistán occidental sirio), se hizo conocida hace pocos meses porque allí fue el pueblo en armas –organizado en milicias populares por el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) y con un gran protagonismo combatiente de las mujeres kurdas– quien derrotó y frenó en enero el avance hasta entonces imparable de EI. En Rojava se multiplican los consejos populares que proclaman el autogobierno. Por la misma razón el PKK es hostigado en el Kurdistán turco por el gobierno de Turquía, alineado con los yanquis e interesado en impedir el avance del autonomismo kurdo.
Cada vez más Siria es convertida en un campo de batalla de distintos intereses imperialistas. Francia ya inició vuelos de reconocimiento sobre su territorio para planear ataques aéreos contra el “Estado Islámico”. Rusia provee de armamento al Ejército sirio. Los imperialismos “occidentales” se inquietan por la creciente presencia militar de Moscú en Siria. “También suministramos armamento a Irak y a otros países de la región que están en lucha contra la amenaza terrorista”, declaró el ministro de Exteriores ruso, Sergéi Lavrov, subrayando que no quiere que en Siria se repita el “escenario libio”.
En Libia, a su vez, la OTAN encabezada por los yanquis intervino militarmente en 2011, asesinó al presidente Muammar Gadafi –que por sus vínculos con Rusia y varios imperialismos europeos era un obstáculo para el acceso de otros a las reservas petroleras de Libia– y contribuyó a desatar una sangrienta guerra civil que aún perdura: falta comida, la economía está destruida, y grupos milicianos armados siembran el terror contra el pueblo. Cientos de libios murieron en el Mediterráneo intentando escapar en barcazas hacia el sur de Europa, y como víctimas de los traficantes de personas.
Falso humanitarismo y falso pacifismo.
El “drama” de los refugiados sacó a luz la profunda hipocresía de los líderes imperialistas. El gobierno de Alemania dice que este año dará asilo a 800.000 refugiados; mientras tanto, la industria alemana –junto con la francesa– es uno de los grandes mercaderes de armas en el mundo en general y en esas guerras salvajes en particular. La Comisión Europea (CE) informó que dará 4 millones de euros –o sea casi nada– en ayuda de emergencia a Hungría para afrontar la crisis de los “migrantes”. Y Francia anunció que su gobierno destinará 25 millones de euros –otra cifra ínfima– a un plan de acción internacional para las minorías perseguidas en Medio Oriente.
Más abiertamente o menos, todos esos gobiernos apoyan política y militarmente a Israel, que desconoce el Estado palestino y mantiene su brutal política de “limpieza étnica” que hace de los palestinos una de las poblaciones con mayor número de refugiados en el mundo.
El plan adoptado por la UE en su cumbre de Bruselas a fines de abril prevé en el corto plazo extender las operaciones policíaco-militares para mantener lejos de la “Fortaleza Europa” a los refugiados de África y Oriente Medio. Las antiguas potencias coloniales, bajo la máscara de “resolver el problema de los refugiados”, mantienen sus planes para contrarrestar la penetración yanqui –y crecientemente china– en la encarnizada “lucha por África”.
La mayoría de los gobiernos miembros de la UE concibe la cuestión de los refugiados principalmente como un problema de “seguridad” nacional. Todos agitan el fantasma de los “terroristas” islámicos que podrían infiltrarse en Europa entre los recién llegados.
El fondo de 1.800 millones de euros cuya creación anunció recientemente la UE no será para resolver el hambre, sino para que países de África como Eritrea, Etiopía y Somalia controlen mejor sus fronteras y reduzcan la cantidad de migrantes que se dirigen a Europa. Ya antes de la oleada actual las potencias europeas censaban con lupa a los refugiados para mandarlos de vuelta por miles o mantenerlos indefinidamente en campos de concentración.
Fascismo, racismo y xenofobia.
En los últimos años en toda Europa avanzaron electoralmente las derechas racistas y xenófobas. En EEUU, la candidatura del magnate Donald Trump –que diariamente vomita repugnantes declaraciones racistas contra los inmigrantes mexicanos– es la versión yanqui del mismo fenómeno.
Hungría está construyendo un muro en la frontera con Serbia para mantener los refugiados afuera; el Parlamento húngaro aprobó hace poco una ley que permite rechazar a los inmigrantes procedentes de Medio Oriente. La prensa reaccionaria en varios países europeos advierte sobre el riesgo de una “invasión terrorista”. En Italia los neofascistas sugieren directamente hundir todos los barcos para disuadir a los migrantes de encarar el viaje.
Ante la masa de refugiados que afluyen, y en el contexto de la crisis económica mundial que no cesa, las burguesías monopolistas europeas están divididas: una parte de ellas ve en los inmigrantes la oportunidad de obtener mano de obra barata que presione hacia abajo los salarios locales y los ayude a restablecer la tasa de ganancia. Otra parte ve en ellos un futuro de mayores gastos públicos en ayuda social y medidas de integración, que erosionarían aún más las economías de la UE.
Por ambos lados la perspectiva es de un agravamiento de las tendencias anti-inmigrantes, racistas, reaccionarias y antiobreras. No hace todavía demasiadas décadas que el nazismo hitleriano mostró a dónde las necesidades de las burguesías imperialistas y las rivalidades entre ellas son capaces de llevar.