Reconstruyendo la memoria colectiva sobre el genocidio de Estado

Fue un momento de reencuentro. No faltaron las emociones y las lágrimas pero, por sobre todo, la alegría de seguir luchando. En un Aula Magna del hospital llena, los trabajadores del Hospital de Niños recordaron sus desaparecidos y asesinados: Elena Arce, enfermera y cuya familia aportó datos para que hoy Etchecolatz esté preso. Daniel Strejilevich, médico de 26 años al momento de su detención. Y Graciela Vallejo, médica de 26 años, quien no llegó a recibir su diploma de honor de la Facultad de Medicina, aún en trámite cuando fue secuestrada (muchos años después, su hermana Sara pudo recibirlo en su nombre).

El acto, convocado “A 40 años del golpe genocida” y realizado el martes 22, comenzó cantando el himno. Luego el aula se llenó de aplausos cuando se leyeron los nombres de los profesionales despedidos por la dictadura y de los familiares de desaparecidos que se hicieron presentes. Entonces habló un integrante por cada sector: profesionales de planta, residentes y trabajadores de escalafón.

“La construcción de la memoria es colectiva y sobre todo cuando se trata de un traumatismo social de tal envergadura; y la posibilidad o no de que cada una de las personas que fueron atravesadas dramáticamente por esto puedan acceder a elaborar algo de ese duelo tan tremendo depende de qué es lo que suceda en esa sociedad, de cuánto se pueda hablar, investigar y también de que los responsables estén en la cárcel”, señaló Susana Toporosi de la Asociación de Profesionales. Desde el micrófono se instó a participar de la jornada del 24 de Marzo por memoria, verdad y justicia; y a repudiar la Ley Antiterrorista y el protocolo represivo que “ya está en marcha para utilizarse en las manifestaciones sociales”.

Siguieron las intervenciones de despedidos y compañeros. “Hugo me salvó la vida”, confesó Gloria emocionada. “Margarita Mazzaro estaba haciendo la concurrencia y un buen día no vino nunca más”, contó Esther al explicar que podría tratarse de una cuarta desaparecida del hospital, aportando a esa “memoria colectiva”.

Incluso la directora del Hospital pidió hacer uso de la palabra y describió el interrogatorio de dos horas a que fue sometida cuando era residente durante la dictadura en este mismo hospital. A la vez, insistió con que “venga de donde venga la violencia siempre es violencia”, evidenciando las mismas dificultades que el flamante presidente para caracterizar el genocidio de la dictadura.

Hacia el final se leyó una carta de Dora, exiliada en Israel: “A mediados del mes de noviembre del ‘76, cuando regresaba a mi casa después de atender mi consultorio particular, sorpresivamente dos hombre de civil armados en la puerta de mi casa me apresan. Me dicen que son policías sin mostrar credenciales. Me hacen entrar a mi casa y en el salón veo un espectáculo que me aterroriza: mis dos hijas de 11 y 13 años, así como la chica que trabajaba como empleada doméstica, con los ojos vendados y tres hombres vestidos de civil apuntándolas con armas largas”. El relato continúa con su propio secuestro y traslado. “Me aplican la picana eléctrica. Durante dos días me torturaron. En todo momento no di ningún nombre y les aseguré que no conocía a nadie.” La liberaron pero le habían encargado una tarea. Primero se escondió y luego logró exiliarse con sus dos hijas. Hoy comparte su historia.

Como cierre, se presentó un cuadro pintado por un técnico de rayos donado a la Asociación de Profesionales que plasma la unión de todos los trabajadores. Ese es justamente uno de los objetivos por los que trabaja la Asociación, que es también una forma de permanente homenaje a los 30 mil.