1812: Belgrano y el éxodo jujeño

En 1812 el norte del viejo Virreinato del Río de la Plata era una zona en guerra permanente entre las fuerzas revolucionarias rioplatenses y los ejércitos españoles asentados en el Perú. Tras derrotar al ejército de Castelli en Huaqui, el ejército realista avanzaba al mando de José Manuel Goyeneche y Pío Tristán.

En este contexto Manuel Belgrano es enviado a comandar el Ejército del Norte. Éste había sido uno de los principales dirigentes del núcleo de conspiradores revolucionarios que llevó adelante la Revolución de Mayo de 1810, y luego había tomado tareas militares enfrentando a los españoles en Paraguay, la Banda Oriental y Rosario.

En Buenos Aires habían sido desplazados los sectores criollos más consecuentemente revolucionarios como Mariano Moreno y se había impuesto el Primer Triunvirato, con su figura fuerte en Bernardino Rivadavia. Así, el nuevo gobierno había firmado el “Tratado de Pacificación”, por el cual se dejaba a la Banda Oriental en manos de los españoles, forzando a Artigas a emprender el “Éxodo Oriental”. Y, en el mismo sentido, la orden enviada a Belgrano era retroceder hasta Córdoba, abandonando todo el territorio al norte de esta provincia.

Éxodo y contraofensiva

Belgrano, que quería combatir a los españoles, aceptó la orden del Triunvirato, pero decidió que se haría una retirada general de toda la población jujeña, de tal manera de no dejarles a los españoles ni casas, ni alimentos, ni animales, ni nada que pudieran utilizar. Así, el 29 de julio emitió un bando en el que planteaba: “las armas de Abascal al mando de Goyeneche se acercan a Suipacha; y lo peor es que son llamados por los desnaturalizados que viven entre vosotros y que no pierden arbitrios para que nuestros sagrados derechos de libertad, propiedad y seguridad sean ultrajados y volváis a la esclavitud”. Se refería a las elites locales, de las cuales tenía información que ya estaban negociando con los españoles para que se les respetaran sus propiedades.

Así, convocaba a hacendados, labradores y comerciantes a reunirse con el ejército llevando todas sus armas y propiedades. Y decretaba de manera contundente: “serán tenidos por traidores a la patria todos los que a mi primera orden no estuvieran prontos a marchar y no lo efectúen con la mayor escrupulosidad, sean de la clase y condición que fuesen”. Los sectores populares colaboraron fervientemente, mientras que las elites no tuvieron otra opción que plegarse a la retirada, so pena de ejecución. Los cultivos fueron cosechados o quemados, las casas destruidas y los productos comerciales enviados a Tucumán.

La procesión se inició en agosto de 1812, con unas 1.500 personas que llevaban todo lo que podía ser transportado en carretas, mulas y caballos. Los realistas enviaron sus avanzadas a hostilizar a los que se retiraban, pero las tropas de Díaz Vélez los derrotaron en el combate de Las Piedras. En cinco días, tiempo récord, se cubrieron 360 kilómetros y se llegó a Tucumán.

Allí, la voluntad de lucha de los pueblos del norte decidió a Belgrano a desobedecer las órdenes del Triunvirato y presentar batalla a los españoles. El 24 de septiembre, el triunfo de las fuerzas revolucionarias en la Batalla de Tucumán puso un freno definitivo al avance realista y generó la crisis y caída del Triunvirato rivadaviano, abriendo paso a una nueva ofensiva de la revolución rioplatense.