1955: Bombas sobre Plaza de Mayo

Cuarenta minutos pasados del mediodía de aquel jueves 16 de junio de 1955, veinte aviones de la Armada iniciaron el bombardeo y ametrallamiento por sorpresa de la Plaza de Mayo, con epicentro en la Casa Rosada, en un intento por terminar con el gobierno del presidente Juan Domingo Perón que había sido reelegido sólo tres años atrás con el 68% de los votos. Hasta hoy nunca se conocieron cifras precisas sobre el número de masacrados por la metralla y las bombas.
Las bombas llegaron a la Casa de Gobierno y los comandos civiles trataron de coparla y detener al Presidente. Perón se refugió en el Ministerio de Guerra y desde allí resistió el embate y dirigió las negociaciones con los golpistas asentados en la Secretaría de Marina, desde donde resistieron e incluso ametrallaron la llegada del general Juan José Valle enviado por Perón para negociar la rendición. La masacre se acrecentó cuando columnas de obreros –desoyendo la orden de Perón– conducidos por la CGT llegaron a Plaza de Mayo; y fueron también cientos de ellos los que rodearon, armados, a los golpistas atrincherados hasta que se rindieron.
Perón dio garantías a los prisioneros. Incluso algunos de ellos fueron amnistiados como señal de “pacificación”, más allá de las palabras del peronista Valle luego de recuperar el edificio de la Marina: “General, este Ejército no le va servir para la revolución popular, arme a la CGT”. Pero Perón levantó el Estado de Sitio y no cortó la cabeza de la serpiente. Esto llevó confusión en sus propias filas y en amplios sectores populares. Esta situación, de crisis política, llevaría a un desenlace en el golpe de estado del 16 de septiembre de 1955, que viene a cerrar un período de medidas nacionales e industrialistas donde el pueblo dejó su sacrificio pero no se pudo defender frente a los golpistas.