1978: Restauración capitalista en China

Trabajadores de Foxconn .

En el acto del gobierno chino por los 100 años de la fundación del PC chino (PCCh), el actual presidente chino Xi Jinping reivindicó su “socialismo con características chinas”. Sin embargo, fronteras afueras lo más usual ya es que China sea considerada más bien como un capitalismo “con características chinas”, independientemente de que el partido gobernante se autodefina comunista. No es la primera vez que un gobierno mantiene una fachada “socialista” mientras basa su desarrollo productivo en la explotación e incluso en la exportación de capitales, lo que a su vez le permite explotar y extraer plusvalía de la mano de obra de otros países.

En China, el proceso de restauración capitalista tomó fuerza tras la muerte de Mao Tse-tung y de otros dirigentes de la revolución como Chou Enlai y Chu Te en 1976. Ya desde años atrás se había agudizado la lucha entre el camino socialista y el camino capitalista en China. La propia Revolución Cultural –tan criticada por los dirigentes chinos actuales y también por sus contrincantes imperialistas– había sido una enorme iniciativa de masas para profundizar el socialismo e impedir que China avanzara hacia el capitalismo. Muerto Mao, los sectores desplazados durante la Revolución Cultural contratacaron y aprovecharon también la división dentro del ala izquierda del PCCh. De este modo, en 1978, con el nombramiento de Deng Hsiao-ping al frente del Partido y el Estado se dio inicio a la restauración capitalista en China. Deng y otros dirigentes como Xi –padre del actual presidente– lanzaron la política de «Boluan Fanzheng» (traducido como “Eliminar el caos y volver a la normalidad”) contra la Revolución Cultural, y un proceso de reforma y apertura económica llamada “socialismo con características chinas”, que hoy sigue reivindicando el PCCh.

De este modo se fue avanzando hacia acuerdos político-económicos que permitieron zonas y condiciones especiales para la instalación de monopolios en suelo chino. Un ejemplo emblemático fue la Zona Especial en Shenzhen, al sur del país, donde la apertura fue acelerada. A la vez, el paulatino desmantelamiento de las cooperativas y comunas populares en el campo inició un proceso de migración del campo a la ciudad que generó una enorme masa de trabajadores migrantes, en condiciones de superexplotación, que estuvieron en la base de las ganancias monopolistas.

Son recordadas dos frases de Deng: “Gato negro, gato blanco… no importa el color del gato, lo que importa es que cace ratones”, que significaba que debía incrementarse la producción sin importar si las relaciones sociales eran socialistas, capitalistas, con monopolios extranjeros… La otra, de 1992, es más clara y obscena: “Ser rico es glorioso”.

La versión oficial del gobierno chino actual destaca el logro chino de no haber colapsado en los 80’s como sí lo hizo la URSS socialimperialista (término acuñado por Mao en los 60’s para referirse a la Unión Soviética, que se había convertido en un país imperialista en los hechos, aunque mantenía de palabra su fachada socialista). Reivindican el rol de Mao en la defensa de la soberanía china y caracterizan a China como un “socialismo con características chinas”. Sin embargo, cuestionan la Revolución Cultural y ocultan el retroceso cualitativo que operó con la restauración capitalista iniciada por Deng y que se tradujo en el cambio del carácter de clase del Estado y el Partido.

China y la “globalización”

Llegando a los noventa, tras la caída del Muro de Berlín en 1989 y la unificación del mercado internacional con el derrumbe de la URSS, la localización de monopolios para aprovechar las condiciones de explotación en China se multiplicó y se fue transformando en la “fábrica del mundo”. Cientos de monopolios, norteamericanos y otros, radicaron allí sus industrias y amasaron enormes fortunas sobre la base de la superexplotación de millones de obreros y obreras chinas. El vuelco de la producción mundial a China y Asia también empujó para abajo los salarios en todo el mundo, sentando las condiciones para las llamadas reformas neoliberales, antiobreras y antipopulares en todo el planeta. De este modo, la alianza entre EEUU y China fue la base del desarrollo capitalista imperialista de la llamada “globalización”.

También en aquel 1989 se produjo una enorme movilización en China, particularmente de estudiantes, que tuvo epicentro en la plaza Tiananmen de Pekín. Protestaron contra el gobierno con reivindicaciones democráticas, una parte levantando consignas de “libertad” y otra reivindicando la figura de Mao Tse-tung. La respuesta fue una brutal represión que pasó a la historia como la “masacre de Tiananmen”. Fue una demostración de en qué se había convertido China.

El gobierno chino aprovechó las inversiones imperialistas para consolidar monopolios propios. Parte de esto es el espionaje industrial para dominar también la tecnología extranjera. En un proceso, fue desplegando también sus propios monopolios a escala global. Ya en los 2000 se hicieron evidentes las inversiones chinas en distintos países, particulamente dependientes como los de América Latina, y su despliegue como nueva potencia imperialista.

En este desarrollo, el déficit comercial de EEUU con China se volvió inmenso debido a la deslocalización de monopolios de EEUU y a la creciente compra de manufacturas hechas en China. Esto se ha convertido en una verdadera amenaza a la hegemonía yanqui y comenzaron los choques más abiertos. El gobierno de Barack Obama, hasta 2016, fue el último en priorizar las buenas relaciones con los chinos. Pero, ya con Trump, las cosas cambiaron y se desató una guerra comercial y diplomática, que aún continua con Joe Biden como presidente de EEUU. Actualmente, el gobierno chino aparece como defensor de la “globalización”, mientras que EEUU cuestiona la “competencia desleal” del gigante asiático. A la escalada comercial, se han sumado ya las amenazas bélicas. En este plano EEUU aparece con una mayor agresividad provocativa y con la posibilidad de precipitar acontecimientos en ese plano ante el riesgo de perder la hegemonía que aún tiene. Por su parte, Xi Jinping alertó –en su discurso por los 100 años de la fundación del PCCh– que China no será «intimidada, oprimida o subyugada», y que “cualquiera que se atreva a intentarlo, encontrará su cabeza golpeada y ensangrentada contra un gran muro de acero forjado por más de 1.400 millones de chinos”.