A 50 años del Cordobazo

Una tensa calma. Cientos de barricadas edificadas con autos prendidos fuego, carteles, elementos de las obras en construcción y lo que aportaban los vecinos, fogatas y columnas de humo por todos lados. Los símbolos imperialistas y oligárquicos como la confitería Oriental, Xerox, Citroën, el Casino de Oficiales o el Jockey Club totalmente destrozados. Este era el panorama que presentaba la ciudad de Córdoba en el atardecer del 29 de mayo de 1969.
Cuando por la mañana las tupidas columnas obreras salieron de las fábricas e iniciaron su marcha al centro, engrosándose a su paso con estudiantes y otros sectores populares, las fuerzas de seguridad habían intentado detenerlas. Pero ahora ya no se veía ni un solo uniformado: habían debido escapar ante la furia popular que se desató cuando se difundió la noticia del primer caído en los enfrentamientos, Máximo Mena. La ciudad, las calles, eran del pueblo de Córdoba, que con alegría y satisfacción caminaba observando los resultados de la confrontación, volvía a sus hogares o se preparaba para la contraofensiva de la dictadura de Onganía.
Recién a las cinco de la tarde comenzó la entrada de las tropas del Tercer Cuerpo del Ejército. Pero aun así se mantendrían durante toda la noche algunos focos de resistencia, como el combativo Barrio Clínicas de los estudiantes. El 30, día de paro nacional decretado por ambos sectores en que estaba dividida la CGT, en Córdoba no voló una mosca. Pero en todos lados no se hablaba de otra cosa que del Cordobazo.

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El 28 de junio de 1966, un nuevo golpe militar, ahora autodenominado “Revolución Argentina”, se había hecho con el gobierno en nuestro país para intentar poner fin a la inestabilidad política que se atravesaba desde el derrocamiento del segundo gobierno de Juan Domingo Perón en 1955. Encabezada por Juan Carlos Onganía, había llegado con la intención de quedarse durante muchos años y reconfigurar la economía y la sociedad argentina en beneficio de la concentración del capital y una mayor extranjerización y entrega nacional. Y al principio pareció que iba a ser así. Las cúpulas sindicales los recibieron con lo que denominaron una “expectativa esperanzada” y el propio Perón desde su exilio en España llamaba a “desensillar hasta que aclare”. Solo los estudiantes le hicieron frente, con una gran lucha contra la intervención de las Universidades que se cobró la vida de Santiago Pampillón. Cuando la dirigencia sindical quiso implementar la metodología de “golpear y negociar” acuñada por Augusto Vandor, el gobierno respondió con represión y esta optó por llamarse a silencio. Las luchas obreras de los azucareros tucumanos, los portuarios y los ferroviarios quedaron a la deriva y en ese momento la dictadura pudo más.
El país parecía finalmente “apaciguado”. Pero el odio popular se venía incubando por abajo. El primer antecedente fue la ruptura de la CGT en marzo de 1968. Allí nació la CGT de los Argentinos, encabezada por Raimundo Ongaro y con una política de oposición frontal a la dictadura. Del otro lado quedaron la CGT Azopardo, negociadora, y los “participacionistas”, directamente subordinados al onganiato. El movimiento estudiantil, actuando en la clandestinidad, también comenzó a reactivarse: el 14 de junio, la FUA que presidía Jorge Rocha llevó a cabo un fuerte paro estudiantil, y en noviembre se reunió el Consejo Nacional de Centros que proclamó la lucha por la “Universidad del Pueblo Liberado”.

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La olla explotó finalmente en mayo de 1969. El 14, ante la noticia de la derogación del sábado inglés (una conquista por la cual en Córdoba los sábados se cobraba el jornal entero trabajando medio día), seis mil trabajadores del SMATA cordobés se reunieron en asamblea y decidieron ir a la huelga, culminando la jornada con fuertes choques con la represión policial. Al día siguiente se produjo el Correntinazo: los estudiantes salieron a la calle contra el intento de privatizar su comedor estudiantil y la represión asesinó a Juan José Cabral, generando una gran conmoción nacional. El 17, durante las movilizaciones de Rosario, fue asesinado Adolfo Bello, y el 21 se produjo el Rosariazo, donde cayó también Norberto Blanco. En Tucumán, Córdoba, Salta y otras provincias los estudiantes tomaron las calles contra la represión asesina y la dictadura. El 26, conjuntamente, la CGT de los Argentinos, que venía enfrentando a Onganía, y la CGT Azopardo, que tuvo que salir de su letargo, confluyeron convocando a un paro nacional para el 30 de mayo.
En Córdoba, todos los agrupamientos sindicales, los independientes de Agustín Tosco (Luz y Fuerza), los vandoristas de Elpidio Torres (SMATA) y los ortodoxos de Alejo Simó (UOM) decidieron iniciarlo el 29 y transformarlo en paro activo con movilización. La FUA decretó un paro estudiantil para el mismo 29, y sucesivas asambleas estudiantiles en Córdoba resolvieron confluir con las columnas obreras. Desde abajo, desde las fábricas, las comisiones internas, los cuerpos de delegados, desde las universidades, los colegios y los barrios, Córdoba se preparó para la lucha que la fijaría en la historia.

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El Cordobazo rebalsó todas las previsiones. Hizo de la ciudad un campo de batalla contra la dictadura y sacudió las entrañas de ésta con una herida mortal. El pueblo cordobés hizo una experiencia de confrontación directa con el Estado de las clases dominantes, contra sus fuerzas represivas, y mostró la potencialidad revolucionaria de la violencia protagonizada por las masas. Pero, centralmente, fue el protagonismo masivo y la hegemonía de la clase obrera lo que hizo la diferencia.
El Cordobazo unificó las múltiples reivindicaciones obreras y estudiantiles en el choque contra la dictadura y sus políticas, así como contra 14 años de gobiernos ilegítimos, basados en la proscripción del peronismo, que habían llevado adelante una ofensiva sobre las conquistas obreras. Y fue una lucha teñida de la radicalización político-ideológica de vastos sectores populares en la Argentina, influidos también por el ascenso revolucionario a nivel mundial, por la Revolución Cubana, la Guerra de Vietnam, la Revolución Cultural Proletaria en China y el Mayo Francés. Así, la lucha obrera y popular desbordó los planes de los sectores de las clases dominantes que, en el marco de la agudización de la disputa interimperialista, solo pretendían instrumentar la jornada para un recambio de Onganía por Alejandro Agustín Lanusse.
La chispa del Cordobazo se mantuvo encendida en las fábricas, donde emergió el sindicalismo clasista, abriendo en Córdoba procesos como los de Perdriel, SITRAC-SITRAM y el triunfo de la Lista Marrón encabezada por René Salamanca en el SMATA cordobés. La Argentina profunda se pobló de “azos”: el Cipolletazo, el segundo Rosariazo, el Choconazo, el segundo Tucumanazo, el Viborazo o segundo Cordobazo, el Mendozado, el Rocazo, el Trelewazo y muchos más. De este modo, el Cordobazo alumbraba un camino para la revolución, poniendo sobre la mesa el problema del poder y abriendo un período de auge que obligaría finalmente a la retirada de la “Revolución Argentina” en 1973.
Sobre ese trasfondo llegaría el peronismo a su tercer gobierno. Se abriría así un nuevo período, con fuertes tensiones sociales y políticas, incluso dentro del propio gobierno. Este complejo período sería cerrado con el golpe oligárquico y pro-imperialista del 24 de marzo de 1976 y la instauración de la sangrienta dictadura, que significó una de las noches más oscuras de nuestra historia nacional. Se derrotó así el auge revolucionario y se frustraron las aspiraciones de las mayorías populares.
El Cordobazo es un capítulo central de nuestra historia. Pero es también presente, como enseñanza y como experiencia acumulada de una clase y un pueblo que hoy tiene nuevas batallas por delante en el camino de su liberación.