Carta de Engels a Schmidt

Federico Engels (1820-1895). Junto con Caros Marx desarrollaron la teoría revolucionaria del proletariado y escribieron el "Manifiesto comunista" 1848). Engels también editó varios tomos de "El capital", de Marx.

En el número pasado reprodujimos extractos del Prólogo de Carlos Marx a Contribución a la Crítica de la Economía Política, publicado en 1859. Allí Marx señaló que la estructura económica de la sociedad es “la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política”. Y agregaba: “No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia”. Señalaba así la relación existente entre la ideología y el interés de clase que expresa cada una. Éste fue uno de sus grandes descubrimientos.

Federico Engels no sólo tomó a su cargo la edición de dos tomos de El Capital escritos por Marx, sino también la defensa de sus ideas. Una de las polémicas fue precisamente en torno a la relación mencionada entre base económica y superestructura político-ideológica. Frente a quienes acusaban al marxismo de negar los reflejos de la política en la economía, Engels insistió en la relación contradictoria que existe entre economía y política, influyéndose mutuamente. Y que si bien en general la economía es el aspecto principal, ambas tienen leyes internas que es necesario conocer y desentrañar.

Este debate fue particularmente mencionado por Engels en sus cartas a José Bloch (21/9/1890) y a Konrad Schmidt (27/10/1890). Reproducimos algunos extractos de la Carta de Engels a Konrad Schmidt.(1)

“(…) Los reflejos económicos, políticos y demás, son iguales que los del ojo del ser humano: pasan por una lente convergente y por ello aparecen invertidos, patas arriba. Sólo falta el sistema nervioso que los ponga nuevamente de pie. (…)

Allí donde hay división social del trabajo hay también recíproca independencia entre los diversos sectores del trabajo. El factor decisivo es en última instancia la producción. Pero cuando el comercio de productos se independiza de la producción misma, sigue entonces un movimiento propio que, si bien es gobernado en conjunto por la producción, en casos particulares y dentro de esta dependencia general sigue leyes particulares contenidas en la naturaleza de este nuevo factor; este movimiento tiene fases propias y vuelve a actuar a su vez sobre el movimiento de la producción. El descubrimiento de América se debió a la necesidad de oro que anteriormente había lanzado a los portugueses al África (…), porque la industria europea enormemente desarrollada de los siglos XIV y XV, y el comercio correspondiente, reclamaban más medios de cambio que los que podía proveer Alemania, la gran productora de plata de 1450 a 1550. La conquista de la India por los portugueses, holandeses e ingleses entre 1500 y 1800, estuvo determinada por la necesidad de importar de la India: nadie pensaba en exportar nada hacia allá. Y, sin embargo, qué reacción colosal tuvieron sobre la industria esos descubrimientos y conquistas, únicamente condicionados por los intereses del comercio: crearon por primera vez la necesidad de exportar a esos países y desarrollaron la industria en gran escala.

Lo mismo ocurre con el mercado monetario. Tan pronto como el comercio en dinero se separa del comercio de mercancías, adquiere —en ciertas condiciones impuestas por la producción y el comercio de mercancías y dentro de esos límites— un desarrollo propio, leyes especiales, y fases peculiares determinadas por su propia naturaleza. (…) Los comerciantes en dinero se han convertido en dueños de ferrocarriles, minas, industrias metalúrgicas, etc. Estos me¬dios de producción asumen un doble aspecto: su trabajo debe satisfacer unas veces los intereses de la producción, pero otras, también los de los accionistas, en cuanto éstos son comerciantes en dinero. (…) Incluso en Inglaterra hemos visto luchas de decenas de años entre diferentes compañías ferroviarias por los límites de sus respectivas zonas; luchas en que se tiraron enormes cantidades de dinero, no en interés de la producción y de las comunicaciones, sino simplemente debido a una rivalidad que en general sólo tenía el objeto de facilitar las operaciones bursátiles de los accionistas comerciantes en dinero.

(…) Esto es más fácil de comprender desde el punto de vista de la división del trabajo. La sociedad da origen a ciertas funciones comu¬nes de las cuales no puede prescindir. Las personas elegidas para rea¬lizar estas funciones constituyen una nueva rama de la división del tra¬bajo dentro de la sociedad. De esta manera adquieren intereses parti¬culares, distintos también de los intereses de quienes los emplearon; se independizan de estos últimos, y he aquí el Estado. Y, en lo sucesivo, el desarrollo es el mismo que el del comercio en mercancías y, más tarde, el comercio en dinero; la nueva fuerza independiente, si bien debe seguir en lo esencial el movimiento de la producción, también, debido a su independencia interna (la independencia relativa que se le confirie¬ra en un principio y que se sigue desarrollando) vuelve a actuar, a su vez, sobre las condiciones y el curso de la producción. Es la interacción de dos fuerzas desiguales: por una parte el movimiento económico; por la otra el nuevo poder político, que aspira a la mayor independencia posible y que, una vez establecido, tiene también él, movimiento propio. En conjunto, el movimiento económico se abre camino, pero también de¬be sufrir reacciones del movimiento político que estableció, que tiene él mismo, relativa independencia: del movimiento del poder estatal, por una parte, y por otra, de la oposición simultáneamente engendrada. Del mismo modo que el movimiento del mercado industrial se refleja, en lo esencial y con las reservas ya apuntadas, en el mercado monetario, y por supuesto que en forma invertida, así también la lucha entre las cla¬ses que existen y en conflicto, se refleja en la lucha entre el gobierno y la oposición; pero también en forma invertida, no ya directa sino indi¬rectamente, no como lucha de clases sino como lucha por principios po¬líticos, y tan desfigurada que hemos tardado miles de años para desentrañar su secreto.

La reacción del poder estatal sobre el desarrollo económico puede ser de tres tipos: puede tener la misma dirección, y entonces el desarrollo es más rápido; puede oponerse a la línea de desarrollo, en cuyo caso el poder estatal moderno de cualquier gran nación termina, a la larga, por despedazarse; o puede desviar el desarrollo económico de ciertos cauces imponiéndole otros. Este caso se reduce en última instancia u uno de los dos anteriores. Pero es evidente que en los casos segundo y tercero el poder político puede causar un gran daño al desarrollo económico y provocar la dilapidación de grandes cantidades de energía y de materiales.

(…) Con el derecho ocurre algo parecido. Tan pronto como se hace necesaria la nueva división del trabajo que origina el abogado profesio¬nal, se inaugura un dominio nuevo e independiente, el que, a pesar de su dependencia general respecto de la producción y del comercio, no deja de tener su capacidad propia de volver a actuar sobre esos domi¬nios. En un estado moderno el derecho no sólo debe corresponder a la situación económica general y ser la expresión de ésta, sino que debe ser también una expresión coherente y que no parezca, debido a contradicciones internas, claramente inconsistente. Y para lograrlo, se infringe cada vez más el fiel reflejo de las condiciones económicas. Y cuanto más es así, más raramente ocurre que un código sea la expresión brutal, sin mitigar, sin adulterar, de la dominación de una clase: esto ofendería a la “concepción de la justicia”. (…)

El reflejo de las relaciones económicas en forma de principios jurídicos es también necesariamente invertido: se produce sin que la persona que actúa sea conciente de él; el jurista se imagina que opera con principios a priori, en tanto que en realidad sólo son reflejos económi¬cos; de manera que todo está patas arriba. Y me parece evidente que esta inversión —la que, mientras no es descubierta, constituye lo que llamamos concepción ideológica— vuelva a actuar a su vez sobre la base económica y pueda, dentro de ciertos límites, modificarla. La base del derecho sucesorio (…) es económica. Pero sería difícil de¬mostrar, por ejemplo, que la libertad absoluta de testar vigente en In¬glaterra, y las severas restricciones que se le imponen en Francia, se de¬ben únicamente y en todos sus detalles a causas económicas. Ambas vuelven a actuar sobre la esfera económica en considerable medida, puesto que influyen sobre la repartición de la propiedad.

(…) Por consiguiente, si Barth supone que nosotros negamos todas y cada una de las reacciones de los reflejos políticos, etc., del movimiento eco¬nómico sobre el movimiento mismo, simplemente embiste contra molinos de viento. No tiene más que mirar el 18 Brumario de Marx, que trata casi exclusivamente del papel particular desempeñado por las luchas y los acontecimientos políticos, desde luego que dentro de su dependencia general de las condiciones económicas. O El Capital, el capítulo sobre la jornada de trabajo, por ejemplo, en que la legislación, que es seguramente un acto político, tiene un efecto tan decisivo. O el capítulo sobre la historia de la burguesía (el XXIV). ¿Por qué luchamos por la dictadura política del proletariado si el poder político es económicamente impotente? La fuerza (esto es, el poder del Estado) también es un poder económico.

(…) Lo que les falta a esos señores es dialéctica. Nunca ven otra cosa que causa por aquí y efecto por allá. Que esto es una abstracción vacía, que tales opuestos polares metafísicos existen únicamente en el mundo real durante las crisis, en tanto que todo el vasto proceso se produce en forma de interacción (si bien de fuerzas muy desiguales, siendo con mucho el movimiento económico el más fuerte, el más elemental y decisivo), y que todo es relativo y nada absoluto: esto nunca terminan de verlo. Para ellos Hegel nunca existió.”


(1) La digitalización se realizó a partir de la versión impresa de Marx y Engels, Correspondencia, Ed. Cartago, Buenos Aires, 1987. Esta edición, a su vez, reproduce las cartas publicadas por el instituto Marx-Engels-Lenin en 1934, Leningrado. Descargar carta completa aquí»