Cervecería Córdoba: 105 días de toma que marcaron un camino

El 4 de mayo de 1998, los casi 200 trabajadores de la Cervecería Córdoba amanecieron adentro de la fábrica: no sabían que era solo el primero de los 105 días que se mantendrían ocupándola. Resistían contra el cierre de la emblemática empresa, que para ellos significaba caer en el abismo de la desocupación que hacía estragos en la Argentina menemista. Durante más de tres meses resistieron toda clase de maniobras, provocaciones e intentos de desalojo, transformándose en un punto de referencia para los trabajadores de la provincia y de todo el país. Por esta razón, Menem y el gobernador Mestre terminaron por apelar a un brutal operativo represivo para cortar lo que era en un palo en la rueda para sus políticas de ajuste, privatizaciones, desocupación y hambre.

Este año se cumplen 20 años de aquella gran gesta obrera. Desde Vamos! entrevistamos en Córdoba a quienes fueron dos de sus principales dirigentes, y referentes de la línea clasista entre los cerveceros: Daniel “Pantera” Alvarado y Dante “Percha” Martínez. El primero actualmente es el flamante secretario general de la CTA Autónoma de Córdoba y el segundo acaba de ser reelecto como presidente del Centro Vecinal Alberdi. Ambos además integran la Corriente Clasista René Salamanca de la provincia.

“La Cervecería era el corazón del barrio”

La Cervecería Córdoba había nacido en 1917 en el Barrio Alberdi, que queda situado a pocas cuadras del centro y es uno de los barrios con más historia de la capital cordobesa, escenario tanto de la Reforma Universitaria de 1918 como de las jornadas del Cordobazo en 1969. Así lo recuerdan nuestros entrevistados: “La Cervecería tenía mucha historia, ahí siempre trabajó el abuelo, el tío o un pariente del vecino de Alberdi. Por eso cerrar la Cervecería era como si quisieran venir a tirar el estadio de Belgrano”, cuenta el Pantera. “Era un lugar muy arraigado a la historia misma de Alberdi, no era cualquier fábrica. Era como que te sacaban el corazón de un lugar, era la única fábrica que quedaba en pie en el barrio”, agrega el Percha.

Durante sus 80 años de vida, la Cervecería había cambiado varias veces de manos y mantenía una minoritaria pero significativa franja del mercado cervecero nacional. En sus mejores tiempos había llegado a ocupar a 600 trabajadores. Pero en 1996, en el marco de las políticas de relaciones carnales con EEUU y acuerdo con el FMI que implementó el menemismo y aplicaron los gobernadores radicales Angeloz y Mestre, su propietario, Ríos Seoane, se declaró en quiebra. “El contexto era muy difícil. En ese momento el Correo echó a casi 1.000 trabajadores, la Lockheed yanqui despidió a 872 trabajadores de Área Material Córdoba. Acá la provincia había lanzado un plan de ajuste feroz, vendía el Banco de Córdoba y se estaba privatizando la empresa estatal de energía EPEC. Fíjate vos que parecido a ahora”, señala Alvarado.

La fábrica tenía un sindicato de empresa, el Sindicato de Empleados y Obreros de la Cervecería Córdoba, afiliado a la Federación de Cerveceros. Pero el hecho de ser un sindicato chico y de un sector industrial no estratégico no le impidió llevar adelante grandes luchas a partir de su recuperación por los trabajadores. “Veníamos con un sindicato muy quieto y muy pro-patronal. En el ‘86 nosotros, que ya habíamos armado una agrupación, tomamos la fábrica todo el día contra el despido de uno de nuestros dirigentes, sin el apoyo del gremio, y logramos su reincorporación y la elección de delegados, que la ganamos con nuestros candidatos. El sindicato queda debilitado frente a la gente y la agrupación se instala. Y en el ‘88 armamos la Lista Naranja y ganamos el sindicato”, rememora Daniel.

Con la nueva conducción, los cerveceros empezaron una intensa práctica de democracia sindical y lucha, plantándose contra los despidos, por salario y condiciones de trabajo y protagonizando varias tomas de la planta. Por eso, la lucha de 1998 no salió de la nada, sino que fue producto de una preparación y de una línea. Como recuerda el Pantera: “Nosotros teníamos un ejercicio ya hecho de tomas y resistencia. Habíamos tomado la fábrica varias veces en esos años, en medio del oleaje de despidos que había”. En las últimas elecciones, en 1997, la conducción sindical había quedado encabezada por Elías Cabrera como secretario general, peronista, acompañado por el clasista Daniel Alvarado como adjunto, mientras que Dante Martínez también integraba la Comisión Directiva. Para estos dos últimos, el punto de referencia de cómo debía ser una conducción sindical era la experiencia de René Salamanca en el SMATA Córdoba durante los años ‘70, y no pasó mucho antes de que tuvieran ocasión de demostrar en la práctica la vigencia del clasismo.
“Si salimos por el portón sacamos el certificado de desocupados para toda la vida”

La situación se desencadenó a partir de la declaración de quiebra de la empresa. En medio de los constantes cierres de fábricas, los ataques a los derechos laborales y el mar de desocupados, los cerveceros no podían dejar que la empresa fuera liquidada. Porque en eso se jugaba su futuro y el de sus familias. “A partir de la quiebra un juez decide liquidar la empresa y llama a convocatoria de acreedores. Entonces nosotros peleamos que en el pliego dijera que la unidad productiva tenía que seguir en marcha y con su personal”, cuenta Dante. Con sucesivas movilizaciones y una nueva toma de la planta, lograron que en el pliego de la licitación quedara establecido que el nuevo propietario debía comprometerse a mantener la fábrica en funcionamiento, incluyendo al personal en funciones al menos por cinco años, lo que chocaba directamente con lo que establecía la Ley de Quiebras del menemismo. A partir de entonces, esa sería la principal bandera de la lucha.

A la licitación de la Cervecería se presentaron dos propuestas. Por un lado estaba un empresario cordobés, el Ingeniero Stabio, que había alquilado la planta durante los últimos meses y se comprometía a respetar lo establecido en el acta. Por el otro lado se presentó CICSA, subsidiaria de la CCU-Lucsik, un monopolio de capitales chilenos, yanquis y alemanes que ya controlaba las marcas Budweiser, Schneider, Salta y Santa Fe. Con una oferta que duplicaba la de Stabio, en marzo de 1998 CCU ganó la licitación. Pero, como señala el Percha, todo se basó en un engaño: “La CCU en la licitación no había dicho que era para liquidar la fábrica. Pero una vez que la compró dijo que la iba a cerrar. En cambio, el otro oferente ofreció mucha menos plata, pero decía que quería seguir con la fábrica”. Lo que en realidad quería la CCU era quedarse con el porcentaje del mercado cervecero que ocupaba la marca y realizar un gran negocio inmobiliario con las tierras de la planta.

El martes 4 de mayo, el día que los nuevos dueños debían tomar posesión de la Cervecería, los trabajadores decidieron que no se iban a entregar tan fácilmente, y en asamblea resolvieron la toma. Se iniciaba así una lucha que, como destacó Dante, terminó por transcender por mucho la defensa de 200 puestos de trabajo: “Nuestra lucha pasó a ser un gran conflicto porque era una lucha que desnudaba la esencia del modelo”.

“Aguante cervecero”

La decisión de lucha de los cerveceros tiñó toda la situación política. Los diarios y canales de televisión seguían día a día la situación y todo el mundo hablaba de la toma, que pasó a ser un faro para toda la clase obrera y el pueblo que sufría las consecuencias de las políticas neoliberales y de entrega aplicadas en los ‘90. Esto quedó resumido en la frase escrita en una inmensa bandera de 10 metros colgada de la chimenea de la Cervecería: “Aguante cervecero”.

Por todos lados fue emergiendo la solidaridad popular. Así lo recuerda Alvarado: “El barrio lo primero que hace es empezar a llevar donaciones a la Cervecería, un azúcar, un paquete de fideos. Un día me levanto a la mañana y venían dos viejitos que me dicen ‘Mire, nosotros cobramos la mínima, pero somos del barrio, no queremos que ustedes se vayan y se cierre la fábrica’ y trajeron un kilo de azúcar y un kilo de yerba”. El 8 de mayo se realizó un abrazo a la fábrica y una marcha que movilizó a todo el barrio Alberdi, a los vecinos, al padre de la parroquia local, a distintos dirigentes sindicales y organizaciones sociales.

Nueve peñas se hicieron en el marco de la toma, con decenas de artistas apoyando la lucha. El fondo de lucha llegó a juntar 100.000 pesos, que en ese momento por el 1 a 1 de la convertibilidad equivalían a 100.000 dólares. Se reunieron más de 16.000 firmas de cordobeses exigiendo la continuidad de la empresa, y montones de estudiantes rodearon y acompañaron la toma: “Era muy impresionante ver cómo en la peatonal la gente hacía fila para firmar, los congresos de los estudiantes terminaban todos en la Cervecería, íbamos a dar charlas en las facultades”, cuenta el Percha. Y viceversa: los cerveceros recorrieron cada lugar y cada sector en lucha llevando su apoyo.

El primer punto de inflexión se produjo cuando el 8 de mayo llegó la orden de desalojo. “En la primera intimación a que desalojemos la reacción fue tocar la sirena, y fue contundente, bajó mucha gente. La sirena, que antes indicaba la entrada a trabajar, se convirtió en una forma de aviso ante el peligro de desalojo. Y eso, la respuesta de la gente, cambió la situación y la forma de encarar la toma. A partir de ahí se fue organizando mejor la seguridad” recuerda Dante. Las fuerzas represivas, que pensaron que iban a desalojar a unas decenas de obreros, se encontraron con una multitud, con trincheras armadas con los cajones de cerveza y los palets de madera, con los vidrios de descarte de la fábrica regados en todas las calles, con la amenaza de hacer estallar la caldera, y tuvieron que retirarse. El hecho, que se repitió en varias ocasiones más, mostró que los cerveceros estaban dispuestos a seguir hasta las últimas consecuencias. Y que la clase obrera cordobesa no había olvidado y reeditaba las tradiciones de lucha del clasismo setentista, como la toma de la matricería Perdriel, las luchas de SITRAC-SITRAM y del SMATA de Salamanca.

Desde el principio, la lucha cervecera tuvo un elemento destacado: la participación protagónica de las mujeres de los obreros. “Cuando decidimos la toma el 4 de mayo, lo primero que hicieron las mujeres fue sumarse y empezar a recorrer el barrio llamando a que todos defendieran la toma. Yo creo que si nosotros no hubiéramos tenido a nuestras mujeres en la toma no sé si hubiéramos durado ni 30 días”, recuerda Alvarado. Éstas, enfrentando los prejuicios de muchos, se pusieron al hombro la toma, permaneciendo en la fábrica con sus hijos, marchando, poniendo el cuerpo contra la represión, organizando el fondo de lucha y empujando cuando sus maridos flaqueaban.

La Cervecería era una fábrica chica y que no funcionara no afectaba la economía de la provincia, por lo que un problema central era cómo lograr que el movimiento obrero cordobés tomara en sus manos el conflicto, lo que implicó una dura lucha. Al Pantera directamente lo remite al presente: “Yo lo comparo con los actuales momentos: había un sector de la CGT que miraba para otro lado, que fue cómplice con el ajuste. La CGT acá entró a actuar porque nosotros nos movilizamos para exigirle, porque estaba dormida. Pero hubo varios dirigentes que estuvieron muy presentes, y ahí se hizo el último paro activo con movilización en Córdoba llamado por la CGT, empujada por las bases, que tuvo represión y heridos”. Se refiere al 21 de mayo, cuando se llevó a cabo en Córdoba un paro activo resuelto por la mesa provincial de gremios, en el marco del conflicto cervecero, de los bancarios y de Luz y Fuerza, que tuvo una gran contundencia y terminó con enfrentamientos con las fuerzas represivas. Pero poco a poco la mayoría de los jerarcas sindicales empezaron a intentar descomprimir una situación que se les iba de las manos, acordando en los hechos una tregua con el gobierno nacional y provincial, y realizando medidas cada vez más débiles y formales. Mientras tanto, la Federación Cervecera siempre se mantuvo a distancia de la lucha, acatando la conciliación obligatoria para no convocar un paro nacional y apostando a la negociación.

En paralelo, en el frente único que encabezaba la lucha de la Cervecería y entre los trabajadores se abrió una intensa lucha de líneas, que rememora Dante: “Una vez que se genera el hecho empiezan todas las presiones de las distintas corrientes ideológicas. A la fábrica venían todos: las fuerzas políticas, el Ministro de Trabajo de la provincia, abogados, el fiscal. Algunos, dentro de la propia conducción del sindicato, como Cabrera, que era el Secretario General, empezaron a plantear que había que agarrar los subsidios, que había que negociar, que lo instalaba con fuerza el gobierno proponiendo darnos un subsidio de 1.000 pesos a cada uno por un año. Nosotros planteábamos rechazar, pero hubo asambleas que se perdieron y resolvieron aceptar. Ellos decían que la contradicción era subsidios o palos, y nosotros decíamos que era subsidios o fuentes de trabajo. Pero igual se mantiene la toma esperando la negociación. Y después se logró dar vuelta, para lo que fueron muy importantes las mujeres, y se decidió que lo que queríamos era la fuente de trabajo”.
Con el pasar de los meses, también empezaron a hacer mella el desgaste, el ninguneo del gobierno y los medios, las promesas y las expectativas en la resolución judicial. “Había mucha presión para levantar el conflicto, y sobre todo para que no confluyera con otros sectores del movimiento obrero que también estaban peleando. Y empezó a actuar también el desgaste, el fondo de huelga se fue debilitando, algunos obreros se iban a hacer changas para poder pagar las cuentas. Y estábamos todos pendientes de cómo se resolvía lo judicial”, señala el Percha. Y agrega Alvarado: “Además hay un hecho político, que es que se venían las elecciones de gobernador y todo el mundo empieza a juntar votos y empiezan a correrse de la fábrica. Cabrera por ejemplo iba de candidato de una línea interna del PJ. Ellos no podían llegar a las elecciones con una fábrica tomada”. En ese marco, tanto el menemismo como el mestrismo tomaron la decisión de que había que aplastar a los cerveceros, sellada con un viaje del gobernador a Chile, donde se reunió personalmente con los directivos de la CCU.

Así, el 17 de agosto, a las 3 de la madrugada, el gobierno provincial usó la toma cervecera para estrenar su nuevo escuadrón especial de represión: el ETER. En plena noche, más de 800 policías cercaron y militarizaron todo el barrio, mientras los “SWAT” cordobeses entraban a la planta deteniendo y desalojando a los obreros y sus familias. “En ese momento en la fábrica éramos unos 15, y no pudimos hacer sonar la sirena porque era muy costoso tener la caldera prendida todo el tiempo. Entró la policía, nos reprimió, nos golpeó, a mí me esposaron y nos entregaron a la guardia de Infantería, llevándonos detenidos. Pero hubo un muchacho que se quedó en la torre, en un tercer piso, y resistió durante medio día, y la policía tuvo que negociar para que bajara”, relata Alvarado. El repudio popular se extendió rápidamente, cuenta Dante, pero no alcanzó para revertir la situación: “La voz se corrió muy rápido, hubo una movilización a la Comisaría. Había un acto oficial por San Martín y ahí también hubo represión, quilombo, le quemaron la alfombra roja del acto y cayó más gente presa. Recién después de dos días nos liberaron”.

A fines de agosto finalmente Mestre entregaría la planta a la CCU, que, como habían denunciado los trabajadores, nunca más abrió sus puertas para producir la cerveza Córdoba. Pero la toma de la Cervecería quedó incorporada para siempre en la gran tradición de lucha del Barrio Alberdi y de los cordobeses, como se demostraría años después en ocasión de la demolición de la histórica chimenea, que desató una gran resistencia en el barrio.

“Una llama de enseñanza”

“Para mí la toma significó un antes y un después. Me parece que a mí como dirigente esa lucha me enseñó un montón de cosas”, reflexiona el Pantera cuando le preguntamos por el significado histórico de aquella lucha. “Creo que marcó Córdoba. En la provincia no hubo una lucha como esa nunca más, no hubo más un paro como el de esa época con enfrentamientos de los obreros y los estudiantes con la policía. El conflicto de la Cervecería fue como una luz a través del túnel, una llama de enseñanza para todos aquellos que intentan cambiar la historia, la política de este país, que se sigue repitiendo a pesar de que han habido luchas históricas y compañeros que han dejado su vida. Y hoy, que tenemos una situación política parecida, creo que es un camino a imitar por el movimiento obrero, por los estudiantes y los movimientos sociales”.

Un sentir similar recorre también las palabras finales del Percha cuando recuerda aquellas jornadas: “Personalmente, para mí fue el hecho que me cambió la vida para siempre. Yo ya militaba, pero la Cervecería me hizo ver lo que a veces uno lee, lo que se habla sobre la revolución, el movimiento obrero. La firmeza de 80 trabajadores de una pequeña fábrica, la avidez por incorporar el debate político y meterse en el centro de la escena política de Córdoba y del país, me demostró en la práctica lo que yo estudiaba en la teoría. Y también está mezclado con el sentimiento: a veces júbilo por lo que es capaz el movimiento obrero, con el barrio, con el resto de los trabajadores y el pueblo, y también dolor, porque no salió como uno hubiese querido que saliera. Pero lo más importante es que fue una lucha que terminó de desgastar al gobierno de Mestre y la política de reforma del Estado, que era ajuste, cierre de hospitales, intentos de privatización del banco y la luz. La Cervecería confluyó con todo un torrente de trabajadores que venía luchando contra esta política”.

Y respecto de las enseñanzas de ese proceso para la situación actual, concluye Dante: “La lucha de la Cervecería fue una etapa de la lucha de la década de los ‘90, que se inició en Cutral Co: la lucha contra la desocupación, enfrentando las políticas de ajuste y de achique del Estado. Y fue también un escalón más de lo que después derivó en las fábricas recuperadas, porque una de las cosas que nos faltó a nosotros fue la puesta en marcha de la producción. Y si vemos los titulares de los diarios de esa época, que hablaban de la seguridad jurídica para los capitales que venían a invertir, como hoy se habla de los brotes verdes, el FMI, lo que vemos es que son políticas que lo que buscan es mayor ajuste, mayor flexibilización laboral. Por eso me parece que la lucha de la Cervecería fue parte de un camino que va recorriendo el movimiento obrero y nuestro pueblo para encontrar las maneras de enfrentar estas políticas”.