La dirigencia política china usa a fondo sus enormes reservas financieras para realizar inversiones y conceder préstamos y créditos -especialmente para grandes obras de infraestructura, casi siempre relacionadas con la exportación de productos alimentarios o de materias primas a la propia China-. Lo hace, además, utilizando una retórica de país en desarrollo o “emergente”. Y con todo eso va tejiendo fuertes vínculos económicos y políticos con sectores empresariales y con gobiernos en países de Asia, África y América latina, que promocionan la asociación con China como una vía de desarrollo y de independencia respecto de Estados Unidos y de las potencias europeas. Pero, lejos de generar “desarrollo” e independencia, lo que se potencia es el avance de los monopolios chinos en el control de palancas decisivas de las economías de esos países como petróleo, gas, minería, puertos, finanzas, ferrocarriles, tierras.
Las corporaciones chinas del petróleo, mineras, electrónicas, comercializadoras de alimentos, de la construcción, del automotor, navieras, bancarias, etc. están radicadas, o asociadas, o tienen intereses en los cinco continentes. Las necesidades de China de contar con fuentes estables y seguras de abastecimiento de petróleo, gas, aluminio, cobre, hierro y demás productos básicos para su acelerado desarrollo industrial, y de alimentos para su población de 1.300 millones de personas y para su producción ganadera, son enormes, y requieren de “socios estratégicos” y campos de inversión en todo el mundo.
Por eso, el avance de las corporaciones chinas redobla la competencia con intereses de otros imperialismos ya arraigados en esos países y en esas producciones. El crecimiento de China inquieta a las demás potencias, pero amenaza fundamentalmente a la hegemonía yanqui. China ya superó a Estados Unidos como principal socio comercial de varios países de África y de América Latina, y es el principal inversor en algunos de ellos.
En África
De 2009 a 2010 el comercio de África con la potencia asiática creció nada menos que un 40%, y superó a los Estados Unidos. Más del 70% del comercio entre China y los países africanos pasa por el sector de la energía: de ellos importa un 30% de su petróleo. También creció vertiginosamente la inversión de los monopolios chinos, estatales y privados, en África, principalmente en obras de infraestructura como la construcción de refinerías, puertos, aeropuertos, rutas, líneas ferroviarias y puentes, casi siempre financiados por préstamos de bancos chinos -con bajo interés, pero generalmente con la exigencia de contratar a empresas chinas-, todo lo cual va creando endeudamiento y remachando la nueva dependencia de esos países respecto de China. El petróleo que las corporaciones chinas producen en Angola, Chad, Níger y la República Democrática del Congo, y el cobre que extraen en Zambia, van prácticamente en su totalidad a China. A cambio de estos convenios el Estado chino obtiene el acceso de sus corporaciones a muchos recursos naturales imprescindibles para su industria. Todo eso suele ir acompañado por miles de millones de dólares en préstamos chinos y “ayuda” militar.
América latina
También en nuestra región es ya intensa la puja por la obtención de negocios y de condiciones de privilegio, y la búsqueda de influencia o control sobre palancas básicas de las economías y estructuras estatales. Las relaciones entre China y América Latina son descriptas en términos de asociación estratégica. Argentina, Brasil, México, Chile y Venezuela establecieron en los últimos años asociaciones de ese tipo con la potencia asiática. Chile, Perú y Costa Rica firmaron con ella tratados de libre comercio.
Corporaciones petroleras y mineras chinas establecieron empresas de capital mixto con las estatales PdVSA (Venezuela), YPFB (Bolivia), Petrobras (Brasil) y Cubaniquel (Cuba). En Brasil, con un préstamo de US$ 10.000 millones del Banco de Desarrollo de China, Pekín pasó a ser un financista clave para el desarrollo de los yacimientos petroleros de aguas profundas descubiertos hace poco. Desde la primera mitad de 2009, China es el primer mercado de destino de las exportaciones brasileñas. La demanda china convirtió al Brasil en el segundo exportador mundial de soja después de los Estados Unidos.
China es el principal mercado para la soja de Argentina y Brasil; compra al Uruguay un tercio de sus exportaciones de lana, a Chile gran parte de su cobre y al Perú productos mineros y la mayor parte de sus exportaciones de harina de pescado; al mismo tiempo, hizo de todo el subcontinente un gran mercado para sus exportaciones industriales y un destino clave de sus inversiones en el extranjero. En casi todos los casos, lo que inicialmente fue superávit del comercio a favor de los países latinoamericanos se convirtió luego en un marcado déficit, como consecuencia del retorno de estos países a la especialización en productos primarios para exportarlos a China, mientras que China nos vende productos industriales y bienes de capital.
La intensificación del comercio vino acompañada por un fuerte flujo de inversiones chinas. Grandes empresas estatales y privadas de China se posicionaron, solas o asociadas con grupos económicos locales, en áreas decisivas de las economías latinoamericanas: petróleo, gas, comunicaciones; minería del hierro, cobre, oro, litio; fabricación de automóviles y camiones; bancos, préstamos y créditos a pagar en petróleo; grandes obras de infraestructura —represas hidroeléctricas, rutas, obras ferroviarias, puertos—, comercio interior y exterior, etc. Desde 2005, China proveyó 75.000 millones de dólares en préstamos y líneas de crédito a los países latinoamericanos: en 2010, los préstamos de China superaron a los del Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y el Banco de Exportación e Importación (Eximbank) de EEUU, sumados.
Desde Olivos a Pekín
El viaje de la presidenta argentina Cristina Kirchner a China en julio de 2010 saldó en múltiples acuerdos entre el gobierno y empresas chinas por casi US$ 10.000 millones en préstamos e inversiones para la provisión de material ferroviario (locomotoras, vagones y rieles, que en otros tiempos fueron fabricados por la industria argentina). El objeto principal del préstamo es la renovación del ramal Belgrano Cargas, que transportará buena parte de la producción sojera del litoral hacia el norte para salir por puertos del Pacífico hacia China: el gobierno chino, el kirchnerismo y los terratenientes y pools sojeros de la Argentina tienen intereses coincidentes en impulsar este tipo de alianza, reactivada durante la visita del presidente chino Xi Jinping en julio pasado.
La Argentina, primer exportador mundial de harina y aceite de soja, tiene en China su principal mercado para esos productos: desde hace varios años, una parte del superávit comercial y de los ingresos fiscales dependen de esa “asociación estratégica” (que en la reciente visita del presidente Xi Jinping ambos gobiernos elevaron a la categoría de “integral”).
Pero la composición del comercio recíproco es cada vez más asimétrico: más del 80% de las exportaciones argentinas a China son productos primarios y manufacturas de origen agrario, mientras que el 98,8% de los bienes que la Argentina importa desde China son productos industriales. China ya tiene fuerte incidencia en el petróleo de la Argentina a través de la China National Offshore Oil Corporation (Cnooc), que es dueña del 50% en la empresa Bridas y está asociada a través de ésta con la British Petroleum en Pan American Energy (PAE), segunda productora petrolera de Argentina y la primera en reservas, poseedora del yacimiento más productivo del país, el de Cerro Dragón, en Chubut.
Quien compra manda
Este tipo de relación que se va profundizando —materias primas y alimentos por inversiones y bienes de la industria china— viene acompañada del apoyo político de muchos gobiernos al de China. Así fue estableciendo dentro de muchos países oprimidos una densa red de alianzas o asociación con empresarios locales -que se convierten en intermediarios internos de sus intereses-, y fuertes lazos políticos con grupos de poder influyentes en la política y en los gobiernos; y eso a su vez le facilita obtener contratos y condiciones favorables a sus inversiones.
De este modo, sectores de las dirigencias impulsan la adaptación de las estructuras económicas y de las infraestructuras regionales a la complementación económica con China, y para eso accionan políticamente sobre los gobiernos (y dentro de ellos). La creciente dependencia del mercado comprador hace a nuestros países cada vez más vulnerables, abriendo paso a exigencias de China para que los países de la región abran el mercado propio a las manufacturas chinas. Así sucedió por ejemplo en 2010, cuando Pekín suspendió sus importaciones de aceite de soja argentino. Por su parte, Venezuela y Ecuador contrajeron grandes deudas con China mediante la modalidad de “préstamos por petróleo”, comprometiendo la producción petrolera futura de varios años, en los que ya no podrán elegir otros compradores. Todo esto refuerza la tendencia de sectores de las clases dirigentes locales y de representantes de partidos políticos distintos o incluso opuestos, a consolidar la especialización primario-exportadora y a afirmar la asociación estratégica con China convirtiéndola en una verdadera política de estado.
Todos los rasgos de la penetración comercial, inversora, política —en suma, estratégica— de China que hemos descripto reafirman que lo que “emergió” tras la restauración capitalista de fines de los ’70 y especialmente en las últimas dos décadas es una “emergente” gran potencia imperialista.