La inesperada visita a Taiwán de Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos (el parlamento yanqui), generó una escalada militar entre China y Taiwán que puso en alerta al mundo. Taiwán es una isla con un gobierno que no es reconocido por la ONU ni por la mayoría de los países del mundo –al menos oficialmente, EEUU incluido– y que China reclama como parte de su territorio (ver recuadro). En este sentido, el viaje de Pelosi fue una provocación abierta a China, en medio de la agudización de la disputa entre las dos potencias.
Como respuesta a la visita de la funcionaria norteamericana, China suspendió la visa de Pelosi y diversos mecanismos de cooperación con Washington. Pero más aún, desplegó los ejercicios militares más importantes en décadas alrededor de Taiwán, cruzando con aviones de combate, barcos de guerra y misiles la línea divisoria con la isla, una frontera informal pero respetada hasta ahora. Taiwán también activó maniobras militares y la situación generó alarma en todo el mundo.
Sin tapujos, EEUU calificó la actitud de China como “irresponsable”. Por su parte, la Unión Europea pidió “moderación”. No termina de entenderse el objetivo del viaje de Pelosi, más allá de una provocación burda a Beijing. Su viaje a la larga podría afectar incluso a Taiwán, que tras su partida quedó en una situación de virtual enfrentamiento con una potencia como China.