Revolución e independencia en México

A inicios del Siglo XIX, el territorio mexicano formaba parte del Virreinato de Nueva España, y era la más valiosa de las colonias españolas: de allí salía el 67% de la plata americana, y proveía dos tercios de las rentas de la Corona española. La base de su economía era la producción minera, seguida por el comercio y las haciendas agrícolas.

La población estaba constituida en un 18% por blancos, un 60% de indígenas y un 22% de castas (las mezclas raciales). Los españoles controlaban los principales cargos de gobierno y muchos de los principales negocios, pero existía una poderosa elite criolla con inmensas fortunas provenientes de la minería, las haciendas y las finanzas. Las masas indígenas y mestizas en su mayoría trabajaban en las haciendas de españoles y criollos o debían pagar tributo, y estaban expuestos a sucesivas crisis agrícolas que agravaban la miseria popular.

Estalla la revolución

El aumento de las presiones y exacciones de la Corona tras las Reformas Borbónicas habían ido generando ciertos resentimientos entre los criollos, pero el proceso se desencadenará con la invasión napoleónica a España en 1808. Los españoles en México realizan un golpe e imponen al virrey Pedro Garibay, lo que es visto con rechazo por un sector de los criollos. En 1810, una nueva crisis lleva al hambre y la desesperación a las masas indígenas.

En ese momento emerge la figura de Miguel Hidalgo, un cura rural criollo con fuertes vínculos con los indígenas, que encabeza la Conspiración de Querétaro. El 16 de septiembre de 1810 estalla el Grito de Dolores, un levantamiento que proclamaba el lema de “Independencia y libertado”, al que se suman indígenas, mineros y campesinos, constituyendo un ejército de unos 80.000 hombres. Hidalgo sanciona decretos expropiando a los españoles y devolviendo las tierras usurpadas a los indígenas, aboliendo la esclavitud y el tributo, y se apoya sólidamente en las masas movilizadas.

Dada la radicalidad y el componente popular y racial del movimiento, las élites criollas de México terminan volcándose del lado de los españoles. Así, arman un ejército conjunto con los españoles y en 1811 logran derrotar a Hidalgo, al que ejecutan.

Pero el movimiento revolucionario no terminará allí. La posta la tomará José María Morelos, otro cura rural, hijo de mestizos pobres, que había peleado junto a Hidalgo. Este conforma un fuerte ejército y mantiene viva la revolución popular. El 6 de noviembre de 1813, en el Congreso de Chilpancingo, se declara “la independencia de la América septentrional”: “queda rota para siempre jamás y disuelta la dependencia del trono español”.

Morelos intentó ganar el apoyo de los criollos, ofreciéndoles garantías y concesiones, pero estos se mantuvieron junto a los españoles. Con la restauración de Fernando VII en España, la contrarrevolución se lanzó contra las tropas de Morelos, que finalmente fue derrotado y fusilado en 1815.

De esta manera, el estallido revolucionario popular en México termina sofocado por la alianza entre los españoles y las elites criollas, que como premio obtienen altos cargos políticos y militares. Ante el temor de que la revolución terminara afectando sus intereses económicos, como había sucedido en Haití (ver Vamos! Nº68), las élites criollas de México prefirieron seguir siendo colonia de España y ahogar en sangre la revolución.

Revolución liberal en España e independencia de México

Durante los siguientes cinco años, criollos y españoles cogobernarán la colonia de Nueva España. Sólo algunos grupos continuarán combatiendo por la revolución, en particular el encabezado por Vicente Guerrero.

Pero la situación dará un giro en 1820: en España se produce la revolución de Rafael Riego, que le impone una Constitución liberal a la monarquía, atacando los intereses de la Iglesia, de la nobleza terrateniente y de la casta militar, pero sin cuestionar el dominio colonial sobre América.

Frente a esta nueva situación, la elite de Nueva España se agrupará en torno a un nuevo líder: Agustín de Iturbide, un criollo terrateniente y militar que había combatido la revolución de Hidalgo y Morelos en el sur. Al no poder derrotar a las tropas de Vicente Guerrero, Iturbide opta por hacer un acuerdo con éste para declarar la independencia y conformar el Ejército Trigarante.

El 24 de febrero de 1821, Iturbide lanza el Plan de Iguala, en el que se proclama la independencia de la América Septentrional. Al mismo tiempo establece la igualdad y el respeto a las propiedades de los españoles residentes en México, la defensa de los intereses de la Iglesia y el Ejército, y la creación del Imperio Mexicano con una monarquía, que se ofreció al propio Fernando VII. La declaración incluía una reivindicación de los 300 años de dominación colonial, la que caracterizaba como “la tutela de la nación más católica y piadosa, heroica y magnánima”, y una condena a la revolución iniciada en 1810 por Hidalgo, “que tantas desgracias originó al bello país de las delicias, por los desórdenes, el abandono y otra multitud de vicios”. Como parte de los acuerdos, se estableció también la igualdad entre todas las razas, la eliminación de las diferencias de castas y la abolición de la esclavitud.

El ejército Trigarante avanzó rápidamente contra las tropas españolistas, logrando entrar en la Ciudad de México en septiembre de 1821, con lo que concluyó la guerra de independencia. Allí se conformará una Junta Provisional Gubernativa encabezada por Iturbide y excluyendo a los viejos líderes insurgentes, y se sancionará el Acta de Independencia del Imperio Mexicano el 28 de septiembre: “La Nación Mexicana que, por trescientos años, ni ha tenido voluntad propia, ni libre uso de la voz, sale hoy de la opresión en que ha vivido. […] declara solemnemente, por medio de la Junta Suprema del Imperio, que es Nación Soberana, e independiente de la antigua España, con quien, en lo sucesivo, no mantendrá otra unión que la de una amistad estrecha.” Al año siguiente, Iturbide sería coronado como Agustín I. Pero un levantamiento de los sectores republicanos encabezados entre otros por Antonio López de Santa Anna, Nicolás Bravo, Benjamín Victoria y Vicente Guerrero lo obligara a abdicar y exiliarse en marzo de 1823, proclamando la república.

Así se terminaba consumando la independencia mexicana, en un sinuoso y complejo camino. Había sido desatada por indígenas, mineros y campesinos con Hidalgo al frente; aplastada luego por una alianza de españoles y la élite criolla; declarada tibiamente bajo la hegemonía transitoria del terrateniente Iturbide bajo una forma monárquica; para ser luego declarada república. Todo esto sentará las bases de los intensos conflictos sociales y políticos que atravesarán todo el siglo XIX mexicano y, en última instancia, también de la nueva revolución que estallaría en 1910, exactamente cien años después de la primera revolución mexicana y ya en la nueva época del capitalismo imperialista.