En nuestro país en el último siglo, ya con el predominio de las relaciones sociales capitalistas, la mujer se incorporó al trabajo en las fábricas, el transporte y masivamente en la salud, la educación, en la administración estatal y demás empresas.
Dejar el rol exclusivo de la mujer en el hogar implicó pasar a tener una doble jornada laboral, pero también significó la conquista de algo básico en el camino de la liberación: trabajar y producir junto a otros, socialmente, saliendo del encierro de las cuatro paredes y disponiendo de un salario, lo que cambió nuestra posición económica en la sociedad y la familia.
A lo largo de los años se fueron logrando una serie de conquistas políticas como el voto, la ley de cupo, laborales y contra el acoso, sociales como el divorcio, la patria potestad compartida, las leyes de educación y salud sexual, penales como la figura agravante del femicidio, entre muchas otras. Pero otros derechos, como por ejemplo el aborto legal, aún no los hemos podido conquistar y hay fuerzas sociales y políticas desde el Estado que se oponen a reconocerlos y muchas veces a cumplir las leyes que nos amparan. ¿Por qué se ensañan con las mujeres?
Porque el capitalismo, siempre ávido de renovación tecnológica y transformación, sin embargo preserva una de las más antiguas empresas artesanales: el “taller doméstico” en el que se prepara a los trabajadores/as y las “mujeres del hogar” del futuro. Y esta es una cuestión de fondo y es el trasfondo de la opresión social que seguimos sufriendo las mujeres: una doble opresión para las mujeres del pueblo, por ser trabajadoras y por ser mujeres. Agravado en nuestro país por la dependencia nacional y la subsistencia de relaciones servidumbre y de trabajo no asalariado de origen pre capitalista.
Son millones en jardines, lavanderías, limpieza y comedores populares que los apropiadores del trabajo del pueblo se ahorran, descargando estas tareas sobre las mujeres en lugar de resolverse socialmente. Y sin ese trabajo, la sociedad no funcionaría. Sin ir más lejos, no hay una ley que obligue ni a las grandes empresas monopólicas a tener jardines para nuestros hijos. Es más, donde había los cerraron. Así nos obligan a dejarlos con nuestras madres, vecinas o lamentablemente en muchos casos solos.
Por eso la liberación de la mujer es mucho más que “la conquista de derechos” que mentes retrógradas se oponen a otorgarnos. Es mucho más que sólo una lucha cultural. Es una lucha social que, agravada por el capitalismo, no puede resolverse en términos generales dentro de este sistema capitalista-imperialista; porque a los propios intereses de las clases dominantes no les conviene.
Entonces, la lucha por los derechos y la emancipación de las mujeres es parte de un proceso más basto de acumulación de fuerzas revolucionarias para transformar la sociedad en su conjunto. Porque no es posible la liberación de las mujeres sin la liberación nacional y social en marcha ininterrumpida al socialismo.
La constitución del Comunismo Revolucionario (CR-PMLM) busca cubrir esa necesaria herramienta para la acumulación de fuerzas revolucionarias para que triunfe la liberación nacional y social. Entonces se impondrá un Estado de nuevo tipo: un Estado popular de las fuerzas revolucionarias necesario para llevar adelante las tareas democráticas y antiimperialistas, para avanzar ininterrumpidamente hacia el socialismo. Una sociedad que no se regirá por la explotación de mano de obra para sacarles mayor plusvalía a los trabajadores, sino por las necesidades y las capacidades de cada trabajador, con el objetivo de que el trabajo deje de ser un medio de vida para pasar a ser el medio principal de realización humana.