El enfoque del gobierno de Macri para la economía no tiene mayores secretos: insiste en que el mercado “corrija” los “desequilibrios”, buscando inversiones de monopolios imperialistas y sosteniendo el modelo agro-minero exportador con algunos desarrollos industriales de importancia (como siderurgia, automotriz, petroquímica y alimentación). “A partir de las medidas que tomamos se van a liberar las potencialidades de la economía. Para que la economía dé más, hay que facilitarle la vida, no complicarla con controles”, analizó el ministro Prat-Gay (Página/12, 14/1). Desde este punto de vista (e intereses) su mayor problema no es tanto la inflación o la recesión (que sería del 1% en 2016 según el FMI), sino los salarios “caros” en dólares (según los monopolios, obvio) que limitan las exportaciones. Desde esta lógica incluso la devaluación sería una medida de corte desarrollista.
El cambio respecto a la política económica del gobierno anterior no es que el kirchnerismo no buscara acuerdos con los países imperialistas, sino que Macri vuelve a poner el centro en el acuerdo con quienes hegemonizan este “Dios Mercado”: EEUU y, secundariamente, los europeos. Entonces, naturalmente, busca concretar un acuerdo con los fondos buitres, que recaerá en las espaldas del pueblo y la Nación.
El gobierno kirchnerista había puesto el eje en su llamada alianza estratégica con el imperialismo chino y también Rusia, lugar desde dónde forcejeó con EEUU y hasta se atrevió a suspender el pago a los fondos buitres. También desde este lugar estuvo el impulso al consumo, que incluyó una enorme cantidad de productos “Made in China”. Pero, como no se propuso verdaderamente la liberación ni desarrolló una industria nacional independiente, el gobierno K también rogó por las inversiones imperialistas, por buenos precios de los comodities y se convirtió en el mejor pagador de deuda externa. En definitiva, su incentivo al consumo tocó techo cuando China enfrió su demanda y aportó su importante cuota a la caída de los precios de las materias primas.
Ahora Macri habla de “sinceramiento” al referirse a la devaluación y al salario real. Pero lo que sincera realmente son los intereses que expresa el gobierno. La devaluación, que junto con el endeudamiento y otras medidas le permitió salir del cepo, es parte de su obstinado objetivo de bajar los salarios medidos en dólares.
Claro que de nada le serviría devaluar un 40% si luego las paritarias neutralizan este efecto. Por eso las próximas paritarias son el conflicto alrededor del cual por un lado el gobierno y los monopolios y por el otro la clase obrera y el conjunto de los asalariados medirán sus fuerzas. Incluso, el gobierno está dispuesto a bajar el impuesto a las ganancias de los asalariados ya que esto puede servir como prenda de negociación sin subir los “costos” laborales de los monopolios.
Entonces, al gobierno le preocupa particularmente cómo la inflación y las cifras que se publican inciden en esta batalla. El gobierno intenta bajar la inflación… ajustando. Los despidos generalizados en el Estado (bajo la cobertura anti-ñoqui) y los tarifazos en marcha buscan bajar la emisión monetaria sin respaldo. Buscan así que la consecuente caída del consumo sirva de freno a la inflación. Pero como ni siquiera esto alcanza para que la inflación esté más cerca del 20% que del 25% –como dice pronosticar Macri–, por las dudas se tomarán ocho meses para que el INDEC publique alguna cifra. Y mientras tanto el ministro de Hacienda, Prat Gay, amenaza a los gremios: “Deberían cuidar el empleo en lugar de pedir aumentos de salario”.
Si por el mercado fuera, los textiles cobrarían lo mismo que un obrero de Bangladesh (trágicamente famosos por sus literalmente asesinas condiciones laborales). O sea que mientras no se salga de esta estructura dependiente de país en un mundo en crisis, sólo puede esperarse más inflación o más recesión. Entonces, los intereses de la clase obrera hoy exigen defender el salario y enfrentar los despidos como parte de la lucha de todo el pueblo por la liberación nacional y social.