Sri Lanka es una isla al sur de la India donde viven algo más de 21 millones de personas en una superficie de 66 mil kilómetros cuadrados (a modo de comparación, un poco más chica que la provincia de San Luis). Habiendo dejado de ser colonia inglesa y conquistado su independencia en 1948, ahora sus noticias recorrieron los medios globales tras confirmarse los augurios de estallidos sociales que alertó el FMI tras la pandemia y la guerra en Ucrania. Pero para este organismo, lo más preocupante no es tanto la escasez, los cortes de luz y el sufrimiento del pueblo cingalés, sino su derivación en una crisis política en la que renunciaron ya presidente y primer ministro, y con la casa de gobierno ocupada por las masas populares.

La ocupación se produjo el pasado 9/7 durante las masivas manifestaciones que ya se venían desarrollando y que fueron infructuosamente reprimidas por el gobierno. Uno de los detonantes fueron los cortes de luz de 13 horas, combinado con subas insostenibles en los precios del combustible, falta de acceso a los bienes de primera necesidad y niveles récord de inflación (que llegaría al 70 por ciento interanual). Todo esto en el contexto de una deuda externa acumulada de casi 50 mil millones de euros. Las protestas de Sri Lanka comenzaron a principios de marzo en medio de una crisis económica como el país no ha conocido en su historia.

Por una parte, no está claro en qué derivará la crisis política cingalés. Por otra, el FMI ya está proponiendo planes de ajuste y privatizaciones para otorgar un salvataje que evite el default de la deuda, en manos principalmente de acreedores privados estadounidenses y también de China. Pero la movilización popular desatada dificulta cualquier intento de acuerdo antipopular. Evidentemente, el sistema capitalista imperialista no tiene mucho para ofrecer. Y, así como el estallido social en Colombia derivó en un cambio histórico de gobierno, Sri Lanka puede ser otra muestra de lo que se profundizará con la crisis económica mundial que va emergiendo con crudeza.