Hace unos días el Partido Obrero, a través de su periódico Prensa Obrera y bajo el título “China: el otro bonapartismo”, publicó un artículo que puntualiza sus ideas sobre el imperialismo chino. Ideas no muy distintas a las de otras fuerzas trotskistas, o incluso muchas del llamado “progresismo”. El PO considera que la clase que gobierna China no es una burguesía sino una “burocracia”, y que en ese país estaría en marcha una “transición al capitalismo”.
Capitalismo e imperialismo
La sobreproducción en las principales industrias y la consiguiente caída de los precios y de la tasa de ganancia de los empresarios; las sucesivas oleadas especulativas en la construcción y en la Bolsa; la necesidad imperiosa de apoyo financiero del Estado a las grandes corporaciones estatales y privadas; el enorme peso del endeudamiento interno (una gigantesca masa de créditos incobrables que acumulan los bancos y que duplica el volumen de la producción anual de China)… Son todos indicadores de la profundidad de la crisis que estremece también al capitalismo chino, y que explican la campaña llamada de “reforma estructural por el lado de la oferta” que la burguesía monopolista china puso en marcha bajo la actual presidencia de Xi Jinping. Es la necesidad de sostener la tasa de ganancia de los capitalistas lo que ha llevado al sector representado por Xi Jinping a formular lo que llaman una “nueva normalidad”. Intenta así guiar a la nave china hacia un “aterrizaje suave” con tasas de crecimiento de alrededor del 6% (pocos años atrás rondaba el 10%), achicar la capacidad productiva de la industria del acero en 50 millones de toneladas y la del carbón en 150 millones, frenar la construcción de inmuebles, “desapalancar” las finanzas (préstamos sobre préstamos), y reducir los costos empresariales (principalmente salarios e impuestos).
¿Qué otro interés que las necesidades del capitalismo chino pueden tener los proyectos faraónicos en los que la burguesía monopolista trata de asociar a las dirigencias imperialistas europeas y a burguesías intermediarias y nacionales de países del “tercer mundo”, como la Franja y Ruta de la Seda, el Banco Asiático de Inversiones en Infraestructura (BAII), los tratados de “libre” comercio de Pekín con países latinoamericanos, africanos y otros? ¿Qué otra cosa significa el discurso de Xi Jinping criticando el viraje proteccionista de Estados Unidos con Donald Trump y ofreciéndose como nuevo líder de la “globalización” imperialista y del “libre comercio”?
Las fuerzas trotskistas suelen reducir el socialismo a la propiedad estatal de los medios de producción, negando la importancia fundamental del ejercicio efectivo del poder y de la “democracia grande” por la clase obrera (la dictadura del proletariado). Pero por más que hayan persistido formas de propiedad estatal, en China el socialismo fue derrocado en 1978, cuando una nueva burguesía accedió al poder con Deng Xiaoping. El PO se ha resistido a ver la derrota de la clase obrera y la restauración del capitalismo operada en China hace ya casi cuatro décadas. Y se resiste mucho más a ver su rápida transformación en un nuevo imperialismo ya lanzado a la disputa de la hegemonía mundial con el imperialismo yanqui; que por ahora sigue privilegiando la competencia económica pero que se prepara estratégica y militarmente para los tiempos que vienen.
“Burocracia”…
Pese a éstas y muchas otras evidencias, este artículo de Prensa Obrera plantea que la clase dominante china es una “burocracia” y no una burguesía monopolista. Y el artículo sigue considerando a ese régimen de monopolios, capital financiero, exportación de capitales y pugna mundial por mercados y áreas estratégicas con los imperialistas yanquis, europeos y japoneses, apenas una “transición al capitalismo”.
América Latina en general y la Argentina en particular se han convertido ya en parte sustancial de ese escenario mundial de disputa. Los terratenientes y las burguesías intermediarias de nuestros países han convertido las “alianzas estratégicas” con China prácticamente en políticas de estado en la Argentina, Venezuela, Brasil, Perú, Ecuador y casi todos los demás países de la región, donde tanto los oficialismos como las oposiciones se ilusionan en la alianza con China como vía de “desarrollo” y hasta de “emancipación”. Esas alianzas van reforzando la creciente dependencia productiva, exportadora, importadora, inversora y financiera hacia Pekín. En ese contexto es trágico que muchas expresiones de la izquierda latinoamericana sigan creyendo en las proclamas de “socialismo con características chinas”, relaciones de “beneficio mutuo” con los países “del Sur” y otras que la dirigencia china todavía enarbola para encubrir su penetración imperialista y sus objetivos hegemónicos. Eso sólo podría llevar a ilusionarse o a ilusionar a las masas populares con los supuestos “beneficios” de un nuevo cambio de dependencia.