China-EEUU: la pulseada sube de tono

La guerra comercial sigue escalando entre Estados Unidos y China, las dos mayores potencias del planeta. Ya lleva un año largo.
Poniendo fin a un breve “cese del fuego” entre las dos potencias, el presidente yanqui Trump anunció que desde el 1º de setiembre impondrá nuevos aranceles (impuestos a la importación) a los productos chinos restantes, por un valor de 300.000 millones de dólares. En respuesta, el gobierno chino “permitió” que el valor del yuan bajara en un 1,4% en relación al dólar: por primera vez en una década, ahora para comprar 1 dólar hacen falta más de 7 yuanes. El porcentaje de la devaluación parece pequeño, pero abarata las exportaciones chinas y encarece sus importaciones, por lo que las grandes corporaciones importadoras chinas suspendieron sus compras de productos agrícolas norteamericanos, afectando a las corporaciones agrícolas de EEUU y a los granjeros norteamericanos que venden a China.
Las exportaciones a China desde otros países también se encarecen y Pekín “enfría” sus compras, por lo que la guerra comercial golpea a muchos otros países del mundo como la Argentina. En nuestro caso, además, un tercio de las reservas monetarias son en yuanes gracias a los sucesivos swaps chinos -préstamos en forma de intercambio de monedas- tomados por Cristina y por Macri, de modo que la devaluación china nos produjo una pérdida automática de 500 millones de dólares. Y lo mismo sucede con todos los países que han empezado a acumular una parte de sus reservas en moneda china.
El gobierno estadounidense acusó formalmente a Pekín ante el FMI de “manipular su moneda”, al violar el compromiso, tomado en el encuentro Xi-Trump del G20 de noviembre en la Argentina, de no recurrir a la devaluación para competir en disputas comerciales. Esto abriría la puerta a la aplicación de sanciones económicas a China. Es difícil que suceda; en primer lugar porque hace un mes el FMI dijo que el yuan de China “estaba en línea con los fundamentos económicos” y que en realidad era el dólar el que estaba sobrevaluado. Y en segundo porque ya son muchos los estados y corporaciones dependientes o asociados a capitales chinos en todo el mundo y que en consecuencia se inclinan hacia el lado de China en la guerra comercial y monetaria desatada por las políticas proteccionistas de Trump. Por eso, pese a la intensificación de la guerra comercial, siguieron entrando en China inversiones y acciones extranjeras y no hubo una oleada de fuga de capitales. Pero EEUU sí podría apelar a sanciones unilaterales, por ejemplo cancelando contratos de compra a China.
Oleaje de fondo
Obviamente la devaluación, que la dirigencia económica china atribuyó a razones “de mercado” generadas por las políticas comerciales de EEUU, fue una medida del gobierno de Pekín -es decir, una medida política- para compensar la caída de sus exportaciones a Estados Unidos debido a las medidas arancelarias de Washington. Sin pelos en la lengua, el banco central de China culpó de la baja de su moneda directamente a las medidas de unilateralismo y proteccionismo comercial de Trump. Y a modo de represalia, los importadores chinos también frenaron las nuevas compras de productos agrícolas estadounidenses, ahora encarecidos por la devaluación.
La guerra comercial entre Estados Unidos y China entró en una fase más peligrosa, acentuando el período recesivo mundial iniciado por la crisis de 2009, aún no resuelta. La escalada sacudió a los mercados mundiales, ya que inversores en moneda china buscaron lugares más seguros para invertir su dinero como los bonos del Tesoro de los Estados Unidos, empujando al dólar hacia arriba y dificultando aún más sus exportaciones. En la Bolsa de Wall Street cayeron los valores accionarios de las empresas tecnológicas, industriales y de consumo.
Además, si China avanza aún más en su política devaluatoria, otros países de Asia oriental que desarrollan industrias similares podrían tener que devaluar sus propias monedas para poder competir. Una espiral de devaluaciones como esa generaría inflación en todo el mundo, llevaría a una disminución del consumo, a más aranceles u otras medidas comerciales que achicarían el comercio internacional, y a desplazamientos desestabilizadores de capitales, agravando la recesión mundial.
Al día de hoy Washington ya impuso aranceles sobre bienes chinos por valor de 250.000 millones de dólares, puso límites más estrictos a inversores chinos en EEUU, prohibió a algunas empresas chinas hacer negocios con empresas estadounidenses y comenzó a restringir los visados para estudiantes chinos de posgrado en áreas de investigación “sensibles” como la robótica y la aviación. Todo eso para obligar a China a abrir sus mercados a las empresas yanquis, proteger la propiedad intelectual de las empresas estadounidenses, y comprar más productos agrícolas de EEUU. Los negociadores de Washington y Pekín se habían reunido en Shanghai la semana pasada, pero lograron pocos avances en sus diferencias, y ahora el endurecimiento de las posiciones señala un camino cada vez más difícil en la resolución de la disputa comercial.
La confrontación EEUU-China trasciende con mucho lo comercial. Lo que está en juego es el control mundial de alimentos y de materias primas e insumos estratégicos como el litio para las industrias tecnológicas, los mercados para éstas, y la obtención de alianzas políticas y de puntos de apoyo militares para garantizárselos. Las potencias también trabajan para promover alianzas, candidaturas e incluso rebeliones de masas en las potencias rivales, y para apuntalar o debilitar las opciones políticas que más les convengan en las esferas gubernamentales, militares, judiciales y económicas de esos rivales.
Por eso muchos -entre ellos la propia dirigencia de Pekín- ven la mano yanqui detrás de la intensa y persistente rebelión de la población de la ex colonia inglesa de Hong Kong contra las imposiciones del gobierno central chino.