EEUU y China, en guerra comercial

El presidente yanqui Donald Trump está haciendo de todo para cumplir el mandato del sector de burguesía monopolista que en 2016 lo catapultó a la presidencia: volver a poner a “Estados Unidos primero” y, para eso, achicar el enorme déficit fiscal que este año pasará la descomunal cifra de 800.000 millones de dólares (sólo el déficit comercial con China ya supera los 500.000 millones).

Prepotencia y hegemonismo

En menos de un mes Trump ya les exigió a sus socios de la OTAN que cumplan con la cuota que les corresponde para sostener la alianza atlántica; se burló de la primera ministra británica Theresa May por sus problemas para materializar el “Brexit” (el desenganche británico de la Unión Europea); y le espetó a la alemana Angela Merkel que está “presa de los rusos” (a quien le compra gas). A su vez, Trump se reunió con el presidente ruso Putin buscando dar una señal de distensión con ese país (aunque es evidente una fuerte disputa hacia el interior del Estado yanqui sobre el tratamiento hacia la otra potencia nuclear). En el plano económico, Trump viene en una escalada de medidas con China y ha asegurado que “está listo para ir a una guerra comercial total” (El País, 20/7/2018).

Los desplantes del magnate-presidente justamente apuntan a recuperar el poderío perdido. La rivalidad comercial –y no sólo comercial– entre Washington y Pekín viene desde hace varios meses pasando de castaño a oscuro. El clima entre las dos mayores potencias imperialistas se enturbia cada vez más en una verdadera espiral de disposiciones proteccionistas y represalias, que se acrecienta desde marzo cuando Trump, acusando a China de prácticas desleales en materia de transferencia de tecnología y propiedad intelectual, impuso altísimos aranceles sobre las importaciones de acero y de aluminio (25% y 10% respectivamente) para proteger los intereses de la industria estadounidense. Los chinos respondieron “en espejo” imponiendo aranceles a productos norteamericanos, y a su vez chantajean a EEUU con poner limitaciones a las empresas yanquis en China y hasta con la posible venta masiva de una parte de sus enormes tenencias en dólares, lo que derrumbaría el valor de la moneda yanqui.

Así y todo, el pasado 11 de julio Trump anunció una nueva ronda de aumentos tarifarios sobre productos –especialmente tecnológicos– importados de China y Europa. Algunos comentaristas dicen que eso, más que proteger a los productores norteamericanos, es un tiro en los propios pies porque afectará a filiales de las propias empresas norteamericanas radicadas en China que exportan a EEUU, y a los mismos consumidores estadounidenses que debido a los aranceles pagarán más caro por los bienes importados.

Y otros apuntan que los trompazos de Trump en varias direcciones al mismo tiempo empujan el surgimiento de nuevas alianzas que cambian el escenario mundial. De hecho, europeos y chinos ya empiezan a forjar un frente común del “libre comercio” para enfrentar el creciente proteccionismo yanqui. En la semana anterior el primer ministro chino Li Keqiang visitó varios países del este europeo y Alemania, firmando acuerdos comerciales y propiciando una declaración conjunta China-Unión Europea en contra de las políticas (y de la prepotencia) de Trump. La burguesía monopolista china necesita mantener abierto el mercado norteamericano –y también el europeo–, porque todavía no pudo absorber su tremenda sobreproducción de acero y de otros bienes, producida a partir de la crisis iniciada hace una década. Y sus pares de las corporaciones europeas –las automotrices, tecnológicas, etc.– se entusiasman con la posibilidad de remontar el clima recesivo que aún perdura, mediante el financiamiento chino y con el elefantiásico proyecto de “la Franja” y “la Ruta” que acercaría China a Europa.

Repercusiones

Las periódicas rondas de negociaciones chino-yanquis –la última fue a principios de junio– terminaron en fracaso. Trump volvió ahora a imponer aranceles del 25% a productos chinos por 34.000 millones de dólares, generando represalias de los chinos por una cifra similar. Ambos entrarían en vigencia el 30 de agosto, abriendo paso a nuevas medidas por otros 200 mil millones de dólares. Hay quienes auguran que por este camino sobrevendría la parálisis del comercio internacional, la conformación de alianzas y bloques estratégicos, y un ambiente de “paz armada” como en los años que precedieron a la 1º Guerra Mundial.
En la reunión de ministros de finanzas del G20 (que reúne 19 países más la Unión Europea) realizada recientemente en Buenos Aires, el ministro francés llamó a los EEUU “a volver a la razón, a respetar las reglas globales”. En cambio, el secretario del Tesoro yanqui insistió en que el comercio “debe ser en términos justos y recíprocos”. Es posible que del ya deteriorado multilateralismo se llegue a acuerdos bilaterales entre EEUU y China; pero esta incierta alternativa también preocupa a los demás gobiernos. Con semejante conflicto comercial dentro de la reunión, el presidente Macri –que preside el G20 hasta fin de este año– evitó definirse y se limitó a reivindicar los “mejores esfuerzos para afrontar los desafíos comunes”.

Es que el gobierno macrista busca asociarse con ambos imperialismos, tanto EEUU como China. Entrega soberanía tanto ante las imposiciones financieras yanquis y del FMI, como cuando recibe cartas con elogios personales del presidente Xi Jinping y acuerda nuevos negocios ferroviarios y swaps con China (con el consiguiente aumento de la deuda externa por cifras siderales), remachando la reprimarización y el atraso de nuestra estructura productiva y exportadora. Además, los chinos son parte del FMI y de sus políticas imperialistas, y su embajador en la Argentina Yang Wanming afirma con todo descaro que China y la Argentina de Macri son “por igual” “beneficiarias y defensoras de la globalización económica y el sistema comercial multilateral” (La Nación, 14/7/2018).

Paralelamente, por ahora la Argentina permanece eximida de los aranceles que Washington impuso a las importaciones de acero y aluminio. Pero por más que monopolios como Techint y Aluar se alegren con los funcionarios de Comercio en los pasillos de la Rosada, ¿a quién le venderán en un escenario internacional paralizado por la trifulca chino-yanqui? Por otra parte, la exportación de biodiesel argentino sigue bloqueado por las barreras arancelarias yanquis.

Y peor: en un país al que ya nadie le presta y el FMI le cobra, y con un programa antipopular, antinacional y recesivo como el que Macri descerraja sobre el país para achicar el déficit, este escenario no puede augurar sino mayores bajas en la producción y despidos en masa.