“Emprendurismo”: el nuevo ropaje flexibilizador

Desde el inicio de su gestión, el presidente Mauricio Macri expresó el lineamiento de su modelo económico bajo las consignas de la liberalización, desregulación y desinflación, tres columnas fundamentales de un plan neoliberal que lleva al ajuste y a la flexibilización laboral, que se conjugan para terminar impulsando la pérdida de empleos e impactando negativamente en el salario real.

Mediante una supuesta agenda modernizadora, el gobierno de Cambiemos pretende imponer políticas que instalen el “emprendedurismo” como una receta magistral para resolver los problemas de productividad de bienes y servicios y el empleo en la compleja sociedad actual. En este marco, fue dando importantes señales en el sentido de apuntalar a los espíritus emprendedores: modificando la nominación de la secretaría de pequeñas y medianas empresas por “Secretaría de Emprendedores y Pymes”, promulgando la ley de emprendedores para que cualquiera pueda crear una empresa en menos de 24 horas y desataron una ofensiva simbólica para disputarle espacio a la idea de lo colectivo, de lo común, y abonar a la estrategia posmoderna, de exacerbación de las individualidades. De esta manera, los mensajes oficiales en general mantienen un interlocutor privilegiado (vos, el vecino y ahora el emprendedor) y un rival declarado (sindicatos, organizaciones sociales, etc.)

La base del proyecto neoliberal se vuelve entonces un proyecto de la individualización de todo. Una economía hecha de trabajadores que se comportan como unidades-empresa, y no como grupos de asalariados, conlleva la generalización de la forma empresa. Una sociedad integrada bajo el principio rector de la forma empresa, que se infiltra en todas las relaciones sociales. También en la familia o en el Estado. Hay, entonces, una colonización de los valores empresariales en todos los ámbitos.

El modelo oficial
El presidente Macri ya tiene incluso sus ejemplos preferidos bautizadas como “los cuatro unicornios”, que son los dueños de empresas argentinas taquilleras como Mercado Libre, Despegar, OLX y Globant. Los “unicornios”, como se los conoce, son presentados como expresión del éxito de los emprendimientos argentinos y portan con el semblante del saber sobre los valores empresariales de la nueva era.
Una de las características que comparten estas empresas es el tipo de actividad que desarrollan, principalmente comercial, vía el aprovechamiento de las nuevas tecnologías (comercio electrónico), facilitadoras del intercambio de productos que ellas no producen, integrantes de la industria de las “puntocom” dotadas, como tal, de una significativa volatilidad. Se las denomina unicornios, básicamente por dos motivos. Por un lado, han logrado superar, en velocidad récord para los tiempos tradicionales del mundo empresarial, la barrera de los 1.000 millones de dólares de valor de mercado, destacándose en este sentido la trayectoria recorrida de la líder Mercado Libre que trepó a los 12.400 millones de dólares desde su creación en 1991, incluso por encima de la petrolera más importante del país: YPF. Otra característica que los identifica con la prestancia de una criatura mitológica, es la supuesta imposibilidad de imitarlos, ya que estas firmas irrumpen con nuevos moldes e inauguran novedosos segmentos de mercados. Ello las convierte muy prontamente en monopolios u oligopolios al poco tiempo de su fundación.

Por otro lado, la nueva organización social del trabajo que este tipo de firmas plantea, sobre todo en su primer tiempo de maduración, conlleva entre otras cuestiones a modificar la idea clásica de la cadena productiva. Mientras que, en el marco tradicional, el surgimiento de nuevos actores de la producción implicaba un desarrollo secuencial de nuevas demandas y necesidades y la integración con otras áreas de la matriz insumo-producto, este nuevo formato empresarial conforme a la naturaleza de su actividad y volatilidad precisa más de una red mundial de freelancers que de una red estable de proveedores. Los freelancers son mayormente ocupaciones independientes, de carácter flexible, expuestas a una vertiginosa, aunque inestable cantidad de trabajo que promueve niveles de auto-explotación desmedidos para enfrentarse a los estándares de mercado.

Sería algo así como la versión moderna de la inserción laboral flexible y precaria que implicaba el pago a destajo, pero ahora dedicado mayormente a las tecnologías de información y comunicación.

Pero existe otro rasgo de importancia respecto a la visión oficial, que se observa nítidamente en la imagen que nos devuelven los unicornios del emprendedurismo. No es casual que el presidente, en las distintas presentaciones públicas para ofrecer un ejemplo del emprendedor exitoso, no haya llevado a ningún integrante de las múltiples cooperativas y emprendimientos de la economía popular. Es que el estereotipo del emprendedor es bien definido y está inspirado en la cultura norteamericana del joven exitoso, creativo, de clase media, de jean y sin traje, flexible a los cambios, cuyo principal capital es su capacidad de marketing. Consecuentemente, el mérito, para el modelo oficial, no está representado por las innumerables trayectorias de lucha recorrida por los emprendedores de la economía social, que, ante panorama de enorme adversidad y permanente exclusión, generaron alternativas de gestión colectivas y solidarias. Este rasgo, por lo tanto, le asigna a la retórica del emprendedurismo enarbolada por el poder político actual, un claro carácter discriminatorio de clase ya que son justamente los atributos socioeconómicos de clase los que condicionan la asignación de los potenciales emprendedores, a la dualidad que diferencia emprendimientos “de primera” o de punta respecto los emprendimientos “de segunda” o de subsistencia. Muestra de lo anterior lo representa la trayectoria del número uno de “Mercado Libre”, quien habiendo cursado sus estudios en el exterior, en la Universidad de Stanford, y apuntalado por uno de sus profesores accedió a una inmejorable red de contactos y de grandes inversores (entre los cuales se destaca Hicks, Muse, Tate & Furst, JP Morgan entre otros). Condición clave, esta última, para comprender el vertiginoso crecimiento de su firma que resulta ser una excepción no disponible para la mayoría de los emprendedores de bajos recursos.

Nada nuevo bajo el sol
El emprendedurismo en Argentina, tal como está planteado hoy, tiene su antecedente más reciente en la década del 70 con lo que José Alfredo Martínez de Hoz denominó el cuentapropismo, que tuvo un gran crecimiento a partir de la destrucción del aparato industrial que había en ese momento. La aplicación de políticas neoliberales por parte de la dictadura militar expulsó a miles de trabajadores a la calle y las actividades por cuenta propia aparecieron como la principal alternativa para generar algún tipo de ingresos familiares. Semejante a lo que ocurrió en la década de los 90 con la aparición del régimen tributario simplificado que conocemos como Monotributo. Nuevamente, el desmantelamiento de la trama industrial generó desempleo de trabajadores urbanos y la actividad por cuenta propia volvió a ser el salvoconducto para escapar de la pobreza.
Algo similar es lo que ocurre en estos tiempos, a partir de la primarización de la economía y el avance del capital financiero. La caída de la industria vuelve a generar desempleo y esta vez la salida es el emprendedurismo.

Al igual que en otros períodos históricos, se vuelve a dotar a la actividad por cuenta propia, desregulada y carente de garantías de derechos por parte del Estado, de los mejores valores de la sociedad. Libertad, crecimiento económico limitado sólo por incapacidad individual, independencia económica, generación de empleo, ser parte del verdadero motor de la economía.

El emprendedurismo como utopía irrealizable
El gobierno de Cambiemos, en sus casi cuatro años de gestión, ha demostrado a partir del carácter regresivo de su política económica favorecedora de los monopolios industriales y agroexportadores. De esta manera, el contexto social permanece y se consolida con altísimos niveles de exclusión y pauperización, entre los que se destaca que el 30% de la población es pobre, la mitad de los niños y adolescentes carecen de condiciones de vida dignas mientras que ocho de cada diez jóvenes no logran insertarse adecuadamente en el mercado laboral.

En este sentido, los microemprendimientos, algunas cooperativas de trabajo, entre otros han resultado ser mayoritariamente respuestas al proceso de desintegración del empleo “típico” o “formal”, que al calor de una ayuda marginal del Estado han devenido en la posibilidad de subsistencia de numerosas familias. Tales actores, que ya eran emprendedores con anterioridad a la formulación de una ley que facilitaría su surgimiento, son de subsistencia, en tanto el resultado de la dinámica económica persista en colocarlos en ese plano. Por lo tanto, la propuesta oficial de promoción de emprendimientos es negada por la propia política económica oficial de concentración económica y regresividad distributiva.

Por lo tanto, la enunciación del emprendedurismo no sólo es negada por los determinantes estructurales de la economía, sino que también por la dirección que asume la gestión actual que no resuelve la condición de subordinación del orden productivo respecto a los sectores concentrados, la agrava; que no resuelve la permanente fuga del excedente económico a fines no productivos, la agrava; que no resuelve la desigualdad y la privación de sectores sociales enteros para favorecer condiciones de igualdad de oportunidades, la agrava. En definitiva, es el accionar del propio gobierno lo que consigna su ideal, a una inverosímil utopía.