Guerra al colonialismo

En septiembre de 1812 la revolución rioplatense se hallaba en un punto crítico. Desde el norte, el ejército realista avanzaba al mando de José Manuel Goyeneche, quien con el apoyo de la aristocracia criolla de la zona del Alto Perú (actual Bolivia) había derrotado a las tropas de Juan José Castelli en la batalla de Huaqui. En Buenos Aires habían sido desplazados los sectores criollos más consecuentemente revolucionarios como Mariano Moreno y se había impuesto el Primer Triunvirato, con su figura fuerte en Bernardino Rivadavia y una orientación centralista. Con el Tratado de Pacificación, la Banda Oriental había sido dejada en manos de los españoles, forzando a José Gervasio de Artigas a emprender el “Éxodo Oriental”.

Los sectores criollos más aristocráticos y vacilantes empezaban a dudar de si había sido la mejor opción lanzarse a la guerra contra los españoles. La independencia todavía no se había declarado, se seguía gobernando y haciendo la guerra “en nombre de Fernando VII”.

Es en ese contexto que se producirá la Batalla de Tucumán, encabezados por un abogado devenido en audaz militar.

Belgrano y el Ejército del Norte.

Manuel Belgrano provenía de una familia de comerciantes criollos. Había estudiado abogacía y economía en España, donde fue influido por las ideas de la Revolución Francesa y el liberalismo. A su regreso a Buenos Aires, se desempeñó como Secretario del Consulado de Comercio, llevando adelante una campaña por el libre comercio en contra del monopolio comercial español, al mismo tiempo que ya defendía ideas industrialistas.

Desatada la crisis política, Belgrano fue uno de los principales dirigentes del núcleo de conspiradores revolucionarios. En 1806 formó parte de la defensa frente a las invasiones inglesas, frente a lo cual sostuvo su conocida frase: “amo viejo o ningún amo”. Y en mayo de 1810 fue uno de los principales promotores de la destitución del Virrey Cisneros y la conformación de la Primera Junta, de la que fue uno de sus vocales. Tras esto, le fue encomendada la expedición militar al Paraguay, que fue rechazada por los realistas utilizando la enemistad de larga data con Buenos Aires. Posteriormente, tras la revolución criolla en Paraguay encabezada por Rodríguez de Francia, firmó un tratado de amistad y alianza con el nuevo gobierno paraguayo, que finalmente nunca se cumplió.

Tras ser enviado hacia la Banda Oriental, donde combate junto con Artigas, parte a Rosario a cargo del Regimiento de Patricios para detener avance realista desde esa zona. Es allí donde en febrero de 1812 enarbola por primera vez la futura bandera argentina, lo que le valió una fuerte reprimenda por parte del Primer Triunvirato.

El siguiente destino de Belgrano sería el mando del Ejército del Norte, que resistía el avance realista. La orden del Triunvirato era retroceder hasta Córdoba, lo que implicaba dejar las provincias norteñas en manos de los españoles. Frente a esta situación, Belgrano llevó adelante lo que se conoció como el “Éxodo Jujeño”: una retirada junto con la población de Jujuy y quemando todo a su paso para dificultar el avance de los ejércitos colonialistas. En el bando que Belgrano redactó para la ocasión se declaraba a los que se quedaran del lado de los españoles como “traidores a la patria […] sean de la condición y clase que fuesen”.

El Triunvirato exigía el retroceso hasta Córdoba, pero al paso del ejército independentista, la población de las provincias de norte ratificaba su voluntad de lucha y exigía no ser dejada en manos de los españoles. De esta manera, a la altura de Tucumán, Belgrano le escribe al Triunvirato: “si me retiro y me cargan todo se pierde, y con ella nuestro total crédito. La gente de esta jurisdicción se ha decidido a sacrificarse con nosotros si se trata de defenderla. […] Acaso la suerte de la guerra nos sea favorable, animados como están los soldados y deseosos de distinguirse en una nueva acción. Es de necesidad aprovechar tan nobles sentimientos”. Y, desobedeciendo las órdenes, decide dar batalla.

“El Sepulcro de la Tiranía”.

El ejército realista, comandado por Pío Tristán, duplicaba las tropas revolucionarias: el ejército patriota contaba con 1.800 soldados y 4 piezas de artillería, mientras que el español tenía 3.000 soldados y 13 piezas de artillería. Pero la población de Tucumán, tanto las elites criollas como los gauchos, se volcó en refuerzo del ejército de Belgrano.

Así, en la mañana del 24 de septiembre de 1812, se enfrentaron en el campo de batalla los dos ejércitos. Tras un día de una confusa batalla, los “godos” sufrieron una de las más aplastantes derrotas de toda la guerra de independencia americana, sufriendo 450 muertos y alrededor de 600 prisioneros. El ejército independentista, en cambio, solo tuvo 80 muertos y 200 heridos, además de ganar una gran cantidad de armamento abandonado por las tropas de Pío Tristán en su retirada.

Belgrano escribió al Triunvirato calificando la Batalla de Tucumán como “el Sepulcro de la Tiranía”. Efectivamente, en los campos de Tucumán se logró poner un decisivo freno al avance realista, al mismo tiempo que fue una acción que permitió afirmar la voluntad de lucha independentista. El Triunvirato rivadaviano cayó en desgracia y fue reemplazado por el Segundo Triunvirato. En la Banda Oriental se reinició el segundo sitio a Montevideo, donde cada vez fue cobrando más prominencia la figura de Artigas, expresión de la corriente revolucionaria independentista y que al mismo tiempo planteaba medidas para subvertir el régimen económico, social y político heredado de la colonia.

Belgrano retomó el avance hacia Salta, donde el 20 de febrero de 1813 derrotó nuevamente a las tropas de Pío Tristán. Esta batalla fue la primera presidida por la bandera celeste y blanca, que Belgrano había hecho jurar días antes como expresión de la decisión de independencia. Así lo describió: “cuánto ha sido el regocijo de las tropas y demás individuos que siguen este ejército: una recíproca felicitación de todos por considerarse ya revestidos con el carácter de hombres libres, y las más ardientes y reiteradas protestas de morir antes de volver a ser esclavos”. Tras esto, el Ejército del Norte se lanzó a retomar la zona altoperuana, donde finalmente sería derrotado en octubre y noviembre en Vilcapugio y Ayohuma.

A fondo por la independencia.

El proceso revolucionario iniciado en 1810 tenía una tarea central: enfrentar y derrotar a la contrarrevolución realista. Como toda revolución, que implica la destrucción del Estado al servicio de las clases dominantes –en este caso el Estado colonial–, esto se dirimía necesariamente en el terreno militar, lo que exigía una decisión consecuentemente independentista y la movilización de las masas populares. A la revolución rioplatense no le faltaron ejemplos de guerra revolucionaria, y la Batalla de Tucumán –junto con la guerra artiguista en la Banda Oriental, la resistencia gaucha de Güemes en Salta o la campaña de los Andes de San Martín– fue uno de sus episodios más destacados.

A su vez, este también fue un terreno de fuerte disputa entre las dos corrientes que disputaron por la hegemonía en la revolución. Mientras hubo líderes que impulsaron la guerra revolucionaria con firmeza y constancia, otros se mostraron vacilantes y negociadores con los españoles, llegando incluso a ofrecer nuestro territorio como protectorado a Inglaterra. En este punto, Belgrano fue claramente parte del primer grupo de dirigentes: un revolucionario consecuentemente independentista. Y, en la difícil coyuntura de 1812, tanto Belgrano como la población del ahora noroeste argentino marcaron uno de los principales hitos de nuestra revolución de independencia.