Justicia por Mica, una bocanada de aire para todas

Estas últimas dos semanas en Bahía Blanca vivimos el histórico primer juicio por grooming y femicidio del país. Hoy respiramos, aliviadas de que el femicida de Micaela Ortega, Jonathan Luna, haya recibido una condena ejemplar a prisión perpetua.

Micaela tenía doce años en el momento que Luna, haciéndose pasar por una piba como ella, empezó a hablarle por Facebook. La engañó para que saliera de su casa y después de caminar 13 km la quiso violar. Cuando Mica se resistió, la golpeó hasta matarla y la dejó ahí, atada de pies y manos, mientras muchas voces gritaban su nombre y pedían que aparezca con vida.

El primer día del juicio, el 9 de octubre, montones de banderas se desplegaron por la plaza central, frente a Tribunales, cortando la calle. Al mismo tiempo, en la conferencia de prensa, Mónica Cid exigía Justicia por su hija Mica y condena ejemplar para el femicida. Después comenzó la entrada a una custodiada sala de tribunales, que quedó chica para tanta gente que se acercó. Ahí adentro revivimos el horror y la violencia que llevó al asesinato de Mica, el resultado de este sistema en el que las mujeres somos asesinadas todos los días, en el que niñas de 12, 13 o 14 años son engañadas y captadas en las redes sociales por quienes se creen con derecho sobre los cuerpos de las mujeres. También reafirmamos la certeza de que no íbamos a parar hasta lograr justicia por Mica, por todas.

La búsqueda de Mica y el posterior pedido de justicia impulsados por la familia, con Mónica Cid a la cabeza, fueron acompañados por muchos bahienses que se sensibilizaron y salieron a la calle. El jueves 19, día de la sentencia, en la puerta de tribunales vimos toda su fuerza, enorme, decidida a perseguir a cada uno de los responsables del femicidio de su hija, incluido el juez Juan Pablo Chirinos (de Río Negro) que había dejado en libertad a Luna.

El canto “Mica querida, Mica querida, tu madre la leona encerró a tu femicida” marcó todo el día: desde que nos encontramos en la puerta, en el momento en que escuchamos “perpetua” adentro de la sala, hasta cuando volvimos a la puerta de Tribunales después de la sentencia. Ese día, todas las personas que acompañamos a Mónica y su familia gritamos, lloramos y nos abrazamos. Porque hay un femicida encerrado. Porque la presión social funcionó para que la Justicia, esta vez, adopte una perspectiva de género, reconozca el lugar de objeto que se les impone a las mujeres, condene la violencia en lugar de estigmatizar a las víctimas.

Ese jueves, todas nos llenamos de fuerza. Porque vimos que la movilización, el ruido, la incansable voz de Mónica acompañada por los tambores de Desbandadas, tienen efecto y meten en la cárcel a los femicidas. Este es un gran paso para el conjunto de las mujeres que todos los días peleamos por nuestras vidas. Era el único resultado que podíamos esperar, para que “Micaela pueda volar alto” y su mamá pueda tener un poco de paz.

Corresponsal