Luego de elogiar al nuevo gobierno de Mauricio Macri y tras destrabarse la negociación con los “fondos buitres”, el presidente de EEUU Barack Obama llega al país el mismísimo 24 de Marzo. Junto a las visitas del primer ministro de Italia y el presidente de Francia, este hecho constituye para el macrismo el puntapié inicial de una nueva etapa en las relaciones internacionales mirando hacia Europa y EE.UU.
Es, además, una clara señal política de que esa superpotencia imperialista apresura el paso para recuperar terreno en América Latina. Sobre todo luego del estancamiento económico del imperialismo chino, que arrastró con su crisis a las economías y gobiernos como el kirchnerista, el brasileño y otros como el venezolano o boliviano (donde el propio Evo Morales acaba de perder su referéndum para la re-elección). Se va marcando así el fin de un período durante el cual en estos países se profundizó la dependencia y la disputa interimperialista con políticas agro-minero-exportadoras en alianza estratégica con China y Rusia, llegándose incluso a construir en nuestro territorio una base científico-militar china.
Pero Obama no viene en cualquier fecha y de cualquier país, ya que va a producir dos hechos históricos en solo una semana: visitará Cuba y llegará luego el mismísimo aniversario de los 40 años del golpe de Estado a nuestro país.
El presidente de los EEUU será recibido por el gobierno, participará de homenajes a los desaparecidos y tendría entrevistas con organismos de derechos humanos. Algunos, como Estela de Carlotto (Abuelas de Plaza de Mayo) ya dijeron que aceptarían, lo que solo lleva confusión a sectores populares y muestra un “republicanismo” contrario a los sentimientos populares, que solo será aprovechado por el gobierno que pretende más temprano que tarde dar vuelta la página de los juicios de lesa humanidad. ¡Como si con Obama hubiera cambiado el carácter imperialista de los EEUU! ¡O como si se hubiera encabezado alguna autocritica por el “Plan Cóndor” o como si mantener en América Latina 36 bases militares –sin contar las de la OTAN– fuera solo responsabilidad de los “halcones” o los sectores guerreristas de los EEUU! ¡O como si no tuviera nada que ver Obama en el golpe de Estado en Honduras en el 2009 o el apoyo a las fuerzas de la derecha golpistas que se aprovechan de la crisis en Venezuela!
Las posiciones de dirigentes y fuerzas que consideran el acuerdo de EEUU con el gobierno de Cuba como “un triunfo del pueblo cubano” no ven contradicción con la satisfacción de Barack Obama al respecto. Lo mismo que aquellos que abrazan al presidente francés François Hollande, que vino a apoyar al gobierno de Cambiemos en su acuerdo con los buitres afirmando que Macri “abrió un nuevo capítulo y Francia quiere ayudarlo”. Hollande nos habla de derechos humanos y del papel de Francia durante la dictadura arrojando flores por los desaparecidos, mientras lleva adelante una política xenófoba con los inmigrantes sirios, ofreciéndonos cual paquete que nos hagamos cargo de algunos mientras bombardean esos pueblos en Medio Oriente.
Así, desde el gobierno y los medios se trata de imponer la idea de que estaríamos ante “El inicio de una nueva era” (La Nación, 19/2) en las relaciones con la potencia del norte; y que las denuncias antiimperialistas serían “cosas del pasado”. Se insiste así que Barak Obama vendría a ser un “demócrata” (con Premio Nobel) del estilo de James Carter (presidente de EEUU entre 1977 y 1981). Pero la política de derechos humanos que impulsó Carter en esos años no tuvo que ver con un cambio de la naturaleza imperialista de EEUU, sino que fue consecuencia de que la dictadura argentina estaba controlada por sectores vinculados a su archi-rival en aquel mundo bipolar: el socialimperialismo ruso (cuestión admitida incluso por Clarín, 21/2/2016).
Obama hoy, como ayer Carter, Reagan, los Bush o quizá mañana el fascista Donald Trump, no son otra cosa que la cabeza de uno de los estados imperialistas más poderosos del mundo, y expresión de los intereses de esa burguesía monopolista norteamericana. Nada bueno han tenido para ofrecer a nuestro país y a Latinoamérica –al igual que los imperialistas chinos o rusos– en todo este tiempo, ni nada bueno traerán ahora: solo más opresión, explotación, saqueo y, cada vez que les sea necesario, más sangre.
EEUU y la Doctrina de la Seguridad Nacional
En los años 60’s y 70’s EEUU fue un activo promotor de los golpes militares y las dictaduras en América Latina en respuesta al auge revolucionario y antiimperialista en América Latina y en el contexto de su disputa con el socialimperialismo ruso. Para esto, una de sus herramientas principales fue la Doctrina de la Seguridad Nacional (DSN), utilizada para penetrar y adoctrinar a camadas enteras de militares latinoamericanos.
En la década del 60, marcada por el triunfo de la Revolución Cubana, el gobierno norteamericano comenzó a diseñar una serie de políticas para contener a quienes desafiaban su dominio en lo que siempre había considerado su “patio trasero”. Comenzó a promover “Conferencias de Ejércitos Americanos” y a dictar cursos en la llamada “Escuela de las Américas” en Panamá, dirigidos a oficiales de Latinoamérica. Se instruía en las tácticas de contrainsurgencia y se los encuadraba ideológicamente en las nuevas doctrinas político-militares diseñadas por este imperialismo. Por estos cursos pasaron –por ejemplo– los dictadores argentinos Jorge Videla, Roberto Viola y Leopoldo Galtieri, el boliviano Hugo Bánzer, el panameño Manuel Antonio Noriega, el chileno Augusto Pinochet y muchos otros dictadores y represores latinoamericanos.
La Doctrina de la Seguridad Nacional se basaba en una idea central: que las FFAA de los países latinoamericanos debían cumplir un rol decisivo en la lucha contra un “enemigo interno” que se identificaba con el comunismo, las organizaciones armadas o directamente “la subversión”, concepto que podía incluir a cualquier organización popular, sindical, estudiantil, social o política. Para esto los ejércitos ya no debían limitarse a garantizar la seguridad de las fronteras o la defensa nacional frente a una amenaza externa, sino que debían prepararse para toda clase de acciones “contrainsurgentes”, que incluían medidas militares, paramilitares, políticas, económicas, psicológicas y cívicas. Inspirados en los métodos de la llamada “Escuela Francesa”, desarrollados por el ejército francés durante sus guerras colonialistas en Indochina y Argelia, se incluían estrategias de guerra psicológica, manuales de tortura, espionaje y el uso del terror sobre las poblaciones para aislar a los grupos “subversivos”.
No sorprende entonces que miembros de las FFAA consideraran legítimo derrocar gobiernos e instaurar dictaduras a mansalva por toda América Latina, y que el imperialismo norteamericano instigara, promoviera y apoyara a los golpes militares que respondían a sus intereses. Es conocido el desfachatado rol de EEUU en las acciones de invasión y desestabilización en Cuba, en los golpes en Bolivia en 1971 y en Chile en 1973, en el financiamiento de los “Contras” tras la Revolución Sandinista en Nicaragua, en el reconocimiento diplomático y los créditos a las dictaduras latinoamericanas, y decenas de otros ejemplos. A su vez, en 1975, con el impulso de la CIA yanqui y la participación de las FFAA de Chile, Brasil, Paraguay, Uruguay y Argentina, se constituyó el Plan Cóndor para coordinar las acciones de las distintas dictaduras latinoamericanas, realizando espionajes y operaciones conjuntos, intercambiando prisioneros, etc. También EEUU fue unos de los imperialismos que promovieron el golpe de 1976 en nuestro país, más allá de que finalmente la hegemonía en la dictadura la lograrían sectores que se vincularon con el socialimperialismo ruso.
A lo largo de todo el siglo XX, y particularmente en los 60’s y 70’s, así como también ahora, el Estado norteamericano ha cumplido un rol nefasto en América Latina. Pretender que el discurso de defensa de los derechos humanos de James Carter (presidente de EEUU entre 1977 y 1981), que tenía que ver con la creciente resistencia popular a los regímenes dictatoriales y con sus propias disputas interimperialistas, hubiera cambiado el carácter imperialista de la potencia del norte, es como afirmar que la invasión a Irak en 2003 respondió a la “defensa de la libertad y la democracia” y no a la sed de petróleo.