Es muy propio de un gobierno fascista atacar y estigmatizar a minorías o grupos político-sociales para convertirlos en chivos expiatorios de los males de todos. Eso hizo Milei en Davos con las mujeres, los inmigrantes, los homosexuales y el movimiento trans, con una inusitada saña cruel. Si su discurso fue impulsado por su vergonzoso seguidismo a Trump o porque intenta alimentar al conservadurismo celeste, ya no es demasiado importante. Lo más destacado es que este repudiado ataque gubernamental tuvo una contundente respuesta popular.
Para algunos había sido suficiente la defensa de Milei y Villarruel al accionar de la dictadura genocida y su política negacionista de sus delitos de lesa humanidad para identificarlos como fascistas o fachos. Sumemos su clásico “zurdos de mierda”, a quienes prometió perseguir “hasta el último rincón del planeta”… Pero es cierto que Milei ganó las elecciones generales y el pueblo no se volvió facho de repente.
Luego siguieron las acciones de Milei ya asumido, con Patricia Bullrich como ministra de Seguridad, intentando amedrentar y criminalizar las movilizaciones callejeras. Recordemos la grotesca detención de 33 personas por participar de una movilización contra la Ley Bases acusándolas de “sedición” o “terrorismo”. Esto derivó en que algunos detenidos hayan terminado comiéndose más de un mes en la cárcel sin ninguna otra “prueba” más que los dichos del presidente y la insistencia de un fiscal nefasto. Sumemos los intentos del gobierno en aprobar leyes –como la mal llamada “Ley Anti-Mafias”– que permitan caracterizar como “terrorista” a cualquier grupo de personas (incluido un partido político) que el gobierno considere…
Además de esto, no debe pasar inadvertida la encuesta del asesor presidencial Santiago Caputo, con la mira puesta en el Congreso, preguntando sobre si sería aceptable “un país con un gobierno autoritario que logre buenos resultados económicos” (LPO, 20/1/2025).
Mientras tanto, el gobierno ya logró que el Congreso le transfiera una serie de superpoderes que le está permitiendo desguazar las políticas públicas y soberanas del Estado Nacional.
Tampoco olvidemos que el propio Milei no pudo responder un simple “sí” cuando en campaña le preguntaron si creía o no en la democracia (Verdad Consecuencia, 2023). Porque en lo que realmente cree es en la plutocracia de los monopolios que hegemonizan el mercado. Tan es así que su profeta filosófico Benegas Lynch asimila el voto a la compra un producto en el mercado.
En definitiva, todo este devenir mileísta terminó coagulando en la masiva jornada “antifascista y antirracista” convocada ante el cobarde ataque a mujeres, trans, homosexuales e inmigrantes. Y quedó expuesta su falsa defensa de la libertad, que en realidad es “libertad” de monopolistas para explotar sin límites a naciones y pueblos.
Monopolistas que serían los “héroes” según él. Y las organizaciones que reclamamos la libertad de condiciones dignas de trabajo o de decidir soberanamente sobre el uso de nuestros recursos naturales seríamos “la casta”.
Balbuceando una defensa
En su defensa, Milei ha buscado diferenciarse del fascismo de Mussolini argumentando que allí todo debía pasar por el Estado, mientras él se autodefine liberal “anarco-capitalista”. Como esto es sólo un aspecto de un caso histórico, agregó que el nazismo era “socialismo”.
Con esto ya hizo directamente el ridículo. Porque cualquiera sabe –y si no, puede leerlo en Wikipedia– que el fascismo de Mussolini, Hitler o Franco perseguían y asesinaban particularmente a los comunistas y que la URSS y la derrota de Stalingrado fueron la base de la derrota nazi.
Por otra parte, no debería ocultar que en lo económico el fascismo Alemán de Hitler enhebró en su proyecto los intereses de monopolios capitalistas como Mercedes Benz, Volkswagen, Siemens, AEG o Bayer, que nunca fueron estatales y fueron especialmente beneficiados por el régimen nazi. Tanto que esos monopolios –que hoy Milei glorifica– hicieron uso de prisioneros como mano de obra de esclava, incluso hasta matarlos exhaustos y desnutridos.
En la forma política fascista –como una de las formas políticas del capitalismo– se destaca el fortalecimiento de un Estado represivo sanguinario que imponga un determinado “orden”, eliminando las libertades democráticas. Milei reivindica el accionar “antisubversivo” dictatorial y busca fortalecer el dispositivo represivo. Por eso, a esa parte (fundamental) del Estado no le llega la motosierra. Y abiertamente hace sinónimos para confundir el antipunitivismo (corriente en el derecho que cuestiona la existencia del sistema penal) con el garantismo, que defiende la aplicación de los derechos constitucionales. Milei aborrece las garantías constitucionales: es un facho.
En conclusión, el gobierno de Milei es fascitizante, proto-fascista o un fascismo en desarrollo. Porque, si bien hoy por hoy, seguimos principalmente bajo las formas republicanas y sus garantías constitucionales, el gobierno ya va mostrando a qué apunta si consigue más apoyo.