Venezuela: Tres crisis profundas

Avance imperialista y oligárquico, debilidades del chavismo, sombras sobre las conquistas populares y nacionales.

Tres crisis –a falta de una– se profundizan en Venezuela: la económica, la social y la política. El imperialismo yanqui y la derecha oligárquica venezolana ya tienen los motores en marcha para liquidar la experiencia del chavismo, por ahora por medios políticos como el “referéndum revocatorio”, pero sin descartar una intervención militar imperialista apoyada desde adentro. Tratan así de dar un golpe decisivo y aprovechan para eso la persistencia de los problemas estructurales –empezando por la dependencia– y el tremendo bajón de la economía “bolivariana” como consecuencia de la caída de los precios mundiales del petróleo y de la extrema dependencia de los ingresos de esa casi única producción exportable. Mientras tanto, los partidos del Gran Polo Patriótico Simón Bolívar (GPPSB) preparaban para el sábado 2/7 una gran movilización en Caracas en respaldo al presidente Nicolás Maduro.

Penurias populares

La situación económica y social en Venezuela está cerca del estallido popular. Los trabajadores de la ciudad y el campo sufren verdaderas penurias para proveerse de lo más elemental para la subsistencia diaria; en eso se suman el desabastecimiento producido por los monopolios de la alimentación y de otros bienes esenciales, la caída de la producción, la enorme especulación y la suba de precios en marcha a la hiperinflación, el deterioro salarial, la caída de los ingresos petroleros, la descapitalización del estado por la fuga de dólares, y la corrupción de la llamada “boli-burguesía” (los nuevos ricos crecidos bajo el ala del gobierno chavista en los últimos 15 años).

El gobierno de Maduro se acordó un poco tarde –a principios de este año– de impulsar la llamada “Agenda Económica Bolivariana”: los “15 motores productivos” con los que buscaría echar las bases de un nuevo “modelo productivo” en reemplazo del “modelo” basado casi exclusivamente en los ingresos del petróleo, que siguió predominando aún tras las reformas de Chávez.

Injerencia imperialista y crisis del chavismo

Con el amplio triunfo en las elecciones parlamentarias de diciembre pasado la oposición oligárquica agrupada en la Mesa de Unidad Democrática (MUD) alcanzó la mayoría absoluta y la presidencia de la Asamblea Nacional (Parlamento unicameral). El avance del nucleamiento oligárquico y proyanqui liderado por Henrique Capriles auguró ya entonces un brutal retroceso en los avances sociales que el pueblo venezolano logró durante los 16 años de sucesivas presidencias de Hugo Chávez.

Ensoberbecida por el debilitamiento electoral del gobierno, la MUD lanzó una campaña de firmas para convocar un “referéndum revocatorio” y destituir a Maduro. El gobierno chavista usó su control del sistema judicial para cuestionar la legitimidad de parte de las firmas y hasta ahora logró impedir el referéndum.

Esa iniciativa se enmarca en la vasta contraofensiva estratégica del imperialismo yanqui en toda la región, para contrarrestar el avance de las potencias rivales –principalmente China, pero también Europa y Rusia– y recuperar el control hegemónico de lo que ambiciona transformar en su “patio trasero”. Venezuela sería una cabecera de playa fundamental en ese curso, si se logra consumar lo que Obama de hecho anunció en marzo de 2015 cuando afirmó cínicamente que Venezuela es una “amenaza inusual y extraordinaria”… ¡a la seguridad nacional de Estados Unidos!

Allí se habrían puesto en marcha los lineamientos básicos del plan: aprovechar el agotamiento del modelo económico y el creciente descontento para llevar la economía venezolana al colapso y provocar las condiciones de una crisis “humanitaria” y de un descontento popular que abra las puertas a una intervención política o militar organizada por el Departamento de Estado y secundada por sus socios locales y regionales.

A fines de mayo Maduro ordenó a la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB) prepararse para enfrentar eventuales agresiones externas. Pero en esa misma oportunidad Capriles aseguró que la posibilidad de un levantamiento militar “está en el ambiente”, revelando así que el imperialismo yanqui y sus agentes y socios locales están trabajando activamente para dividir al ejército al mismo tiempo que tratan de lograr un golpe “limpio”, “institucional”, destituyendo a Maduro mediante el referéndum revocatorio.

En la misma dirección los regímenes proimperialistas de Macri en la Argentina y de Temer en Brasil no tienen empacho en meterse abiertamente en la situación interna venezolana. Y esto en un marco latinoamericano en el que los imperialistas yanquis y europeos vienen recuperando terreno.

Hasta ahora la respuesta del chavismo fue sólo desde arriba, es decir desde el gobierno. Maduro amenazó convocar a la “resistencia”. “Nos vamos a mantener con el pueblo en la calle”, aseguraron algunos funcionarios. Pero todo sin apelar a una movilización popular, sino sólo al chavismo organizado y en apoyo a la línea del gobierno: indicio del profundo retroceso del apoyo popular que el proceso bolivariano viene experimentando desde antes de la muerte de Chávez a principios de 2013.

Monoproducción y dependencia

La crisis del chavismo y el retroceso de las posiciones populares tienen seguramente muchas causas: algunas de coyuntura, pero sobre todo de largo alcance. La falta de un partido proletario revolucionario enraizado en la clase obrera y en los otros sectores populares es, probablemente, la mayor. Con la muerte de Hugo Chávez quedaron más expuestos los límites y carácter de las políticas llamadas “socialismo del siglo 21”: una política que mantuvo la dependencia y el monoproducto en desmedro del desarrollo independiente de la industria y el agro.

La crisis económica mundial rebotó con fuerza en toda la región, dejando “en el aire” a gobiernos que hace una década tuvieron a favor el ciclo de precios altos de las materias primas que nuestros países exportan (petróleo, soja, minería). Estos gobiernos –que por su carácter no desarrollaron una política independiente y antimperialista sino más bien todo lo contrario– con una retórica contra los EEUU se transformaron en cantineros de productos primarios de imperialismos como el chino o ruso (inclusive del propio EEUU en el caso venezolano con el petróleo). Y cuando vino el ciclo de la abrupta caída de esos precios en los últimos años y la consiguiente baja de los ingresos, encontraron la base del fracaso –político, y ahora también electoral– de programas neodesarrollistas como los del chavismo y el kirchnerismo, de la profunda crisis económica y el golpe institucional que volteó al gobierno de Dilma Rousseff en Brasil y de la reconversión liberal que vienen adoptando el gobierno cubano, Correa en Ecuador, Daniel Ortega en Nicaragua y Tabaré Vásquez en Uruguay. La economía venezolana fue golpeada por el derrumbe de los precios del petróleo desde los 132 dólares por barril en tiempos de Chávez –que con eso apuntaló una millonaria inversión social y afianzó su liderazgo en la región– a 34 dólares; esto en un país que obtiene de las exportaciones de crudo el 96% de sus ingresos.

Con el voto a la opositora MUD en diciembre muchos venezolanos manifestaron su cansancio por las medidas con que el gobierno –antes, de Chávez, y ahora de Maduro– viene descargando la crisis sobre las espaldas populares. Cansancio de las largas colas para conseguir alimentos y medicinas. De la dureza de la crisis económica, de las falsedades sobre la inflación y de la insuficiencia de los planes sociales. Y del creciente sectarismo y autoritarismo político de un gobierno que se revistió de “izquierda”, de “transformaciones” y de “socialismo del siglo 21”, pero que sólo aprovechó el período de “vacas gordas” para financiar el consumo, los programas sociales y los bolsillos de la “boli-burguesía” –los nuevos grupos de burguesía intermediaria, ahora asociados a los imperialismos amigos del gobierno como China y Rusia–, y no dirigió ni organizó al pueblo para una verdadera revolución que alcanzara la independencia económica nacionalizando los grandes monopolios industriales, el comercio exterior y la banca, y conquistara una verdadera democracia popular que, bajo la dirección de la clase obrera, abriera paso a la construcción del socialismo (no del siglo 21, sino en el siglo 21).

Cansancio porque tras 16 años de “bolivarianismo” Venezuela sigue sin soberanía alimentaria (los ingresos petroleros se van en importar prácticamente todo lo que consume), y por las pérdidas de soberanía que al país le significaron los supuestamente “progresistas” acuerdos de “préstamos por petróleo” que mantiene con China, las inversiones chinas en el petróleo de la Franja del Orinoco subordinadas a garantizar esos acuerdos, y las falsas “estatizaciones” en la industria petrolera y siderúrgica, que hicieron de PDVSA y de Sidor no empresas estatales ni en manos de los trabajadores, sino sociedades anónimas en asociación con diversos monopolios imperialistas.

El programa de medidas antiimperialistas, agrarias y democráticas enunciado hace una década y media sigue muy lejos de haberse realizado en Venezuela. Y quedó en un plano más retórico que real la necesidad de unidad, organización y preparación del pueblo para asegurar las reformas ya conquistadas y transformar esos logros en una verdadera revolución popular.

Por eso no hubo en Venezuela un cambio de matriz productiva. Se mantuvo en lo esencial la monoproducción petrolera, dependiente de las inversiones y de los mercados extranjeros. Y cuando esas inversiones y mercados fueron golpeados por la crisis capitalista mundial, se derrumbaron los ingresos que sostenían los programas sociales y a la economía venezolana en general.

El gobierno chavista tuvo en su favor un inmenso apoyo popular, grandes recursos y mayoría absoluta en la Asamblea Nacional. Ahora ya no tiene ninguna de esas cosas. La única garantía de conservación de las conquistas alcanzadas y de abrir un cauce liberador sigue siendo el propio pueblo venezolano organizado y preparado para las contingencias que sin duda vendrán.