En 1914 estalló la Primera Guerra Mundial y una de sus consecuencias fue la división del campo socialista. La mayoría de los partidos que integraban la Segunda Internacional apoyaron a los gobiernos de sus respectivas potencias imperialistas. Así, por ejemplo, la mayoría del Partido Socialdemócrata Alemán (uno de los más fuertes del mundo en esa época) votó a favor de los créditos de guerra en el parlamento; y lo mismo sucedió con los partidos de otras de las potencias en pugna.
Frente a esta traición a los intereses de la clase obrera en nombre de la “defensa nacional” (de naciones imperialistas), un reducido grupo de dirigentes organizó una conferencia para oponerse a la guerra, condenando la posición de la Segunda Internacional. Entre el 5 y el 8 de septiembre de 1915, unos 38 delegados socialistas de once países se reunieron en Zimmerwald, Suiza. Entre ellos estaba Lenin, futuro líder de la revolución bolchevique. Otros y otras no pudieron asistir, como la alemana Rosa Luxemburgo, que se encontraba presa justamente por su posición antibélica.
En la conferencia se delinearon dos alas: la más consecuente encabezada por Lenin, pero minoritaria en la reunión, planteaba que había que convertir la guerra imperialista en una revolución en cada país y que era necesario romper con la Segunda Internacional y establecer una nueva asociación de carácter revolucionario. El ala mayoritaria en Zimmerwald, en la que se encontraban por ejemplo los mencheviques rusos, abogaba por la paz, pero planteaba seguir dando la discusión en la Segunda Internacional.
De este modo puede verse que, faltando sólo dos años de la Revolución Rusa, Lenin y los bolcheviques eran una minoría dentro de la minoría que se oponía a la guerra. Sin embargo, fue el sostenimiento de esa línea justa la que permitió luego a los bolcheviques liderar la revolución rusa y convertirse en un faro contra la guerra imperialista y por la revolución socialista.