Agustín Funes: 50 años de militancia revolucionaria

Agustín Funes saliendo de la cárcel tras segunda toma Perdriel.

En el 50° aniversario del Cordobazo, desde el Vamos! entrevistamos a Agustín Funes, hoy secretario del Comunismo Revolucionario-PMLM de Córdoba y miembro de su Comité Central. Protagonista, referente e hijo de aquella rebelión obrera y popular, que marcó un antes y un después en la historia argentina y volcó a miles de obreros a la militancia revolucionaria, militancia que él ha mantenido de manera inclaudicable a lo largo de cinco décadas. En el contexto de esa extraordinaria experiencia de masas se integró al PCR, hasta 2013 cuando se produjo la ruptura que derivó en la constitución del CR-PMLM.

-Contanos un poco de tu familia y tu entrada al mundo fabril de Córdoba.

-Yo empecé a los 13 años como aprendiz en Escuela de la Fábrica Militar de Aviones (FMA), donde estuve tres años. A los 16 pasé ya a ser operario de la fábrica. Ahí trabajaba mi viejo, militante peronista y padre de 14 hijos. A nosotros la época del peronismo nos cambió la vida, el trabajo en la fábrica era para gente humilde y nosotros, cuando yo tenía 5 años, pasamos de vivir en la orilla del río a vivir en una casa enorme del barrio de los obreros de la fábrica. Mi vieja, que venía de trabajar lavando ropa en el río, no lo podía creer y no paraba de llorar. Es algo que los gorilas nunca van a entender. Yo soy hoy un comunista revolucionario, pero todavía me siento conmovido por aquel momento. Ahí en la FMA trabajé hasta 1963, y fue un gran aprendizaje, siendo enseñado directamente por los obreros. De ahí salieron miles de obreros que después poblaron con la mejor mano de obra las demás empresas. Yo me tuve que ir porque la fábrica empezó a despedir, no pagaba los salarios y ya la estaban desmantelando con la llegada de la Fiat y la IKA. Entonces entré a la IKA, a Santa Isabel, a los 21 años, justo el día que nacía mi primer hijo. Me tomaron directamente, porque yo ya sabía manejar todas las máquinas.

-¿Cómo arrancaste tu participación sindical?

-En la FMA, lo principal del sindicalismo era peronista, dirigido por ATE, porque era estatal. A mí me gustaba, hablaba mucho con los delegados, y cuando había alguna bronca en la fábrica yo andaba metido. Participé de la huelga más grande que hubo ahí, en 1961, y eso me conmovió mucho, incluso hablé en una de las enormes asambleas en el predio de ATE. Dije que estaba orgulloso de estar ahí. Me acuerdo que me temblaban las piernas, y que mi viejo vino y me abrazó. Yo creo que esa marca es la que a mi me puso en un lugar a ocupar en mi clase, que no era ser oyente ni estar quieto, sino ser protagonista. Así, cuando yo entré en IKA vinieron las tomas del Plan de Lucha de la CGT en 1964, donde participé y tomé conciencia de la fuerza de los trabajadores, y cómo uno les daba fuerza a los otros. Después, cuando pasé a la planta de Perdriel, ya empezamos a armar algo, los “delegados y activistas de Perdriel”, con los que nos oponíamos a Elpidio Torres. Torres venía de la línea de chapa, que era un infierno, era un dirigente de masas, muy respetado, era un tipo combativo, salía a la lucha, no era un burócrata de escritorio, pero mientras más se luchaba era mejor el negocio que hacía, le ponía precio a la lucha. Yo salgo delegado en 1968, en un momento en que se agudiza la lucha en el movimiento obrero de Córdoba, y nosotros dirigíamos la fábrica y éramos cuatro delegados de Perdriel en un Cuerpo de Delegados del SMATA que llegó a tener como 400, la mayoría de Torres. Todas las semanas hacíamos asamblea en puerta de fábrica. Era un proceso acelerado que se vivía en toda la Argentina, pero Córdoba era como una llama encendida.

-En esa época te vinculás también a las Agrupaciones Primero de Mayo.

-Claro, en Perdriel conocí a un compañero que estaba en la UTN y tenía relación con la gente que se había ido del PC y estaba conformando el PCR, y en ese proceso nos empieza a acompañar la Agrupación 1° de Mayo, a la que nos integramos. A nosotros la Primero de Mayo nos enseñó que había que relacionar directamente la lucha sindical con la política, y a entender más el carácter de Elpidio Torres como dirigente peronista, y diferenciarlo de los peronistas que estaban en la fábrica como compañeros de trabajo. Ahí me invitan también a reunirme con un compañero del PCR, Gody Álvarez, y nos vemos en un bar, donde me contó del comunismo y me dijo si estaba dispuesto a seguir conversando, lo que acepté. Antonio me conmovió, porque mostró una simpleza y una humildad que yo sentí que se parecía a mí.

Primera toma de Perdriel, 13/5/1970.

-¿Cómo dirías que impactó el Cordobazo en la conciencia de los trabajadores?

-El Cordobazo fue el resultado de un proceso de lucha por las reivindicaciones, contra los dirigentes del sindicato y lo principal era contra la dictadura de Onganía. Nosotros ya teníamos definido el enfrentamiento con Torres y la lucha por la recuperación del SMATA para los trabajadores, y habíamos pasado a ser punto de referencia para otras fábricas. Por eso, cuando viene la quita del sábado inglés, participamos con todo de la asamblea del 14 de mayo en el Córdoba Sport, que termina con represión y enfrentamientos con la policía. Ahí empieza el Cordobazo, y crece la unidad obrero-estudiantil. Nosotros empujamos las asambleas de fábrica, la preparación, y yo quedo a la cabeza de la columna de los turnos de la noche del SMATA, que salió desde la puerta del sindicato y protagonizó los enfrentamientos con la policía en Colón y General Paz y la toma de toda la parte norte de la ciudad. El Cordobazo tuvo como cierre, antes de que entrara el Ejército, un festejo, los compañeros consideraban que había sido un triunfo. Yo creo que lo que nos faltó fue un acuerdo, un programa y una proclama política, e instalarnos aunque sea 24 horas en la Casa de Gobierno. Y la marca que nos dejó a todos los que lo protagonizamos, y que fue lo que se sintió en el reencuentro en las fábricas, fue la sensación de triunfo y el papel dirigente que había jugado el movimiento obrero. Yo personalmente tengo marcada mi vida en esa experiencia. Si hay algún momento que mostró que la clase obrera puede tomar el poder fue el Cordobazo.

-Al calor de eso vienen después las tomas de Perdriel.

-La primera toma de Perdriel tuvo que ver con que el sindicato no daba respuesta. La empresa nos suspendía o echaban compañeros y el sindicato lo tomaba como que era uno más, como se vive mucho actualmente. Vinieron elecciones de delegados y nosotros teníamos nuestros candidatos, y la empresa, en acuerdo con el sindicato, los cambia de planta. Ante eso nos oponemos, lo resistimos, y vamos a la toma de fábrica. Una toma con rehenes, en la que todos los compañeros vivieron una situación que no se les había planteado nunca, y frente a lo cual sintieron que todo lo que ellos conocían y sabían hacer servía para esa acción y todo el armado de la seguridad. Eso termina con un triunfo. Nos plantamos en que nosotros mismos, elegíamos nuestros representantes, no nos los imponían. Mostró la importancia de tener delegados propios, representantes de la clase, y se empezó a imponer la democracia sindical. La segunda toma fue junto con las demás fábricas, y ahí Torres lo calculó para liquidarnos. Terminamos todos presos, y ya no entramos más a la fábrica. Nos echaron a todos. A partir de ahí arranca todo el proceso de recuperación del sindicato que encabeza Salamanca.

-¿Cómo es que en este proceso decidís incorporarte a la militancia partidaria?

-Después del Cordobazo, yo sentí que ya tenía una identidad de clase, y que con la Primero de Mayo se podían hacer muchas cosas, pero no se podía tomar el poder, que tenía que haber una organización revolucionaria. En ese tiempo eso se discutía mucho, y a mí me ayudó mucho Antonio. Cuando salgo de la cárcel, Antonio organiza una reunión, en la que viene Otto Vargas, que era el secretario general del Partido, viene Salamanca, y Antonio me propone incorporarme. Entonces ahí yo le digo, “¿pero ¿cómo? ¿yo no estoy incorporado ya?”, porque yo hacía un tiempo que ya me sentía que estaba. Ahí mi primera tarea fue seguir yendo a la puerta de la fábrica, armar reuniones para leer el diario, y en una Conferencia me incorporo al Comité Regional para atender al movimiento obrero como responsable de la prensa. Yo antes recibía el periódico, pero no lo hacía mío. Ahora pasé a distribuirlo, a armar volantes usando los artículos, a que la presencia del Partido fuera guiando la práctica. La prensa fue vital en la estructuración del Partido en Córdoba y como unificador de la línea.

-¿Cómo dirías que Gody y Salamanca entendían la línea de masas en el movimiento obrero?

-En primer lugar, era poner en claro que la clase obrera como clase, más allá de que fueran peronistas, radicales, eran todos explotados. Eso nos puso en un lugar que nos dio una gran ventaja, de ahí vino la consigna de la lucha junto a las masas peronistas, y la pelea por unir a la clase para que logre la capacidad de hacer bocetos insurreccionales como fue el Cordobazo. Partir de un eje de clase. Salamanca tenía una visión revolucionaria proletaria. Antonio logró dirigirlo a René, lo que no era poca cosa, y se alimentó con una visión de clase muy aguda que tenía René. Creo que esas dos cosas se conjugaron y a nosotros nos hizo pegar saltos, en la conciencia y en la visión de clase.

-¿Cómo impactó el golpe y la dictadura en el movimiento obrero y el Partido de Córdoba?

-Yo personalmente tuve un golpe muy duro. Nosotros habíamos sido los que habíamos denunciado el golpe. Pero yo trabajaba en una metalúrgica y el 24 de marzo del ‘76, como a las 10 de la mañana aparece Antonio desencajado y me dice que no lo encontraban a René. Eso me pegó un golpe, se me cerraron las salidas. Yo creo que el Cordobazo nos había enseñado un camino de masas, pero nosotros subestimamos al enemigo. Nos fuimos a una casa de un compañero, y había milicos por todos lados, ahí nos quedamos unos días. Nos habían pegado en la segunda cabeza del Partido de Córdoba y el principal dirigente de masas que teníamos. Ahí sentí que teníamos una cabeza revolucionaria, pero no teníamos un poder revolucionario para dar respuesta. Antonio nos ayudó mucho a entender que había que cuidar la organización. El abandono de tareas contra el golpe realizado el mismo 24 de marzo en la fábrica de Santa Isabel no fue difundido por nadie y el movimiento obrero de Córdoba fue diezmado. Nosotros metimos un volante en fábrica, pegamos afiches, hicimos pintadas y pegamos unas 10.000 obleas por la aparición de René. Pero a Antonio lo estaban persiguiendo mucho, y entonces él se va a Buenos Aires; y yo quedo al frente del Partido en Córdoba. Y en Buenos Aires lo secuestran a Antonio. Yo me quedo casi un año en Córdoba, pero ya me habían ido a buscar dos veces. De acá salto a un lugar en la sierra, en el sótano de un hospital; y después voy a San Juan a lo de una cuñada, donde estuve unos 6 o 7 meses; y finalmente nos vamos con mi familia a Buenos Aires. En el Partido de Córdoba se hizo un desparramo. En Buenos Aires sigo con una tarea partidaria en el movimiento obrero, después viajo a China en el ‘78, y recién vuelvo a Córdoba en el ‘82, con la tarea de reorganizar el Partido con los que íbamos regresando. En las relaciones nuestras había mucho miedo. Nos costó, pero de a poco fuimos rearmando.

-¿Volviste a ver el espíritu y la combatividad setentista en Córdoba?

-No tan así, pero sí noté que la referencia del Cordobazo no se había perdido, y eso ha mantenido viva esa llama. Sí lo de la Cervecería Córdoba en 1998, que fue una gran reivindicación, 105 días que a mí me tuvieron constantemente ahí, y que creo ha quedado muy ligada al Cordobazo en la historia del movimiento obrero. Movilizó la CGT de Córdoba, hubo dos paros activos con manifestación. Fue una lucha que conmovió la provincia, en la que las mujeres jugaron un papel importantísimo, superior en cierta forma a los ‘70. Los compañeros de esa lucha hasta hoy son muy reconocidos; y los compañeros nuestros que estuvieron ahí hoy son dirigentes.

-¿Cómo viviste la ruptura partidaria del 2013 y toda la tarea de volver a reconstruir el comunismo revolucionario?

– Mirá, yo soy de los que empezó antes a cuestionar cosas, junto con otros compañeros, los que hoy conformamos el CR. Para mí fue doloroso, porque no pensaba en una ruptura sino en una profunda autocrítica que volviera a los valores de lo que había sido nuestra experiencia en la lucha por el comunismo. Hay muchos de los que finalmente no rompieron que estaban ahí presentes también, y terminaron haciendo oportunismo. Yo creo que hubo un tema y un error que fue el comportamiento en los ‘80 y ‘90, cuando empezaron a quedar vacías las fábricas. Ahí se tomó lo del hambre y la desocupación, pero algunos hicieron base principal en esos sectores y no en los miles que quedaban fuera de las fábricas. Después lo intolerable fue lo de la relación con la Sociedad Rural y con Alvarado de El Tejar; y en vez de una autocrítica se hizo una reafirmación. Mirá, el comunismo es un camino largo, pero es un camino que va a terminar con la explotación del hombre con el hombre, el camino más justo para que tengan mayor felicidad las masas populares, donde las fábricas van a ser de los trabajadores, y vale la pena luchar por eso. Yo creo que ellos pensaban que nosotros íbamos a volver con la cabeza baja o que íbamos a desaparecer, y eso se ha transformado en su contrario. Porque es una contradicción que nosotros hemos resuelto revolverla a favor del comunismo.

-¿Cómo ves hoy al movimiento obrero y popular de Córdoba?

-Ha tenido golpes muy fuertes. Se nota la ausencia de líderes como Salamanca, de dirigentes en los que la masa había depositado su fidelidad. Y ha crecido una idea como si la clase obrera fuera toda aristocracia. Las relaciones laborales en la producción han cambiado mucho, poniendo más distancia de los obreros con los medios de producción. Y hay muchos sindicatos que reciben prácticamente las órdenes de las patronales, como cuando comunican los despidos y las decisiones de las empresas a los obreros. Yo creo que se puede reconstituir si el movimiento obrero asume un papel político, y hace falta recuperar el rol de los delegados y las comisiones internas. No dejarles las manos libres a los dirigentes sindicales, y ganar el protagonismo de la masa para afirmar eso. El salto al poder que tiene que prepararse para dar la clase obrera. Hoy, frente al macrismo, hay que tener cubierta la movilización de las masas en la calle, y que esas masas lleguen a entender la importancia que tiene la clase obrera para tomar la dirección de todo eso, y romper con lo que te imponen para volver a lo del clasismo y la democracia sindical. Hoy no hay tanto de eso, pero lo poco que está saliendo a la calle la clase obrera ya parece que ha sido suficiente para que al gobierno le dé terror si se mueve la clase obrera, en un contexto de fuerte disputa en las propias clases dominantes. Y hay un cambio en calidad, con un aporte muy grande en las fábricas y lugares de trabajo, que son las mujeres, que están viviendo la experiencia de la defensa de sus reivindicaciones específicas.

-Después de 50 años, ¿por qué seguís creyendo en la revolución?

-Bueno, primero porque entendí que no podés seguir toda la vida siendo explotado y sirviendo a una clase que es enemiga. Un país tiene fronteras, y cuando se habla de la dependencia se habla de eso, y en el caso de la clase obrera no tiene fronteras, es explotada en todo el mundo. Por eso, cuando uno dice que hay que hacer posible lo necesario, el comunismo es la bandera de la liberación y de una vida muy superior, para que la clase obrera deje de ser explotada y tenga el poder, al frente de todo el pueblo. La historia de la humanidad no terminará con el comunismo, será una etapa, pero será una de las mejores etapas que va a vivir la humanidad. Y vale la pena lucha por eso. Yo soy un obrero orgulloso de ser comunista revolucionario. Después, hay que leer el marxismo, para entender lo que es una ciencia verdaderamente revolucionaria y para entender por qué hasta hoy sigue siendo una teoría que no pueden derrotar. Como se decía, hay un fantasma que sigue recorriendo el mundo.

Agustín Funes, hoy.