Decenas de miles de personas, se calculan alrededor de 800 mil personas, protestaron el domingo 16 de agosto en grandes ciudades de Brasil para pedir la destitución de la presidenta Dilma Rousseff. Los escándalos de corrupción y la endeble situación económica, la devaluación y el ajuste con reducción salarial y despidos agudizan la crisis política.
Fue la tercera gran protesta del año contra la jefa de Estado, reelecta en octubre tras manifestaciones similares en marzo y en abril. La lucha por arriba es muy intensa con idas y vueltas. En los últimos días, Dilma logró decisiones favorables en el Poder Judicial y también solidificó su alianza con el presidente del Senado, Renan Calheiros, lo que sirvió para aislar al opositor jefe de la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha.
El ex presidente Fernando Henrique Cardoso también pidió la renuncia de la presidenta y la participación del senador opositor y José Serra en la marcha del domingo. Esto muestra que sectores de la gran burguesía brasilera opuestos a Dilma y Lula buscan montarse en el descontento popular, lo que hace necesaria la independencia de los sectores populares en la lucha.
En Brasilia, Sao Paulo, Rio de Janeiro y otras grandes ciudades, manifestantes atacaron al ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva. En la capital federal del país, un enorme muñeco inflable vestido de preso con la cara de Lula acompañó a las 25 mil personas que marcharon por las zonas de edificios públicos de Brasilia.
En Rio de Janeiro los manifestantes marcharon en la playa de Copacabana. La mayor convocatoria fue en San Pablo, en la emblemática Avenida Paulista, en la que se calculó 135 mil participantes. También hubo marchas en ciudades como Belém (Pará), Maceió (Alagoas) y Salvador (Bahía).