Otro ajustazo sobre las espaldas del pueblo brasileño. Proimperialista y antipopular como el anterior. El nuevo recorte presupuestario, anunciado el viernes 19/2 por Dilma Rousseff, será por 5.780 millones de dólares. En octubre, hace apenas cuatro meses, el gobierno “trabalhista” ya hachó los gastos del Estado en casi 7.000 millones de dólares; aumentó los impuestos, congeló el salario de los estatales y achicó en un 50% los subsidios a los agricultores. Los “ajustes” implican centralmente bajar el presupuesto de todo lo público, como la salud, la educación, los planes sociales y las obras públicas.
Ahora el gobierno prácticamente duplica el déficit previsto para este año: el “rojo” de la producción brasileña (PBI) sumaría casi 15.000 millones de dólares. Es el tercer año consecutivo que las cuentas públicas cierran en rojo. El Banco Central del Brasil estimó que en 2015 la economía se achicó un 4%; y la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) fijó sus previsiones para 2016 en otra caída del 4%. Es decir que en dos años la producción del Brasil se contraería un 8%: una cifra brutal que significa millones de desocupados y un agravamiento masivo de la miseria y la pobreza.
En el último par de años, la economía brasileña dejó de ser el “modelo” que todos los imperialismos promovían como ejemplo para América latina. Standard & Poor’s y Fitch colocaron al Brasil en los llamados “bonos basura”. Sin hacerse cargo de nada, las mismas “agencias” financieras imperialistas que levantaban al Brasil de Lula y Dilma como paraíso de la inversión extranjera, ahora convocan alarmados a sus patrones y socios a huir de los bonos del país sudamericano.
El Brasil es también sacudido por una aguda crisis política que amenaza a Dilma Rousseff con denuncias de corrupción que afectan al núcleo del oficialismo –incluido Lula– y con la apertura de un juicio que podría desembocar en la destitución de Dilma.
La creciente dependencia de las exportaciones brasileñas hacia China y la “asociación estratégica” con esa potencia dejaron al Brasil preso de los temblores de crisis en la propia China, expresados en la baja de sus compras, la caída de sus Bolsas y la devaluación del yuan. Y, como Brasil es el principal socio comercial de la Argentina, su crisis económica y política golpea también a nuestro país.
El plan liberal de la socialdemócrata Dilma
Además de la brusca caída en las cifras del PBI, Brasil sufre una altísima inflación (aunque es un tercio de la de Argentina), un marcado aumento de la desocupación y un tremendo agujero en las cuentas públicas. El gobierno “trabalhista”, responsable de haber sostenido la dependencia económica que da lugar a la actual catástrofe, ahora usa la crisis para pretender justificar su brutal plan de ajuste fiscal.
El mayor recorte –por más de 1.000 millones de dólares– se aplicará en el “Programa de Aceleración del Crecimiento” (PAC), que abarca grandes obras de infraestructura como represas y rutas y que era la “estrella” del plan “desarrollista” de Lula-Dilma –apoyado por todos los imperialismos y las “agencias calificadoras”–. Con el PAC el gobierno endeudó al Brasil hasta el cuello y ahora le hacen pagar esa deuda al pueblo con recortes presupuestarios y salariales; y obviamente con despidos en masa como los que habrá en las propias obras del PAC. El desempleo ya afecta a más de 9 millones de brasileños, un 40% más que un año atrás. Y los especialistas indican que se profundizará aún más este año.
También será hachado el presupuesto de los ministerios de Salud y de Educación. Y esto a pesar de que la propia Dilma cacareaba que la inversión en obras de infraestructura era clave para retomar el crecimiento; a pesar, también, de que el año pasado comenzó su segundo mandato con el lema “Patria Educadora”; y de que el recorte en Salud se produce mientras el Brasil está conmocionado por la epidemia del zika. Encima, el plan de recortes fiscales prevé disminuir el “gasto” congelando el salario mínimo de los estatales.
Este programa, de innegable tufo ultraliberal y fondomonetarista –como era esperable por los ministros de Economía que Dilma trajo en su segundo mandato, primero Joaquim Levy y después Nelson Barbosa– no hace más que seguir destruyendo el mercado interno y empeorando las condiciones de vida populares, para garantizar la tasa de ganancia de los monopolios y de los grandes grupos bancarios locales y extranjeros no ligados a la reactivación del mercado interno sino a las exportaciones primarias –soja, hierro, petróleo– y al capital financiero imperialista.
Crisis económica y política
Brasil es el principal socio comercial de la Argentina. Es el gran comprador de nuestras exportaciones de autos, pero también de muchos productos agrícolas como ajos, cebollas, aceitunas, aceites, peras y manzanas. Pero ahora su demanda está planchada, la cantidad de desocupados creció un 40% en un año y ya supera los 9 millones: las perspectivas para la economía-también-dependiente argentina son negras.
El neodesarrollismo de Lula Da Silva y Dilma Rousseff generó crecimiento de la economía del Brasil mientras las condiciones externas fueron favorables. El país hermano fue promovido al grupo de los “emergentes” del grupo BRICS; y se alentó la ilusión de lograr “desarrollo” y de salir de la dependencia y el atraso sin terminar con el latifundio ni con el control de los resortes económicos fundamentales por parte de los monopolios imperialistas. En cambio, se profundizó la alianza con sectores de la oligarquía terrateniente, industrial y financiera del Brasil y la “asociación estratégica” con el ascendente imperialismo chino. Es decir, manteniendo las estructuras responsables de la dependencia y el atraso.
La crisis mundial aceleró la crisis interna y Dilma no vaciló en descargarla sobre las espaldas populares. Lo que logró fue profundizar el desprestigio de su gobierno y las protestas contra la política ajustadora y proimperialista del PT, facilitando así las maniobras de otros sectores proimperialistas de la oligarquía brasileña que embaten con la demanda de juicio político para voltear a Dilma, debilitada, además, porque el oficialismo está embarrado hasta el cuello en la interminable sucesión de escándalos de corrupción que involucra a las mayores compañías estatales –como Petrobrás– y cuyos hilos suben hasta Dilma y Lula. La oposición grita a voz en cuello contra el PT, pero sus representantes parlamentarios tienen las manos manchadas en el mismo barro.