Brasil: ¿empieza a cambiar el viento?

Jair Bolsonaro, el energúmeno fascista que gobierna Brasil desde el pasado 1º de enero y que creyó tener luz verde para imponer sus políticas antipopulares y antinacionales al servicio de los grandes industriales y terratenientes brasileños y de sus socios imperialistas de todos los colores, empieza a encontrarse con la horma de su zapato. Por segunda vez en apenas dos semanas, decenas de miles de estudiantes y docentes brasileños ganaron las calles el jueves 30 de mayo en las grandes ciudades de 25 de los 28 estados del país. Al reclamo contra el hachazo presupuestario se sumó el rechazo a la llamada “reforma jubilatoria”, de igual perfil fondomonetarista que su símil argentina.

Tras la marcha anterior (15 de mayo) Bolsonaro calificó a los estudiantes de “idiotas útiles”, y el ministro de anti-Educación Abraham Weintraub prohibió a los profesores, alumnos y padres organizar marchas contra su política. Las gigantescas movilizaciones del 30 fueron respuesta y desafío. Desafío incluso al lastimoso intento bolsonarista de sacar el domingo a las calles, envueltos en la bandera verde-amarela, a una parte de sus electores para contrarrestar la ola de repudio que crece y provocar, si fuera posible, choques callejeros que “demostraran” que la “contra” “no lo deja gobernar”.

La verdadera dictadura oscurantista y represiva impuesta por Bolsonaro y su banda (que tanta empatía recíproca genera con el macrismo argentino) ya anunció el corte de más del 30% del presupuesto de las universidades públicas y planes para privatizarlas. A la ola de rechazos que siguió, el gobierno respondió amenazando extender la baja presupuestaria a todos los niveles de la educación y chantajeando a los partidos parlamentarios con la promesa de que si votan a favor del hambre de los jubilados el gobierno quizá ceda parte de la reducción del presupuesto universitario.

La ofensiva bolsonarista va mucho más allá de las cuentas fiscales. Trata de quebrar al potente movimiento estudiantil-docente, cuya movilización combativa podría pinchar el globo de mentiras y promesas rimbombantes (estilo Durán Barba) que lo catapultaron a la presidencia. Siguiendo otra de sus fuentes ideológicas inspiradoras -el fascismo franquista en la España de los años ‘30-, Bolsonaro y su banda emprendieron una campaña propagandística brutal contra la educación, la cultura y el conocimiento afirmando que los campus universitarios son antros donde se consumen drogas y se practica la “liberación sexual”, que la investigación científica es innecesaria y que los libros son un lujo superfluo (uno de los ministros militares del gabinete de Bolsonaro dijo que ya no lee libros porque le basta mirar WhatsApp…).

Estos escasos cinco meses de gobierno han sido una demostración tan devastadora de la ineptitud política y la prepotencia represiva de “Bolso” (y de sus hijos convertidos en voceros de la línea presidencial) que ya hasta los grandes medios ligados a la oligarquía brasileña empiezan a tomar distancia con críticas y con ironías, y a promover como figura de recambio al vicepresidente, el general Olimpio Mourao, que tira algunos cables a ciertos partidos de la oposición revistiéndose de “dialoguista”.

Al menos puertas afuera esta táctica le ha dado algún resultado. Pese a toda la cháchara de seudo-nacionalismo y servilismo proyanqui y antichino durante su campaña presidencial, la banda bolsonarista viene dando señales de “realismo” en el plano internacional. Semanas atrás Mourao estuvo de visita en Pekín; el vice fue recibido personalmente por el presidente chino Xi Jinping, ante quien mendigó la inclusión de Brasil en el megaproyecto chino de la “Nueva Ruta de la Seda” y ofreció “seguridades” al grupo BRICS, del que Brasil forma parte con Rusia, India, China y Sudáfrica y del que asumirá la presidencia rotativa en noviembre y que tendrá una sede bancaria en San Pablo. Es mucha la relevancia de las compras chinas de soja para los latifundistas y pools brasileños, y Brasil es el principal destino de las inversiones y préstamos chinos en la región: por lo tanto eran previsibles, más allá de la cháchara preelectoral, los actuales pasos de distensión con el acercamiento al imperialismo ascendente…

Creciendo semana a semana

Hacía muchos años que no se veían manifestaciones tan masivas en Brasil. El reformismo neodesarrollista y conciliador de Lula Da Silva y Dilma Rousseff se dedicó a cooptar dirigentes y diluir toda lucha social que se propusiera avanzar en el camino de la reforma agraria y en un rumbo antiimperialista y revolucionario. Dilma pagó esa conciliación con el golpe “institucional” de Temer; Lula con la cárcel; y ambos con las elecciones proscriptivas y truchas con las que Bolsonaro manoteó el botín de la presidencia.

Más que en otros momentos -de hecho desde fines de los años ‘60- la seudo-democracia brasileña muestra crudamente sus lacras y la juventud está muy politizada frente a hechos en cadena como el golpe de Temer, el autoritarismo judicial, el asesinato de la dirigente popular Marielle Franco, la detención arbitraria de Lula, un proceso electoral manipulado, y ahora la brutal desnudez de las políticas bolsonaristas contra el pueblo y en particular contra los estudiantes.

Estas marchas pueden ser los primeros vientos de un nuevo clima. La banda gobernante brasileña podrá proclamar su admiración por la ignorancia, pero los estudiantes, docentes e intelectuales que aspiran a poner sus conocimientos al servicio del país y del pueblo pueden no querer soportárselo.