Raúl Castro propuso al gobierno de los Estados Unidos una «convivencia civilizada». Hace tiempo ya que los dirigentes cubanos cambiaron por esa fórmula liberal-burguesa la coexistencia pacífica entre países con regímenes diferentes, contracara del internacionalismo proletario y revolucionario de los países socialistas. En el contexto de la actual crisis mundial, que golpea a sus principales socios, la dirección de Cuba necesita esa «convivencia» para asegurarse la «supervivencia».
La visita de Obama y sus acuerdos con la dirigencia de La Habana son la explicitación o sinceramiento de lo que Cuba ya era: un país profundamente dependiente, que hace ya mucho tiempo abandonó el camino socialista para transformarse en un capitalismo de Estado, con posiciones firmes frente al imperialismo yanqui pero sujeto por lazos económicos, políticos y militares a distintas potencias imperialistas rivales de Washington: la URSS hasta los años ‘80, países europeos como España y Francia desde los ‘90, y crecientemente China.
Entre 1990 y 1993 Cuba transitó el llamado “período especial”: su producto interno bruto (PIB) se había desplomado más del 40% debido a la desintegración de la Unión Soviética, convertida durante tres décadas en su casi único comprador y proveedor. En los ‘70 la profunda dependencia de Rusia había llevado a la dirigencia cubana hasta a transformarse en peón del expansionismo militar de Moscú. En la actualidad Cuba importa cada año más de 2.000 millones de dólares en alimentos; en esas compras se le va casi el 40% de sus ingresos por exportaciones.
Cuando Raúl Castro sucedió a Fidel en 2006, el capital extranjero ya había conquistado posiciones significativas en la economía cubana, el turismo extranjero se había convertido en el eje económico del país, y buena parte de los inmensos avances de la Revolución en educación, salud y derechos sociales se habían revertido. Mientras tanto, crecían rasgos y lacras del capitalismo como el cuentapropismo privado, la corrupción de los funcionarios y la prostitución. Ya Fidel en los ’90 había abierto el sector turístico y las telecomunicaciones a la inversión extranjera, principalmente de monopolios europeos.
Luego, en el sector agrícola Raúl otorgó en usufructo 1,7 millones de hectáreas a más de 200.000 granjeros privados para reanimar la agricultura. Paralelamente, en los centros urbanos se estimuló el desarrollo de un «sector privado», especialmente de cuentapropistas: restaurantes –conocidos como “paladares”–, transportes de carga y pasajeros, alquiler de viviendas y habitaciones, peluquerías, zapaterías y sastrerías. En enero último sumaban medio millón: casi el 10% de la población económicamente activa (PEA). En las ciudades ya operan mercados privados de productos agropecuarios, que fijan sus precios en base a la oferta y la demanda, sin intervención del Estado.
Con todo esto no puede sorprender que en la sociedad cubana comiencen a existir sectores enriquecidos, especialmente funcionarios ligados a esos emprendimientos privados y respaldados por sus posiciones en el estado, mientras las grandes mayorías sobreviven malamente.
El cuadro se hace aún más penoso con la nueva Ley de Inversión Extranjera aprobada en junio de 2014, que avanza sobre la de 1995 en mayores concesiones al capital imperialista, al que se le permite entrar en todos los sectores salvo la salud, la educación y las fuerzas armadas; eximiéndolo durante ocho años del pago de impuestos sobre ingresos personales y sobre sus utilidades, y permitiendo la creación de empresas de capital 100% extranjero (antes sólo podían serlo hasta el 49%).
En la actualidad el «sector privado» creado por las reformas de Raúl Castro emplea a casi el 30% de los trabajadores. Todavía una parte considerable de la población depende de los subsidios y los salarios estatales; y muchos completan su sustento con las remesas que les envían sus familiares desde el exterior, que en total superan los 2.000 millones de dólares al año.
El paso de Obama por La Habana viene, así, a reafirmar el camino de dependencia y capitalismo estatal-privado que la dirección cubana emprendió hace ya décadas y que ahora se sincera cada vez más.