El Che y la construcción socialista en Cuba

Tras cinco décadas de su muerte, y a pesar de todas las manipulaciones y falsificaciones de que fue y es objeto, Ernesto Guevara, el “Che”, sigue siendo un ejemplo de luchador inclaudicable por la causa de la revolución y el comunismo.

Pero no solo eso. El Che fue también un gran estudioso del marxismo y tuvo un lugar destacado en las polémicas sobre la construcción del socialismo. Esto viene suscitando distintas producciones y debates, sobre todo desde la tardía publicación en 2006 de sus críticas al “Manual de Economía Política” de la URSS. Y echa luz también sobre las circunstancias y las decisiones que llevaron al afianzamiento de la monoproducción azucarera y la dependencia respecto de la Unión Soviética, y finalmente a la brutal crisis económica cubana de los años ‘90 que muchos quisieron presentar como la evidencia del fracaso de la revolución y el socialismo.

La Revolución Cubana

El triunfo de la Revolución Cubana en 1959, liderada por Fidel Castro y con un gran protagonismo del Che, fue un hecho de gran trascendencia. La revolución había triunfado llevando adelante la lucha armada en una pequeña isla del Caribe, a escasas millas del imperialismo norteamericano. Objetivamente, ya esto chocaba de cuajo con las posturas soviéticas que se habían impuesto con el XX Congreso del PCUS en 1956, que preconizaban la “vía pacífica” para la toma del poder y la “coexistencia pacífica” con los EEUU. O sea: la Cuba revolucionaria nació en polémica con la línea imperante en la URSS, donde –según se precisaría luego– ya se había producido la restauración capitalista.

Tras la toma del poder, rápidamente se procedió a destruir lo que quedaba del aparato estatal construido por los terratenientes y el gran capital cubano e imperialista, y se tomaron una serie de medidas para transformar la estructura económica de Cuba. Se llevó a término la Reforma Agraria, que expropió y prohibió la propiedad latifundista, se nacionalizaron las empresas estratégicas y se tomaron medidas en beneficio de los sectores populares, como el aumento general de salarios y la reducción de los alquileres.

La creciente hostilidad del gobierno norteamericano, que intentó ahogar económicamente a la revolución reduciendo sus compras de azúcar y dejándola sin petróleo, y más tarde promoviendo atentados, la invasión de Bahía de Cochinos y el bloqueo económico, llevaron a acentuar cada vez más la radicalización del proceso, expropiando todas las compañías imperialistas y de los capitalistas cubanos. Y llevó también a la profundización de las relaciones con los países del Tercer Mundo, China y también la Unión Soviética. La URSS, en particular, se dio una fuerte política de acercamiento a Cuba, comprando su producción azucarera, proveyéndola de petróleo y ofreciendo apoyo militar, lo que se tradujo en un progresivo aumento del peso del PC cubano en el gobierno revolucionario.

En abril de 1961 Fidel Castro proclamó el carácter socialista de la revolución. Pero la cuestión no terminaba ahí: ¿qué significaba construir el socialismo? Y, más aún, ¿cuál era el camino a seguir en un país atrasado y dependiente como Cuba?

La construcción socialista en Cuba

Desde el triunfo de la revolución, Guevara había sido uno de los principales promotores de su radicalización, y cada vez más fue cumpliendo un rol clave en cuanto a la política económica, siendo designado presidente del Banco Nacional y Ministro de Industrias, además de uno de los encargados de las relaciones internacionales.

Los desafíos eran grandes. En los primeros dos años de la revolución el nuevo Estado cubano prácticamente había tomado el control de toda la economía de la isla, lo que sentaba las bases para la construcción socialista. Pero el atraso económico y el bloqueo norteamericano, que impedía a muchos países comerciar con Cuba, dificultaban la tarea. En este marco se abrió lo que se conoce como “el Gran Debate sobre la economía cubana”, que en última instancia fue expresión de una aguda lucha de líneas en el seno de la revolución en torno a la posibilidad de la construcción socialista y de un rumbo independiente para la isla.

El Che desde el principio tuvo una línea definida: Cuba debía proceder a una completa liberación e independencia económica para lograr una verdadera soberanía política, y para esto era necesario fomentar la industrialización y la diversificación agraria para romper con el monocultivo azucarero y diversificar lo más posible el comercio exterior para evitar toda atadura con un monomercado (ver Vamos! Nº61). Sobre esta base se podría fortalecer la economía cubana para así avanzar en la satisfacción de las necesidades populares. Pero el Che iba más allá: sostenía que “no se puede llegar al comunismo por la simple acumulación mecánica de cantidades de productos”, y que “el socialismo económico sin la moral comunista no me interesa. Luchamos contra la miseria, pero al mismo tiempo luchamos contra la alienación”.

La polémica estaba abierta, porque los planteos del Che cuestionaban y contradecían la línea impulsada desde la URSS y que fue predominando en Cuba. Esto puede verse de manera explícita en su crítica al “Manual de Economía Política” de la URSS, realizada durante su estancia en Praga en 1966 y ocultada durante cuatro décadas. Allí, el Che desarrolló en profundidad sus cuestionamientos y sostuvo que por el camino adoptado en la Unión Soviética “se está regresando al capitalismo”. Los puntos de contacto con la crítica que por entonces se desarrollaba desde China son evidentes, si bien el Che no llegó como Mao Tse-tung a definir que en la URSS se había restaurado el capitalismo, convirtiéndose en socialimperialista, y creía que era necesaria la unidad del “campo socialista” y el Tercer Mundo contra el imperialismo yanqui.

Muchos pretenden reducir las posiciones del Che a una polémica con el dogmatismo soviético. Pero el punto clave es que estaba abierta una lucha de líneas en el seno del gobierno cubano. Así, el debate público se plasmó en torno a cómo organizar el nuevo sistema económico y cómo fomentar el aumento de la producción, y en sus presupuestos teóricos.

Por un lado estaban las posturas que seguían los lineamientos de la URSS, que impulsaba en la agricultura el Sistema de Cálculo Económico, que planteaba que las empresas estatales debían tener un alto grado de autonomía contable, rigiéndose por la competencia y la ganancia, haciendo un amplio uso de la ley del valor y las relaciones mercantiles heredadas del capitalismo, y promovía la utilización de los estímulos materiales, dando premios económicos a los mejores trabajadores. El Che, por el contrario, fomentaba en el área industrial el Sistema Presupuestario de Financiamiento, que priorizaba la planificación económica centralizada en función de las necesidades sociales, limitando lo más posible y marchando hacia la eliminación del funcionamiento de la ley del valor y las relaciones de mercado, y daba impulso a los estímulos morales y colectivos, que sirvieran para combatir el individualismo y el egoísmo y para fomentar una nueva actitud hacia el trabajo. Sostenía que “el comunismo es un fenómeno de conciencia y no solo de producción”, y que por lo tanto la lucha no se daba solo en el terreno del desarrollo de las fuerzas productivas sino también en el de la superestructura, mediante la movilización revolucionaria de masas y la lucha político-ideológica para forjar el “hombre nuevo”.

El desenlace

Finalmente, la línea del Che no fue la que prevaleció en Cuba. Y no porque fuera “idealista”, porque fuera derrotada teóricamente o porque fracasara en la práctica, sino porque la dirección cubana, encabezada por Fidel Castro, optó por afianzar cada vez más los lazos de dependencia con la Unión Soviética y adoptar sus lineamientos económicos. En 1964 se firmó un acuerdo comercial con la URSS que se fundamentaba explícitamente en la “división internacional del trabajo socialista”, lo que fijaba para Cuba el viejo rol de productor de azúcar, y a esa altura el bloque soviético ya concentraba más del 80% de los intercambios comerciales de la isla. A su vez, se creó el Ministerio de la Industria Azucarera, sacando esa rama fundamental de la órbita del Ministerio de Industrias que dirigía el Che.

En esta situación fue que el Che pronunció su polémico Discurso de Argel en febrero de 1965, donde cuestionaba implícitamente la política soviética, planteando que el comercio entre los países del Tercer Mundo y los países socialistas no debía basarse en los precios internacionales impuestos por la ley del valor, y sentenciaba: “los países socialistas tienen el deber moral de liquidar su complicidad tácita con los países explotadores del Occidente” (ver Vamos! Nº 38).La derrota de su línea en la isla, y su profundo compromiso revolucionario internacionalista, llevaron al Che por otros rumbos, primero hacia el Congo y después a Bolivia, donde finalmente caería asesinado el 9 de octubre de 1967.

El rumbo posterior de Cuba, que se evidenciaría dramáticamente con la brutal crisis económica de la isla tras la caída de la URSS en 1991, confirmó en los hechos las críticas del Che. En este sentido, su práctica y sus polémicas en torno a la construcción socialista en Cuba, aunque no llegara a desarrollarlas a fondo,no hacen más que realzar su figura como dirigente revolucionario y como marxista-leninista.