Editorial | Urgen medidas extraordinarias

Frente a la voracidad de los monopolios, para frenar la inflación y defender el salario. La guerra de Ucrania y la creciente disputa interimperialista condicionan la política y la economía dependiente de la Argentina. Por una política internacional de no alineamiento.

La guerra en Ucrania no tendrá un desenlace rápido. La invasión rusa se pasó a centrar en el control y la anexión de tres regiones y la fuerza de la resistencia ucraniana, apuntalada por la OTAN con el reclutamiento de un millón de nuevos soldados, se prepara para sostener una guerra larga. Rusia ha tenido que asumir que el conflicto será prolongado.

No es que en el mundo la guerra sea una novedad. Porque, solo por tomar desde la que se desmembró a Yugoslavia, se produjeron las guerras de Somalia, Irak, Afganistán, Libia, Siria y muchas otras cortas o de incidentes permanentes, como por ejemplo entre Paquistán y la India. La particularidad de la guerra de Ucrania son sus protagonistas, además de la propia Ucrania: Rusia y la OTAN: alianza militar encabezada por EEUU, secundada por Reino Unido, Alemania, Francia, Bélgica, Italia, España, Holanda, Dinamarca, Luxemburgo, Noruega y Portugal, Grecia, Turquía, además de Canadá e Islandia. Hungría, Polonia, la República Checa se adhirieron en 1999, Rumania, Bulgaria, Eslovenia, Eslovaquia, Estonia, Letonia y Lituania en 2004, y en 2009 Albania y Croacia. En 2017 se sumó Montenegro, y luego por último Macedonia. Y ahora se proponen ingresar Suecia y Finlandia, que es limítrofe a Rusia. La ampliación de la OTAN ha sido parte de la agresividad y la hegemonía militar de EEUU tras el desmembramiento de la URSS en 1991.

Si con Trump, EEUU definió que su principal contendiente pasaba a ser China, con Biden volvió a poner en foco a la OTAN como su eje de alianza militar. Estos aspectos pueden verse contradictorios, pero no son antagónicos estratégicamente para EEUU. La desconexión o al menos no-dependencia energética de Europa del gas ruso pasó a ser una de las exigencias de esta estrategia. Alemania, Francia y España resistieron el giro. Pero la guerra larga empieza a imponer ese camino. Los lazos energéticos de Rusia también se reorientan a China e India, que integran el BRIC junto a Brasil.

A la vez, el conflicto desatado por el gobierno de Taiwán contra el gobierno de China se reinició en tiempos de Trump. Pero continúa con Biden porque ya es parte de la estrategia de EEUU como principal gatillo bélico con China. Alrededor de este conflicto, y otros en base al expansionismo marítimo de China que genera conflictos con varios de sus países vecinos, EEUU ha montado el Auskus: una alianza militar paralela a la OTAN, que forman EEUU, Australia y Reino Unido, y que ha invitado a Japón extraoficialmente a integrarse, aunque EEUU lo desmiente. A la vez, China acaba de expandir su presencia a las Islas Salomón en el Pacífico.

China se fue transformando en los últimos 40 años a partir del camino capitalista promovido Deng Hsiao-ping, tras el desplazamiento del maoísmo que había encabezado el proceso socialista desde 1949 hasta 1978. El camino capitalista convirtió a China en un país socialista de palabra y capitalista de estado en los hechos. La asociación con EEUU desde los ‘90, tras la caída de la URSS, motorizó el capitalismo mundial hacia adelante, basado en el bajo precio de su mano de obra superexplotada, desprovista además de sindicatos reales. Con inversiones de monopolios yankis y europeos bajo condición de asociación con el Estado, China obtuvo una escala productiva y una transferencia tecnológica como cuestión central de su desarrollo capitalista y luego imperialista, mediante la exportación de sus propios capitales monopolistas y financieros, hasta llegar su actual probable supremacía comercial. Con el despliegue de los acuerdos de la Franja y Ruta de la Seda, que incluyen inversiones en puertos, rutas y energía, esa supremacía comercial global se impondría. El tensamiento militar de la OTAN en Europa, promovido por EEUU, y el potencial conflicto bélico que le presenta Taiwán le salen al cruce. Por el momento, la supremacía en el plano militar es de EEUU, que basa su hegemonía ahora disputada por China no solo en eso sino también en el peso de su mercado interno, su hegemonía en el plano financiero y mediante su autoabastecimiento y alianzas también en el energético, además de su peso diplomático.

En esta nueva situación, China se embandera ideológicamente en “la globalización” de su expansión imperialista y EEUU en la “defensa de los intereses nacionales”, de su conocido estado imperialista y de “un mundo basado en reglas” (las de ellos) en reemplazo del derecho internacional. Con Biden, el eje “antiterrorista” fue secundarizado, pasando a promover como eje principal de polarización político-ideológico de propaganda a “países democráticos versus totalitarios”. Lo que por supuesto no le impide mantener su totalitaria presencia colonial en Irak, o su alianza con el Reino totalitario de Arabia Saudita, u otros regímenes dictatoriales mientras acuerden con sus “reglas”.

En un mundo dividido entre un puñado de países imperialistas y un conjunto de países oprimidos, los intereses de estas dos superpotencias capitalistas, sea bajo forma imperialista o social-imperialista, en ninguno de los dos casos es favorable en general al interés de los pueblos, ni de los países dependientes, coloniales o semicoloniales. Luego está la particularidad política en cada momento en el que, como identificó Mao Tse-tung cuando desarrolló la teoría de los tres mundos, siempre una potencia es la más agresiva.

Hoy la más agresiva en el mundo es EEUU y es la que puede, bajo estas condiciones, precipitar la guerra mundial. Poner el acento hoy solo en la “multipolaridad” imperialista en el mundo, si bien es así, no alcanza para describir la realidad. Porque el proceso de creciente bipolaridad es innegable.

¿Será la guerra en Ucrania un capítulo que se cerrará bajo un resultado frente a la invasión rusa, o será el primer paso hacia un conflicto mayor? Y en el segundo caso: ¿se alinearán todos los países de Europa con EEUU como parte de una bipolaridad creciente, o se manifestarán intereses segundomundistas, no interesados en que se precipite y ser parte de una contienda bélica mundial? Esto lo dirá la historia. Pero aún sin esas respuestas, el escenario más general en el que se inscriben la guerra de Ucrania y el conflicto alrededor de Taiwán ya está planteado.

Argentina y los cambios internacionales

En la reciente gira de Alberto Fernández por Europa, se entrevistó con el presidente de España, el canciller de Alemania y el presidente de Francia. Si bien esos son los países que presentan mayor resistencia al alineamiento europeo con la estrategia de EEUU, allí replanteó la impronta del último diálogo con Vladimir Putin en el que se ofreció como puerta de entrada de Rusia a América Latina. Ahora, algunas de sus declaraciones fueron: “Yo lo visité a Putin en un momento donde la guerra no existía, (..) no podemos avalar ningún acto de violencia y mucho menos una guerra de estas características”. A la vez que señaló: “Cuando se sanciona a Rusia, hay un sin fin de petróleo, de gas, de trigo que deja de llegar al resto del mundo.” “La verdad, ponemos en riesgo la seguridad alimentaria de muchas personas del continente y ponemos en riesgo la seguridad, la seguridad energética de muchos países del continente.” También declaró: “China es una gran potencia, pero que no tiene lazos culturales fuertes con América Latina, no tiene historia con América Latina” Aunque, en verdad, el 11 de abril Argentina ingresó formalmente a la Ruta de la Seda que en Latinoamérica también ya firmaron Panamá, Uruguay, Ecuador, Venezuela, Chile, Uruguay, Bolivia, Costa Rica, Cuba y Perú.

El 25 de abril visitó nuestro país la Jefa del Comando Sur de Estados Unidos, Laura Richardson, que se entrevistó con numerosos funcionarios, entre ellos la vicepresidenta CFK como “canje” de la foto con el Embajador en los días en que se lanzaba la ley para que paguen los que la fugaron. La generala vino con un mensaje claro: “les preocupan” la estación china de Neuquén bajo control del ejército chino, la posibilidad de concesiones cercanas al puerto de Ushuaia para una empresa de ese país y la construcción de la central nuclear Hualong. Aunque también, previamente a esta visita, funcionarios del área nuclear norteamericanos pusieron también palos en la rueda al desarrollo nuclear nacional del reactor modular Carem, que competiría con uno similar estadounidense. La cuestión tácita siempre con EEUU es el acuerdo con el FMI, donde prácticamente tiene poder de veto en cada revisión trimestral. Es que el propio desembolso de 46 mil millones a Macri apuntó a mucho más que solo su reelección, sino a condicionar en profundidad y permanentemente la política y la economía argentina como país dependiente fuertemente atravesado por la disputa interimperialista con cada vez mayor peso de ambas superpotencias.

Un balance necesario

La extrapolación que hizo CFK en Chaco, desde el capitalismo de Estado impulsado por Perón en su primera presidencia de 1945 al capitalismo imperialista de la China actual, se saltea el pequeño detalle de que Argentina era y es un país dependiente y China actualmente es una superpotencia imperialista. Los límites a las medidas nacionalistas e industrialistas de Perón en un país dependiente los puso la oligarquía con el golpe de estado del ‘55. El obstáculo, ayer y hoy, es la dependencia del imperialismo, no solo económica sino también política. La disputa interimperialista de la Argentina debe ser aprovechada para la liberación político-económica, pero en sí misma es solo una manifestación de que la dependencia de la Argentina es diversa.

El propio ejemplo que esgrimió CFK, sobre que con Perón Argentina fabricaba sus propios ferrocarriles y ahora los compra de China, grafica la relación de dependencia desindustrializadora que también avanzó de la mano del boom de la soja en los últimos 20 años. Precisamente, el resultado político del boom sojero al consolidarse fue el conflicto del 2008 y el proceso de proyección del macrismo porteño hacia el interior como su expresión en el programa de eliminación de las retenciones de Cambiemos.

La década de consumo popular tuvo como base económica el boom sojero y el 4 a 1 (peso/dólar) bajo la condición política de un gobierno que emergió de la crisis política 2001-2003 en el marco de un muy alto nivel de protagonismo popular. Internacionalmente, la alianza EEUU-China motorizaba el capitalismo y sinceraba, aceptando fuerte quitas en la renegociación de los bonos de deuda pública, las pérdidas en los balances de las empresas europeas inflados desde sus filiales argentinas y sudamericanas. El gobierno kirchnerista apostó al consumo popular como dinamizador del mercado interno y factor de estabilización económico y político. La estructura privatizada que dejó el menemismo perduró hasta el conflicto del 2008, que abrió un nuevo período político con los contendientes que aún hoy perduran. Tras el 2008 se estatizó el 51% de YPF, las AFJP, AYSA y Aerolíneas Argentinas, también como necesidad inexorable de financiamiento estatal ante la reacción reorganizada. Pero la crisis mundial del 2008 marcó el principio del fin de la alianza China-EEUU y, como consecuencia, detonó el conflicto con los buitres y Griesa, Con esto vino el estrangulamiento del crédito externo, el comienzo del proceso inflacionario y el consumo de reservas del BCRA. El descubrimiento de Vaca Muerta y el acuerdo inicial con Chevrón evitaron el colapso energético, pero también le sumaron a un EEUU que volvía a disputar con fuerza. YPF desarrolló el fracking y también entraron franceses, chinos, rusos, alemanes, etc.

El proceso de consumo popular fue entonces lo transitorio, en tanto la sojización reforzó la primarización y la dependencia aunque fuera en parte de un nuevo signo, como lo graficó la casi exclusiva compra de todo el material ferroviario a China a partir de allí, que el monopolio chino Cofco sea el principal concentrador-exportador del Paraná, la instalación de la estación de Neuquén, etc.

Lo que quedó sedimentado y reforzado a partir del triunfo macrista fue el agronegocio reforzado por la eliminación de las retenciones y Vaca Muerta. Se sumaron los proyectos de explotación del litio y del cannabis. Muchos monopolios industriales que abastecen el mercado interno local tuvieron pérdidas en los dos últimos años de Macri. Esto se tradujo en un acercamiento de la UIA al Frente de Todos. Pero la dirección de Funes de Rioja, que asumió en 2021, expresó el fin de ese acuerdo.

El Plan Productivo 2030 de Kulfas intenta regenerar ese vínculo, balanceando el crecimiento pos pandemia y sobre todo apuntando a duplicar exportaciones en base a lo agro-alimentario, al litio y la minería. Pero si los salarios son devorados por la inflación, el proyecto se reducirá a un modelo exportador con bajos salarios, tal como señaló CFK en Chaco.

Urgen medidas extraordinarias

Con la guerra de Ucrania subieron los precios internacionales de los alimentos. Antes, ya la demanda chin=a de carne había impactado en el precio local. La guerra será prolongada, no corta.

Ahora la India pasó a prohibir las exportaciones de trigo para asegurar su consumo interno. Es el segundo productor mundial. Los molinos locales en Argentina vienen de rechazar el fideicomiso al que prácticamente redujo “la guerra” contra la inflación el gobierno de Alberto Fernández. Feletti volvió a proponer retenciones chocando nuevamente contra el perfil “dialoguista” imperante en la línea oficial. Sin medidas de fondo, no hay plan antinflacionario. Lo mínimo a esta altura es subir retenciones y poner cupo exportador para garantizar el desacople de los precios internacionales, el abastecimiento interno y evitar la espiral de precios en el pan, los fideos y todo lo que se haga con harina de trigo.

El “modelo” menemista de puertos privados, Paraná bajo control privado, exportaciones e importaciones administradas por un puñado de monopolios además extranjeros, rige desde hace 30 años. El “modelo” menemista que tanto alaban Macri y Milei es hoy la principal causa de la inflación y por ende de los niveles de pobreza.

El gobierno viene de asignar el IFE4 de $18.000, de resolver el adelantamiento de los incrementos del SMVM, de otorgar un aumento a estatales del 60% escalonado. Todo esto es positivo. Pero sin medidas excepcionales sobre los exportadores, se lo volverá a tragar la inflación. A este ritmo de depreciación salarial, contra el que luchamos, difícilmente se sostenga el crecimiento de pos-pandemia. Urgen medidas del gobierno, apoyadas en la movilización popular, como faltó con Vicentín, para controlar los precios. Y si esto implica confrontar, habrá que hacerlo. Porque de lo contrario, “apostando al diálogo” con el poder económico y al cumplimiento de las metas del FMI, las consecuencias serían muy graves para el pueblo trabajador.