Tras 14 años de reconstrucción de las instituciones de este Estado, el balotaje sirvió para designar un presidente pero no logró despertar entusiasmo ni expectativa en el pueblo. Esto es clave porque, frente al paquetazo de ajuste y nuevo endeudamiento, el pueblo no puede esperar a que el gobierno tome aire. En cambio, necesita rápidamente unirse en la lucha sin quedarse a la espera de algún supuesto cambio en próximas elecciones que recién sería en dos años o cuatro años.
Cobra importancia entonces el debate acerca del período que se abre: ¿Es de “resistencia” y por lo tanto estaría a la orden del día la construcción de la alternativa electoral? ¿O se plantea un escenario de profundización del ajuste y dependencia que exige a los trabajadores y el pueblo hacerle frente con la lucha y un reagrupamiento anti ajuste, antimperialista y antiterrateniente? Al calor de esa práctica entonces se podrá ir forjando un frente político que esté a la altura de las circunstancias, ya sea para ser expresión popular en un escenario electoral o frente a una crisis política como la que desembocó en el Argentinazo del 2001.
En este contexto, las experiencias históricas como el Argentinazo, que marcaron un camino popular para terminar con las políticas opresoras, necesitan seguir siendo analizadas; no sólo para quienes llamamos a votar en blanco o no votar en este balotaje, sino también para los sectores populares que no quieren retroceder aunque optaron por algún “mal menor”.
Se vino el estallido
Por la tarde del 19 de diciembre de 2001 el Estado de Sitio decretado por De la Rúa fue el detonante que hizo estallar a un pueblo que, por propia experiencia, sabía que nada bueno podía venir con represión. La conciencia democrática ayudó a que el pueblo manifestara toda su bronca en una de las crisis económicas y sociales más graves de la Argentina. Primero debió renunciar el ministro Cavallo; luego, tras dejar 38 muertos, De la Rúa huyó en helicóptero desde la Casa Rosada.
El ciclo de crecimiento que se desarrolló con la convertibilidad había llegado a su fin, en el marco de una crisis económica mundial que se desarrollaba desde 1997. La situación social era explosiva, como habían mostrado las puebladas contra el hambre como el Santiagueñazo, Cutralcó (Neuquén) o Libertador Gral. San Martín (Jujuy). Hubo dos marchas federales y grandes luchas en el interior del país.
La Alianza (UCR + FREPASO) había llegado al gobierno en 1999 con expectativa de cambio de parte de sectores del pueblo. Pero a poco de asumir la represión dejó dos muertos en Corrientes; siguió una nueva estafa de la deuda externa con el Blindaje y el Megacanje (en el que participó el flamante presidente del Banco Central, Sturzenegger); la aprobación de la “ley Banelco” para más flexibilización laboral; el recorte del 13% a estatales y jubilados (con Patricia Bullrich como ministra de Trabajo); el intento de recorte en educación que terminó con la renuncia de López Murphy como ministro de Economía… El pueblo enfrentó estas medidas. Algunas pasaron. Otras fueron derrotadas. Así el pueblo fue marcando la cancha y se fue profundizando la división dentro de las clases dominantes.
En ese contexto, y luego del corralito que sumó más bronca mientras los bancos y funcionarios fugaban sus dólares, De la Rúa intentó sostenerse con la represión policial y el Estado de Sitio, que nunca logró efectivizar. Pero el pueblo fue más y mostró lo que es capaz de hacer cuando se decide a enfrentar sus enemigos. Se desató así una profunda crisis política y de representatividad de las instituciones de este Estado oligárquico-imperialista.
El desenlace
Eduardo Duhalde, que asumió tras cinco cambios de presidentes en una quincena, no cerró la crisis política. Aplicó una devaluación que hachó los salarios y benefició a los monopolios imperialistas y terratenientes exportadores, con eje en la carne y el trigo principalmente con destino a Europa y Rusia. El asesinato de Kostequi y Santillán en junio de 2002 marcó el principio del fin del duhaldismo en el gobierno. Pero la maldita policía de Fanchiotti, como expresión del Estado opresor, se impuso a sangre y fuego, mostrando los límites del grado de organización a que había llegado el pueblo. Así se derivó en el proceso político donde el kirchnerismo, muy débil, se alzó con el triunfo en las elecciones de 2003 mediante múltiples acuerdos.
El kirchnerismo se esforzó por interpretar lo que abrió ese gigantesco auge de masas y sus características. No resolvió el conflicto fundamental en un sentido popular, sino que expresó el surgimiento de una nueva hegemonía en las clases dominantes, reorientando la matriz productiva y de exportación (aprovechando la devaluación duhaldista) con eje en la soja y la minería junto al negocio automotriz, manteniendo la dependencia aunque asociándose a China en primer lugar. También sostuvo el saqueo con la deuda externa, hizo acuerdos con Chevron, instaló una base científico-militar china en Neuquén y en definitiva impulsó un consumo sin sustitución ni desarrollo nacional independiente.
La etapa del kirchnerismo estuvo teñida de concesiones al pueblo, que en muchos casos fueron a la vez golpes a sus adversarios en el seno de las clases dominantes. En gran medida logró reconstruir la crisis de representatividad de los de arriba y la imagen de las instituciones mediante esas concesiones, cooptaciones y apelando al doble discurso y a la memoria del pasado reciente. En definitiva, ha tratado de mostrar que con las elecciones se puede conquistar una solución a las necesidades populares.
Pero ahora, con el fin del ciclo de crecimiento económico, estamos padeciendo las consecuencias de la dependencia: inflación, nuevo endeudamiento, parálisis en el crecimiento, precarización, suspensiones y despidos.
Contextos latinoamericanos
El Argentinazo fue parte de la ola de puebladas en Argentina y América Latina contra las políticas de los ’90, comúnmente llamadas “neoliberales” (aunque más bien podríamos llamar ultra-liberales, o simplemente liberales). Políticas que avanzaron con gran peso del imperialismo yanqui, aunque de las cuales también sacaron su tajada otros imperialismos como los europeos y Rusia.
Fue la lucha popular la que puso fin a aquellos gobiernos. Inmensas puebladas tiraron abajo tres gobiernos en Ecuador (1996, 2000 y 2005) y dos en Bolivia (2003 y 2005). En 1989 ya se había producido el Caracazo y en 1994 se había lanzado el movimiento zapatista en Chiapas, México.
En este proceso también fueron surgiendo en el continente otros gobiernos con impronta antiyanqui, que se mostraron altivos cuando rechazaron el ALCA en Mar del Plata en 2005 y que otorgaron importantes concesiones al pueblo. Pero tampoco avanzaron en cambios de fondo que abran camino a la liberación. En cambio sembraron falsas expectativas en China y también Rusia, imperialismos a los cuales consideraron como “amigos de los pueblos” o con los cuales se promovió una “alianza estratégica integral”. Este período coincidió con el ciclo de crecimiento económico –el llamado “viento de cola”– que tuvo como una de sus características los elevados precios de materias primas y commodities, siendo –no por casualidad– China uno de los países más demandantes.
En los últimos años, esta realidad fue cambiando con el trasfondo de la crisis económica mundial que comenzó en 2008. Esta crisis se fue desarrollando y expresando de distintas formas en nuestro continente, y terminó afectando con fuerza a Argentina y otros países a partir de que China pasara a sufrir también las consecuencias de la crisis y de la baja del precio de los commodities. El “viento de cola” se transformó en “viento de frente” –que golpea nuestras economías a través de la dependencia que se ha sostenido– y apareció crudamente la cara del ajuste y la represión. Entonces, los Macri o los Capriles no surgen por una “derechización” del pueblo sino por la falta de soluciones, aumento de pobreza, desabastecimiento. Y porque no se ha abierto un cauce realmente liberador en nuestra América.
Vigencia
El Argentinazo y las demás puebladas de los ‘90 están en la memoria popular. Nos dejaron enseñanzas y acumulación de experiencia. Hablamos de las fábricas recuperadas, las corrientes combativas y democráticas en el movimiento obrero, los piquetes como forma de lucha de las organizaciones sociales y sectores de asalariados, las corrientes de izquierda y antiimperialistas en el movimiento estudiantil. Y mostraron la fuerza y legitimidad del pueblo, que cuando toma literalmente las calles está por encima de cualquier institución.
Algo semejante ocurre con el Cordobazo, que también bocetó el camino insurreccional. Tuvo, sin embargo, un elemento superior que fue comprobar el papel de los cuerpos de delegados de fábricas como organismos fundamentales para que la clase obrera pueda conducir al conjunto del pueblo.
Hoy la clase obrera y el pueblo siguen teniendo cuentas pendientes para la conquista de nuestra ansiada liberación, que será posible por este camino insurreccional que el pueblo ya ha bocetado tantas veces. Una es la recuperación sindical, especialmente en aquellos centros de concentración proletaria que por su importancia pueden conducir al conjunto del pueblo. También se requiere el desarrollo y fortalecimiento del partido revolucionario de la clase obrera, tarea en la que nos hemos dispuesto con la constitución del Comunismo Revolucionario (CR-PMLM).
En este proceso de acumulación de fuerzas para la conquista del poder, es también tarea de las fuerzas revolucionarias y antiimperialistas sintetizar las experiencias y trabajar para elevar a un nivel superior lo que anida en cada uno de los procesos y conflictos del movimiento obrero y popular, conquistando sus organizaciones de masas y creando los frentes únicos antiimperialistas y antiterratenientes para que el conjunto de los sectores populares, con la dirección de los trabajadores, pueda ser protagonista de la revolución de liberación nacional y social en marcha al socialismo. Solo profundizando el camino del Argentinazo alcanzaremos ese maravilloso objetivo.