El G20: una tregua nacida muerta

En una Buenos Aires prácticamente bajo sitio militar, la reunión del G-20 sirvió para muy poco. Tanto que hasta el presidente francés Macron advirtió que, si no se consiguen acuerdos concretos, estos encuentros internacionales “se vuelven inútiles e incluso contraproducentes”. La canciller alemana Ángela Merkel tampoco demostró gran entusiasmo y ni llegó para la foto de los presidentes.

Las mayores expectativas se centraban en la posibilidad de encontrar un cauce pacífico y negociado para la guerra comercial en curso entre Estados Unidos y China, pero la cena de los presidentes Donald Trump y Xi Jinping desembocó apenas en una frágil tregua. Tan frágil que en las mismas horas en que cenaban se producía en Canadá (por reclamo de la Justicia estadounidense y no se sabe si con conocimiento u orden del propio Trump) la detención de la vicepresidenta de la corporación informática china Huawei. El gobierno chino exigió su liberación inmediata. En los hechos la tregua de apenas tres meses entre las dos potencias voló por los aires cuando la tinta de las firmas aún no se había secado.

Los yanquis acusan a la gigantesca empresa china de haber comerciado con Irán productos fabricados en EEUU, en violación del embargo con que los imperialistas yanquis castigan el desarrollo nuclear iraní. La brusca medida contra Meng Wanzhou −que además de ejecutiva de Huawei, la segunda empresa mundial en telefonía celular, es la hija y heredera del dueño− muestra dos cosas: que el trasfondo del enfrentamiento comercial entre Washington y Pekín es el control del negocio de las tecnologías de punta; y que, aún más en el fondo, la confrontación entre las dos potencias no es comercial ni tecnológica, sino político-estratégica, incluyendo desde las normas –librecambistas y multilaterales o proteccionistas y bilaterales– que deben regir el comercio internacional, hasta la creciente polarización mundial, nuevos alineamientos, alianzas, potenciales bloques, y los aspectos militares que todo eso conlleva.

No sólo comercial

Los líderes de China y EEUU acordaron una tregua de 90 días, durante los cuales EEUU se “comprometió” a mantener en el 10% los aranceles a productos chinos y no implementar el aumento al 25% que iba a regir desde el 1º de enero. A cambio, China prometió comprar más productos agrícolas, energéticos, industriales y otros bienes estadounidenses para reducir el creciente déficit comercial bilateral que afecta a Washington (nada menos que 370.000 millones de dólares este año). De inicio estuvo claro que cualquier acuerdo a que llegaran en Argentina sería, en el mejor de los casos, una pausa táctica para aliviar a corto plazo a los mercados y a los agricultores estadounidenses nerviosos por los rebotes negativos de la guerra comercial, pero no una solución a la competencia geopolítica. Como señaló recientemente una revista académica, “los días en que las dos economías más grandes del mundo podían encontrarse a mitad de camino han pasado”.

Trump estaba urgido de volver a Washington con algún logro en las manos: su retroceso en las elecciones de medio término en noviembre muestra el descontento y la presión de corporaciones industriales a quienes las trabas comerciales les encarecieron mucho algunos insumos como el acero y el aluminio, y de los pools sojeros cuyos ingresos y precios se derrumbaron por el cierre del mercado chino.

Se afirma el nacionalismo imperialista

La Declaración final del G20 −reunido en Buenos Aires el 30 de noviembre y 1º de diciembre pasados− es un híbrido diplomático. Antecedidos de largos días de negociaciones, los firmantes (19 potencias y países más la Unión Europea) fijaron apenas un catálogo de intenciones, fingiendo un “consenso” entre posiciones no sólo distintas sino contrapuestas. Lo que une a las grandes potencias es su coincidencia general en apoderarse de los recursos naturales y “flexibilizar” el trabajo para expoliar a los pueblos de todo el mundo. Pero en lo inmediato lo que más resalta son los desacuerdos, particularmente los párrafos diferenciados impuestos por EEUU y que los demás integrantes del “foro” debieron consentir. De hecho, fue la primera vez en los 10 años transcurridos desde la gran crisis de 2008 que el texto final no incluyó una condena explícita al proteccionismo económico (tendencia que, dicho sea de paso, fue el umbral de las dos guerras mundiales), poniendo al mismo tiempo en cuestión el multilateralismo −principio básico de la economía liberal− e imponiendo un punto que convoca a la reforma de la Organización Mundial del Comercio (OMC), de cuyos principios ultraliberales Estados Unidos fue impulsor durante décadas pero que ahora Trump viene cuestionando debido al retroceso norteamericano frente a China en el terreno del “libre comercio”. Y, dada la dureza yanqui, no está claro si esa reformulación de la OMC operaría dentro del mismo esquema liberal o sería un punto de viraje hacia el proteccionismo= económico, la formación de bloques comerciales, monetarios, etc.

En el mismo G20 parece haber naufragado definitivamente el proyecto de tratado de “libre comercio” entre el Mercosur y la Unión Europea, al que Macri le había puesto tantas fichas a contramano de las crecientes tendencias proteccionistas. Y ya antes Macri –igual que otros presidentes latinoamericanos de la actual hornada conservadora– había restado importancia al Mercosur, la Unasur y la Celac que, más allá de su impotencia para formular un verdadero proyecto de integración regional, al menos cuestionaban las ilusiones oligárquicas de que subordinándose al imperialismo yanqui o europeo se abriría paso a una anhelada “lluvia de inversiones” y al “libre comercio”.

Pero el presidente yanqui busca con prepotencia no perder la hegemonía imperialista de EEUU y se arriesga a quedar aislado. Mientras tanto, China enhebra nuevas “asociaciones estratégicas” (también en América Latina) y enarbola la “diplomacia del yuan” y el faraónico proyecto de “la Franja y la Ruta” para alinear detrás suyo a las burguesías de países dependientes y también tomar acuerdos con las potencias europeas.

Un año atrás, en el G20 de Hamburgo (Alemania), se hizo visible la división “19 a 1” y ya no pudieron llegar a una declaración consensuada. Trump, que abandonó el bloque comercial transpacífico apenas llegado a la presidencia, ahora reafirmó su unilateralismo en cuestiones como el medio ambiente –tomando distancia de quienes respaldan el Acuerdo de París– y las migraciones –donde no admitió cuestionamientos a su política fascista contra los migrantes que pugnan por entrar a EEUU desde América central–. Para más datos, Trump decidió anular la reunión prevista con el líder ruso Putin; públicamente se atribuyó el hecho al nuevo recalentamiento del conflicto ruso con Ucrania, pero probablemente fue también un mensaje en el marco de la “interna” de la burguesía monopolista yanqui, que cada tanto le saca a luz la complicidad de los servicios rusos en el descrédito de Hillary Clinton durante la campaña electoral de 2016 que terminó catapultando a Trump a la presidencia.

Respecto del escenario internacional, el G20 reveló más división y confrontación que unidad y armonía. Y volvió a exponer la dramática posición internacional de la Argentina macrista, cada vez más vulnerable a las exigencias y los vaivenes de su doble dependencia hacia el “occidente” yanqui-europeo y hacia China. Muy parecido a lo que prefigura la asunción de Bolsonaro en Brasil el 1º de enero, lo que, lejos de sentar bases para la integración argentino-brasileña, pone a nuestros países como peones de un tablero más de la disputa entre las grandes potencias y las burguesías regionales asociadas a esos intereses contrapuestos.