El Plan Cóndor y el rol de EEUU en las dictaduras latinoamericanas

Como señalamos en el Vamos! 69, la potencia del norte cumplió un activo rol en la promoción y sostenimiento de los golpes militares y las dictaduras latinoamericanas en los años 60s y 70s. Si bien desde principios del siglo XX, con la “política del garrote” de Theodore Roosevelt, EEUU había apelado a los derrocamientos de gobiernos y las intervenciones militares en Latinoamérica, en este período impulsó una nueva oleada como respuesta al auge revolucionario y antiimperialista que atravesaba nuestra región y el mundo, y en el contexto de su disputa bipolar con el socialimperialismo ruso. A la Doctrina de la Seguridad Nacional con que adoctrinó a miles de militares y represores latinoamericanos, se le sumó a mediados de los ‘70 el Plan Cóndor.

El Plan Cóndor fue un operativo de enlace y coordinación de las acciones represivas entre las dictaduras de Chile (Pinochet), Argentina (Junta Militar), Brasil (Geiser), Paraguay (Stroessner), Uruguay (Bordaberry), Bolivia (Banzer), y en algunos casos también con Perú, Colombia, Venezuela y Ecuador. Este contó con el asesoramiento y el impulso de los Estados Unidos, como quedó probado con la desclasificación de documentos de la CIA.

La reunión fundacional del Plan Cóndor se realizó el 25 de noviembre de 1975 en Santiago de Chile, encabezada por Manuel Contreras de la DINA (Dirección de Inteligencia Nacional de Chile) y con la participación de los servicios de inteligencia de Argentina (ya en la última etapa de la ofensiva golpista), Bolivia, Paraguay y Uruguay. Previamente Manuel Contreras había pasado 15 días en el cuartel general de la CIA norteamericana en Langley. En el acta final de la reunión se consignaban los objetivos de promover “el intercambio de información subversiva” y “proporcionar antecedentes de personas y organizaciones conectadas con la Subversión” y se resolvió la creación de una “oficina coordinadora”. Sobre esta base, comandos represivos integrados por policías, militares o paramilitares realizaron detenciones, extradiciones y asesinatos políticos. Dos de los ejemplos más resonantes fueron el asesinato en Buenos Aires de Carlos Prats, ex Comandante en Jefe del Ejército chileno durante el Gobierno de Salvador Allende, y de su ex ministro de Gobierno Orlando Letelier en Washington.

Los servicios de inteligencia de EEUU proporcionaron sedes para las reuniones de coordinación (en particular en Panamá), comunicaciones, inteligencia, asesoramiento y financiamiento para el Plan Cóndor. Documentos de la CIA señalan que Henry Kissinger, Secretario de estado norteamericano en esos años, estaba perfectamente informado de las operaciones, y la inteligencia norteamericana enviaba a sus principales embajadas en Sudamérica la siguiente definición: “La Operación Cóndor es un esfuerzo cooperativo de inteligencia y seguridad entre muchos países del Cono Sur para combatir el terrorismo y la subversión”. El Plan Cóndor estuvo en funcionamiento durante las presidencias de Lyndon Johnson (1963-1969), Richard Nixon (1969 -1973), Gerald Ford (1974-1977), James Carter (1977-1981), Ronald Reagan (1981-1989) y George Bush padre (1989-1993).

Según los denominados Archivos del Terror, descubiertos en Paraguay en 1992, se calcula que el Plan Cóndor habría estado involucrado en alrededor de 50.000 muertes, 30.000 desapariciones y 400.000 detenciones en toda América Latina.

La CIA y el golpe de 1973 en Chile

En 1970 había llegado al gobierno de Chile la coalición de partidos Unión Popular (UP), encabezada por Salvador Allende. El nuevo gobierno planteó que implementaría una “vía pacífica al socialismo”, que supuestamente no requería la destrucción del Estado de las clases dominantes. Se avanzó en una serie de reformas sociales, la nacionalización del cobre y de otras áreas de la economía, distribuciones de tierras, y en el terreno internacional se produjo una ruptura con EEUU y un acercamiento hacia la URSS. En ese marco, a su vez, se desarrollaron fuertes organizaciones obreras, campesinas y de los sectores populares (conocidas en Chile como el “poder popular”), que impulsaban la radicalización revolucionaria del proceso.
Hacia 1972, las clases dominantes chilenas asociadas con el imperialismo norteamericano decidieron cortar de cuajo el proceso y dieron marcha al golpe de Estado. Comenzaron los boicots y look-outs patronales, operaciones institucionales de las fuerzas políticas opositoras, acciones terroristas de derecha (atentados, sabotajes, asesinatos) y presiones de EEUU. Ya tras el triunfo de la UP, un cable secreto de Thomas Karamessines, el director de las operaciones de la CIA en Chile, afirmaba: “Es una postura firme y continua que Allende sea derrocado por un golpe (…). Debemos continuar generando la presión máxima hacia este fin utilizando todos los recursos apropiados. Es imprescindible que estas acciones sean ejecutadas clandestinamente y bajo seguridad para ocultar bien la mano americana”. Mientras la potencia del norte reducía al mínimo cualquier financiamiento al gobierno chileno, la CIA aportaba millones de dólares al principal diario golpista, El Mercurio, y a los partidos opositores. EEUU liberó sus exportaciones de cobre, haciendo que el precio internacional baje de 66 a 48 dólares, minando la economía chilena.
Finalmente en septiembre de 1973 se concretó el golpe, encabezado por el militar Augusto Pinochet, instaurando una brutal dictadura que duró 16 años. Según cifras oficiales, en Chile fueron asesinados más de 3.000 personas, 1.200 aún están desaparecidas y más de 30.000 fueron torturadas. En junio de 1976, en Santiago, Pinochet mantuvo una conversación con Henry Kissinger en la que este le expresó: “Deseamos que el suyo sea un gobierno próspero. Queremos ayudarle y no obstruir su labor”. Así, EEUU mantuvo una fluida relación con la dictadura chilena, aportándole financiamiento, defendiéndola en los foros internacionales, procurando embellecer su imagen en el mundo y promoviendo su participación protagónica en el Plan Cóndor.