Hacia el final de su discurso, Cristina Kirchner señaló que el capitalismo no es un problema ideológico porque sería “simplemente el modo de producción de bienes y servicios más eficiente”. En cambio, según señaló, la “gran discusión” va a ser “quién conduce los procesos de producción”, si “los mercados o el estado, la política”. Poco después, alrededor del acuerdo entre Irán y Arabia Saudita, volvió a referirse a la importancia creciente de China, sobre la cual en otros momentos había destacado la eficiencia de su sistema productivo al que caracteriza como capitalismo de estado.
La lucha (y la historia) continúa…
Lo concreto es que el capitalismo no da muestras de ser muy “eficiente” a la hora de resolver las necesidades populares. En todo el mundo sigue siendo un problema la pobreza y el hambre. Y la concentración de la riqueza –la contrapartida de la pobreza– ha seguido creciendo a niveles ilimitadamente obscenos. La propia CFK señaló a modo ilustrativo que la persona más rica del mundo es el francés Bernard Arnault, dueño de marcas de lujo. Más característico aún del sistema actual son los datos que brindó sobre el crecimiento de lo que denomina “sectores concentrados”, que bien podríamos llamar simplemente monopolios. Esta concentración es regla del capitalismo, tal como la analizaron Marx primero y más tarde Lenin.
Entonces, así como jamás ha cesado la lucha obrera, porque nadie acepta mansamente su empobrecimiento, sigue latente la necesidad y posibilidad de nuevas revoluciones sociales. En cualquier caso, afirmar sin más que el capitalismo es el punto de llegada de la humanidad es tan errado como cuando Francis Fukuyama lo intentó fundamentar en su libro “El fin de la historia…”, en aquel contexto de euforia neoliberal que seguimos padeciendo.
¿Conducción estatal o liberación?
Hablando de revoluciones sociales, no va a haber solución a los problemas que la misma CFK planteó en la charla mientras no logremos avanzar en la liberación nacional y social. Porque, frente a la concentración cada vez más extrema de la producción en todo el mundo, no alcanza o no es factible que el Estado conduzca la producción sin cambios políticos profundos. Porque ¿quién controla verdaderamente al Estado?
Tenemos el caso de la expropiación de Vicentín. Sin lugar a duda, fue una iniciativa plenamente justa que habría parado la estafa a los productores y hubiera dado al Estado una tremenda herramienta frente a los 20 formadores de precios de alimentos señalados por la vicepresidenta. Pero la oposición vino también desde “la política” que no garantizaba votos en el Congreso y especialmente desde el Poder Judicial de este Estado que anuló el decreto presidencial.
Es decir: los monopolios y terratenientes, que dominan la economía, también operan desde adentro de este Estado. Por lo tanto, el objetivo de la liberación sigue siendo el eje central alrededor del cual se deben enhebrar las propuestas y luchas populares y nacionales.
El peronismo ha tenido desde sus inicios un posicionamiento en este sentido, graficado en la consigna “liberación o dependencia” y la llamada Tercera Vía. Así ha sido hasta el menemismo, cuando el capitalismo mundial se desarrollaba de la mano de la asociacion de EEUU y China en los 90’s. Luego la crisis económica mundial del 2008 fue el momento en que esta asociacion entre estos dos imperialismos se fue bifurcando y llegamos a la confrontación actual. Esto tuvo como consecuencia en nuestro país al conflicto con el juez Griesa por los fondos buitres.
Ahora tampoco la salida es una asociación estratégica con China, ni seguir su ejemplo de capitalismo de estado. La compra de ferrocarriles chinos para renovar la flota local también significó una salida innecesarias de divisas y una oportunidad perdida de desarrollo de nuestra propia industria ferroviaria nacional.
Es cierto que históricamente la Argentina es productivamente competitiva con EEUU. Pero hoy tanto EEUU como China buscan garantizarse la porción más grade posible de nuestras reservas de litio. Podemos –y conviene– aprovechar sus disputas en beneficio de los intereses nacionales y populares. Pero, en cualquier caso, sigue siendo válida la consigna de los revolucionarios de Mayo de 1810: “Ni amo viejo, ni amo nuevo: ningún amo.”