Se extiende el dispositivo de guerra en el Oriente asiático

El gobierno imperialista yanqui de Trump sigue armando su dispositivo de guerra en Oriente. Ahora con el pretexto de las pruebas armamentísticas de Corea del Norte, el magnate republicano –que acaba de ensayar en Afganistán la llamada “madre de todas las bombas”– no vacila en esgrimir su músculo militar y amenazar con un nuevo genocidio nuclear para afianzar su liderazgo interno y la hegemonía yanqui en el mundo. La prensa proimperialista mundial le hace coro pintando al dirigente norcoreano Kim Jong Un como un “delirante”, “mesiánico”, etc. (y “olvidando” gradualmente las bravatas y “delirios” imperialistas del propio Trump).

La flota estadounidense encabezada por el portaaviones Vinson y el submarino Mississippi llegó a Corea del Sur. Washington y Seúl ya dieron los primeros pasos efectivos en la construcción en Corea del Sur del escudo antimisiles THAAD (Área Terminal de Defensa a Gran Altura).

Argumentando una crisis derivada del programa nuclear del gobierno norcoreano de Kim Jong Un, el secretario de Estado yanqui aseguró que las pruebas misilísticas y nucleares de Pyongyang amenazan a Japón y a Corea del Sur, y reclamó al Consejo de Seguridad de la ONU una acción “preventiva” contra Corea del Norte, mientras llevaba a cabo maniobras militares conjuntas con la Armada surcoreana a modo de “advertencia”, con el objetivo adicional de influir en las próximas elecciones surcoreanas anticipadas del 9 de mayo –tras la reciente destitución de la presidenta Park por corrupción– para evitar allí un giro pro-chino como el del presidente Duterte de Filipinas. Por si fuera poca presión, Washington acaba de probar en estos días su supermisil guiado con capacidades nucleares Minuteman III; se calcula que los yanquis tienen 450 de estos misiles. En los hechos estaríamos asistiendo a un retorno al “Giro hacia Asia” de la dupla Obama-Clinton, reforzando las alianzas militares con Japón y Corea del Sur, además de Australia, Taiwán, Vietnam y otros países del Sudeste asiático.

A partir de allí, el Oriente asiático se transformó abruptamente en una de las zonas más calientes de la disputa imperialista por áreas de influencia en el mundo. El régimen de Kim Jong Un respondió celebrando el centenario del nacimiento del fundador de la República Popular, Kim Il Sung, con un imponente desfile militar y una nueva (aunque fallida) prueba misilística.

El gobierno chino presionó reiteradamente a su aliado norcoreano para que suspendiera sus desarrollos militares, pero al mismo tiempo advirtió que el THAAD norteamericano pone en riesgo su soberanía y que “tomará las medidas necesarias para defender su seguridad nacional y sus intereses, así como el equilibrio estratégico en la región”. Hace algún tiempo ya que Pekín viene intensificando su potencial militar en el Pacífico y en el Mar del Sur de China, y acaba de activar su segundo portaaviones.

El gobierno de Duterte en Filipinas, después de su notable giro de acercamiento económico y político a China, autorizó el libre tránsito de buques de guerra chinos y rusos en sus aguas territoriales. Y no se queda atrás la India, que en marzo probó con éxito el misil supersónico ruso-indio BrahMos, apto para la destrucción de buques de superficie y de un alcance superior a los 400 kilómetros (hasta ahora el alcance máximo de este tipo de misiles era de 290 kilómetros).

En los mismos días –y mientras avanza el reforzamiento de la alianza económica y estratégica entre China y Rusia frente a Washington en Asia y el Medio Oriente–, el representante del Estado Mayor ruso en la 6ª Conferencia Internacional de Seguridad en Moscú advirtió que el “Escudo” de defensa antimisiles estadounidense desplegado en países del este de Europa posibilita “un ataque sorpresa con misiles nucleares sobre Rusia”.

La península coreana puede, así, convertirse en el escenario de la chispa capaz de desencadenar un nuevo conflicto mundial, ahora con características nucleares.