Tras hacer público el entendimiento con el FMI el mismo viernes 28 de febrero en que vencía un pago de U$S 700 millones con ese organismo –originados en la deuda fraudulenta firmada por Macri en 2018–, el presidente Alberto Fernández y su comitiva emprendieron su anunciada visita oficial a Rusia y China. Ambas potencias ya habían condicionado los acuerdos que estaba previsto firmar a que la negociación y un principio de acuerdo con el FMI estuvieran ya arreglados.
Reconocer el carácter actual de China y Rusia como potencias en la disputa capitalista imperialista en el mundo, y a sus empresas y bancos como monopolios al servicio de su expansión y la exportación de capital, no exige demasiado análisis. El balance de Putin se basa abiertamente en la reconstrucción de Rusia bajo el capitalismo, tras la disolución de la URSS en 1991. Y la China actual es el resultado de 40 años de marcha por el camino capitalista que combatió Mao Tsetung hasta su muerte y el maoísmo en el poder hasta 1978. A partir de ahí imperó la línea de Deng Xiaoping bajo sus consignas: “da igual que el gato sea blanco o negro, lo importante es que cace ratones” y “hacerse rico es glorioso”. China hoy es una superpotencia imperialista que disputa la hegemonía del capitalismo mundial con EEUU.
El momento de la visita de Alberto Fernández se ubica todavía dentro de la pandemia y el hecho de haber sido esas dos potencias las que aportaran, a principios de 2021, los envíos de millares de vacunas a nuestro país. Y en el final de la negociación con el FMI por el préstamo fraudulento que EEUU acordó con Macri para agregar una cadena de condicionamiento político sobre este y futuros gobiernos, en el marco de la disputa interimperialista en Latinoamérica.
Internacionalmente, las visitas están enmarcadas, por un lado, en el conflicto de Ucrania, estimulado por Biden desde que llegó a la presidencia y dio un giro en el juego de EEUU sobre Europa y la OTAN. Y por otro, en el boicot diplomático también de EEUU a las Olimpíadas de invierno en China, inauguradas precisamente durante la visita oficial argentina. Boicot declarado por Biden en respaldo del separatismo de las autoridades de Taiwán, alentado por EEUU, y en condena a violaciones a los derechos humanos en China.
Tácticamente, la visita oficial argentina podría decirse que aprovecha desde un país dependiente como la Argentina, las contradicciones interimperialistas, hoy cada vez más agudas, en medio de la extorsión que está perpetrando EEUU desde su hegemonía incontestada en el FMI. Pero también es cierto que las palabras de Alberto Fernández en Rusia, invitando al desembarco de la potencia euroasiática, más allá de que ya tenga intereses de larga data en estas tierras, o las del embajador Narvaja –que por momentos hasta idiomáticamente pareciera confundir en representación de que país asiste– podrían ubicarse como parte de una política de diversificación de la dependencia, más que en un nacionalismo de suspicaz accionar. Más allá de las distancias y los tiempos, en última instancia sería la diferencia entre la línea de Frondizi y la de Perón.
En Pekín se firmó la adhesión a la Ruta de la Seda. La línea de “alianza estratégica” con China no viene siendo gratuita para nuestro pueblo y nuestra Nación. China compra porotos de soja y tiene a Cofco, el principal monopolio exportador en el Paraná. Y ahora sumó la carne. Es la asociación que, tras la devaluación del 2001, dio lugar al surgimiento de un nuevo sector hegemónico de las clases dominantes, que desde el 2008 es la base de lo principal de la reacción política antiindustrial. Y que, aunque ese sector se define ideológicamente pro-occidental, está “abiertos a todas las relaciones provechosas” (para ellos). El PCCh mantiene relaciones oficiales con muy pocos partidos de la Argentina: uno es el PJ y el otro es el PRO.
China nos vende infinidad de productos industriales y prácticamente se le ha entregado en la última década la renovación de la estructura ferroviaria en base a material importado desde ese país. También se quedó con las mayores obras públicas de infraestructura, dos represas y ahora una central nuclear, todas apalancadas por créditos de sus bancos. Se podría seguir sobre cuestiones económicas. Pero lo distintivo es que es la única potencia extranjera a la que se le otorgó soberanía territorial sobre una base de observación radioespacial en territorio argentino dependiente de sus FFAA. La otra base extranjera está en Malvinas, pero es impuesta, no otorgada.
Como orientación, recordemos la línea de la revolucionaria anticolonial que permitió la independencia de España y que se iniciara en mayo de 1810, luego de haber rechazado las invasiones inglesas en 1806. O como diría Jauretche un siglo después: “No se trata de cambiar de collar, sino de dejar de ser perro”. Es cuestión de animarse.