Trump y el giro al Pacífico

El imperialismo yanqui se replantea su relación con China, a quien el flamante presidente denomina “enemigo”.

Lo grotesco del flamante presidente Donald Trump no quita lo serio y peligroso de sus políticas. No nos referimos solo a su xenofobia, misogenia o racismo. Ha causado alarma también el hecho de que se haya vuelto a plantear la posibilidad de una “guerra a gran escala” entre potencias nucleares, como ha ocurrido recientemente a partir de los por-ahora-verbales cruces entre EEUU y China. Las amenazas se detonaron a partir del anuncio de Rex Tillerson, nuevo secretario de Estado, sobre que se le debería negar a Pekín el acceso a las islas artificiales que construyó en el Mar de China Meridional (12/1/2017).

Señalamos en nuestro número del Vamos! Nº87 que la elección de Trump tiene base en los problemas económicos y la crisis social de EEUU. Dijimos también que “con el triunfo de Trump se forzó un replanteo de la política de Estado del imperialismo yanqui; no sólo en el plano económico interno sino especialmente en el plano internacional y también militar”. Ahora, ya asumido, vamos viendo sus primeras medidas de gobierno.

“Primero Estados Unidos”

Trump ya dio muestras de querer cumplir sus promesas: firmó un decreto contra el llamado Obamacare, dio apoyo total a la 44º “Marcha por la vida” (contra el derecho al aborto) que contó con un discurso del vicepresidente, resolvió la salida del Acuerdo Transpacífico, aprobó el inicio del muro fronterizo con México, puso trabas para el ingreso de musulmanes y refugiados al país, anunció el replanteo del Tratado Libre Comercio con México y Canadá… Según su discurso chauvinista, se encaminaría ahora a cuidar el trabajo de los estadounidenses. Claro que no hay por qué pensar que efectivamente Trump vaya a resolver de esta forma la desocupación en el mayor mercado de consumo del mundo. Pero mientras tanto no pierde tiempo.

En cuanto al plano internacional, no sólo ha iniciado el camino para desandar los acuerdos de libre comercio y ha recibido a la primera ministra Theresa May para elogiar el Brexit, sino que ha ratificado su intención de replantear la relación con China. Trump ha calificado directamente de “enemigo” al gigante asiático. Lo escribió en 2011 en su twitter, lo reafirmó en 2013 y lo volvió a definir en su libro “Grande otra vez: Cómo arreglar nuestra América lisiada” (2015). “Hay personas que desearían que nunca me hubiera referido a China como nuestro enemigo. Pero eso es exactamente lo que es”, publicó.

China vs EEUU

“Miren lo que China le está haciendo a nuestro país (…) Están usando nuestro país como alcancía para reconstruir China”, disparó el magnate en uno de los debates presidenciales. Evidentemente no se trata de un exabrupto, sino que muestra la preocupación dentro de las clases dominantes yanquis ante el ascenso de la potencia oriental. Durante la campaña ha señalado también el enorme déficit comercial yanqui con China (que superó los 100 mil millones de dólares en 2016), cuestionó los puestos de trabajo que se perdieron en EEUU por la relocalización de empresas, acusó a China de espionaje industrial (con el cual efectivamente China ha dado importantes pasos tecnológicos clonando productos), de manipular las divisas y de “violar” a EEUU con sus exportaciones baratas.

Claro que durante décadas la asociación de EEUU y China les ha permitido a las empresas yanquis fabricar sus productos en el gigante asiático con bajísimo costo laboral y fabulosas ganancias. Por eso se han expresado con tal crudeza las diferencias dentro de los propios sectores monopolistas yanquis alrededor del apoyo a Trump o Clinton. Pero evidentemente este esquema ha entrado en crisis.

El primer cortocircuito de Trump con China fue en diciembre pasado, cuando aceptó el llamado para felicitarlo de la presidenta de Taiwán, Tsai Ing-wen. Esto constituyó el primer contacto de un líder de EEUU con un mandatario taiwanés en casi cuatro décadas, cuyo territorio reclama China como parte propia. Luego Trump dio a entender que Pekín debía hacer concesiones en el ámbito comercial si pretendía que Washington siguiera respetando la política de una “sola China”. Esto tampoco fue un exabrupto sino que la propia plataforma del Partido Republicano de 2016 señala: “Saludamos al pueblo de Taiwán, con quien compartimos los valores de la democracia, los derechos humanos, el libre mercado y el respeto a la ley”. La respuesta no tardó: “Si trata de sabotear la política de una sola China o de atacar los intereses esenciales de China, al final levantará una roca que le aplastará los pies”, dijo entonces el ministro chino de Relaciones Exteriores Wang Yi.

Luego, incluso antes de la asunción del presidente, el 11 de enero el secretario de Estado Tillerson se refirió a las islas que China está construyendo como bases militares. “Vamos a tener que mandar a China una señal clara de que, primero, se ha acabado la construcción de islas y, segundo, tampoco tu acceso a esas islas se va a permitir”, señaló. Se refiere a las llamadas islas Spratly. China se encuentra en una disputa en ese mar con otros cinco países vecinos. Desde la editorial del periódico Global Times (periódico a cargo del P“C” chino), China respondió que EEUU tendrían que “librar una guerra a gran escala” en el mar de China Meridional para evitar el acceso a las islas. Y agregó que “Tillerson debería ilustrarse sobre las estrategias de potencias nucleares si quiere forzar a una gran potencia nuclear para retirarse de sus propios territorios” (13/1/2017). Con esto la disputa económica amenaza con pasar al plano bélico.

Tras la asunción de Trump, el nuevo vocero de la Casa Blanca, Sean Spicer, ratificó: “Estados Unidos se asegurará de que protejamos nuestros intereses allí… Si esas islas están, de hecho, en aguas internacionales y no son parte de China, sí, nos aseguraremos de que defendamos los intereses internacionales de ser tomados por un solo país” (24/1/2017). “La soberanía de China sobre las islas del mar de China del Sur y sus aguas adyacentes es indiscutible”, respondió entonces la vocera del ministerio de Relaciones Exteriores, Hua Chunying.

Ciertamente China puede verse beneficiada con la caída de los acuerdos de libre comercio en América, aumentando su influencia en América latina. Pero un interés primordial chino naturalmente pasa por no perder la entrada de sus productos al mercado yanqui. “Una guerra comercial entre China y Estados Unidos perjudicaría a ambos países”, afirmó la edición internacional del Diario Popular de China con preocupación. Pero tampoco los chinos pierden tiempo y el presidente chino Xi Jinping habló en la cumbre de Davos (en Suiza) para defender el librecambio internacional, mientras Trump hace campaña por el proteccionismo y trata con desdén a la Unión Europea.

¿Llegará la sangre al mar?

No podemos anticipar si los fogonazos diplomáticos se concretarán en conflictos bélicos, o si el gobierno yanqui busca utilizar las cuestiones de Taiwán y de las islas-bases como prenda de negociación en la discusión sobre el replanteo de las relaciones comerciales y económicas entre ambos imperialismos. Lo que va quedando claro es que, así como durante décadas el imperialismo yanqui busco aislar Rusia en su disputa global, ahora EEUU va ajustando su política exterior en torno a su rivalidad con el imperialismo chino. Desde ahí Trump ha buscado acercarse a Rusia con el propósito incierto de distanciarla de Pekín.

Nada de esto tiene que ver con algún renacimiento de políticas nacionales proteccionistas frente al “neoliberalismo” de librecambio de los 90´s (y difícilmente podamos ver algún beneficio, para citar un caso, en la suspensión del acuerdo que iba permitir el ingreso de limones argentinos a EEUU). En verdad, se trata de cambios en las formas e intensidad de cómo se libra la disputa interimperialista. “Primero Estados Unidos”, “Hacer grande a Estados Unidos” y tantos otros eslóganes de campaña significan en realidad “hacer la guerra con quién sea” para sostener la supremacía estadounidense y el “modo de vida americano”. Recientemente EEUU ya reinauguró sus bombardeos en Yemen, con decenas de muertos, entre ellos civiles y niños como “daños colaterales”. En este marco, lo peor que pueden hacer nuestros gobiernos es permitir la instalación de bases militares extranjeras con fachada científica, como la base china en Neuquén o la base yanqui que se pretende instalar ahora en Ushuaia.