Siria vuelve a ser escenario de guerra de la infame disputa mundial entre las grandes potencias imperialistas, en un mundo cuyo clima se caldea día a día. Por orden del presidente norteamericano Donald Trump, y con la complicidad y colaboración de los gobiernos de Inglaterra y Francia, las fuerzas armadas yanquis lanzaron el sábado 14 de abril más de 100 misiles aire-tierra sobre la capital Damasco, y sobre la ciudad de Homs (oeste). Eso significa otra vez infinitos padecimientos para su pueblo y prepotencia imperialista contra su soberanía.
Con el pretexto de un supuesto ataque de las fuerzas del gobierno sirio de Bashar Al Assad con gases químicos en Duma (cerca de la capital), usando el mismo argumento de las “armas químicas” que en 2003 usó su predecesor Bush para atacar y ocupar Irak, el capo del imperialismo norteamericano se arrogó el derecho de meter sus tropas y sus aviones y de sembrar muerte nuevamente en un país del tercer mundo. Ya había ordenado bombardear una base aérea siria en abril del año pasado, a apenas 4 meses de haber asumido la presidencia. Y si hablamos de las terroríficas armas químicas, hay que recordar que integrantes o seguidores de la coalición imperialista anti-siria como Francia y Alemania son sus principales fabricantes y proveedores mundiales. Y que hace dos años, la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPAQ) informó que el arsenal químico de Siria había sido eliminado.
Mensaje a varias bandas
El secretario de Defensa de EEUU James Mattis dijo que el objetivo del bombardeo era enviar un “mensaje fuerte al presidente Al Assad”. Pero el día anterior había reconocido públicamente que no tenían pruebas del supuesto ataque químico sirio, sino que la única “prueba” del Pentágono sobre el incidente provenía de “informes de los medios”.
El “mensaje” yanqui en realidad va más allá. El equipo fascista de Trump le comunica a bombazos a todo el mundo que la superpotencia yanqui no está dispuesta a regalar la hegemonía mundial que mantuvo durante un siglo. Desde ese punto de vista es también un mensaje para los socios regionales de Assad como Irán y la agrupación Hezbolá, enemigos de Israel, aliado yanqui en el Oriente medio. Una región donde ingleses y franceses tienen intereses históricos que tampoco piensan ceder.
Por eso también, y quizá en primer lugar, es un “mensaje” para la Rusia de Putin, con quien los aires de alianza que el propio Trump perfilaba un año atrás parecen haberse diluido. Aunque no hay que descartar la posibilidad de que el yanqui haya reafirmado su “amistad de matones” con Putin avisándole con anticipación sobre los objetivos del ataque, lo que explicaría que una parte de los misiles yanquis haya sido interceptado y el escaso número de bajas sirias.
Rusia es el principal sostén del gobierno sirio, y conserva en la costa mediterránea de ese país la estratégica base naval de Tartus, la única posición militar que Moscú tiene actualmente en el extranjero. Es con el apoyo militar de Rusia que Bashar Al Assad recuperó el control de la mayor parte del territorio del país de manos del Estado Islámico y otras milicias; y que hoy parece estar a punto de derrotar a la coalición opositora. Viene logrando este objetivo llevando adelante una “verdadera campaña de aniquilamiento masivo”, tal como denunciamos en nuestro Vamos! Nº84 alrededor de la sangrienta toma de Alepo por parte del gobierno de Al Assad.
El gobierno de Al Assad y los voceros rusos declararon que el supuesto ataque con gases químicos era “una puesta en escena” y el capo de Moscú, Putin, dijo que Rusia derribaría cualquier misil y atacaría sus plataformas de lanzamiento. El embajador ruso ante las Naciones Unidas advirtió que no se puede descartar la posibilidad de un conflicto armado entre su país y Estados Unidos. Barcos de guerra y aviones yanquis y rusos ocupan posiciones y patrullan las aguas del Mediterráneo oriental. Hasta el momento Putin se limitó a convocar a una reunión de emergencia del Consejo de Seguridad de la ONU, pero su propuesta de resolución condenando el ataque yanqui sólo fue apoyado por China y Bolivia, mientras que la mayoría lo rechazó y algunos se abstuvieron. Ya antes de la reunión, algunos países imperialistas como Alemania y España habían apoyado la agresión contra Siria, mientras que China criticó toda acción unilateral porque viola la carta de la ONU y reclamó una solución política sobre la base –de hecho favorable al gobierno de Assad– de “respetar la independencia e integridad territorial de otros países”.
El interés estratégico de los imperialistas yanquis por el Medio Oriente no se limita a la cuestión obviamente clave del petróleo. La acción bélica norteamericana parece formar parte de preparativos para causas mayores. Apenas llevado a cabo el bombardeo que había ordenado, Trump, haciéndose vocero del sector más belicoso de los monopolios yanquis, twiteó que estaba “muy orgulloso de nuestro estupendo Ejército que pronto será, después de invertir miles de millones de dólares ya aprobados, el mejor que nuestro país haya tenido jamás”.
Trump dijo que Rusia “debe decidir si continúa por un camino oscuro o se une a las naciones civilizadas”. Los bombardeos pretendidamente “civilizatorios” del imperialismo yanqui vuelven a destrozar barrios enteros, hospitales, instalaciones de agua, vidas. Las potencias imperialistas juegan con los destinos del mundo, y juegan pesado como rufianes en una mesa de póker. La agresión a Siria tensa la cuerda en las relaciones entre Washington y Moscú. Hace apenas unos meses Trump amenazó atacar también militarmente a Corea del Norte. Si no se atrevió a hacerlo es porque teme que el programa nuclear norcoreano haya llegado a producir misiles atómicos y porque cuenta además con el apoyo de China, potencia ascendente con la que el gobierno estadounidense sigue recalentando la disputa comercial. Pero a la vez Trump se envalentona porque algunos líderes imperialistas de Europa como la alemana Merkel y el francés Macron optan nuevamente por buscar el paraguas norteamericano, cada vez más lejos del “europeísmo” autonomista que hace 60 años inspiró la Comunidad Europea.
Del tablero de las rivalidades hegemonistas de las grandes potencias no puede salir un mundo de paz sino de guerra. Los relámpagos siniestros de las bombas sobre Siria parecen estar augurando ese desemboque atroz. Y el apoyo del presidente Macri a los bombardeadores en la ONU sólo reafirma su línea de arrodillar al gobierno argentino ante las estrategias mundiales de los poderosos.