El “lunes negro” del 24 de agosto se vivió una nueva y abrupta caída de los valores accionarios en prácticamente todas las Bolsas mundiales: las de Estados Unidos, las europeas y otra vez la de Shangai. De rebote volvió a caer también el precio del petróleo por debajo de los 44 dólares el barril. Volvieron a removerse los fantasmas de crisis mundiales como la de 1929 y 2008.
China –actualmente el principal motor de la economía mundial– experimentó la mayor baja de los valores de Bolsa en ocho años: las medidas de Beijing no lograron calmar las preocupaciones de los inversores por la continua desaceleración de su economía (algunos dicen que las estadísticas chinas están “dibujadas”, y que su tasa anual de crecimiento que hasta 2009 era del 10% no bajó al 7% sino al 4,5%). El “efecto contagio” golpeó a las bolsas de Estados Unidos, Italia, Francia, Inglaterra y Alemania, que perdieron en promedio un 3%. Desde que el Gobierno chino devaluó el yuan, en las bolsas mundiales se “evaporó” valor por más de cinco billones de dólares (millones de millones).
China, “motor” en problemas.
La incertidumbre sobre el crecimiento de China tocó su más reciente campanada de alarma a mediados de año. En junio, las exportaciones habían declinado un 8,3% desde el año anterior debido a la caída de la demanda mundial y al mayor costo laboral chino. El 11 de agosto, el Banco Central inició una serie de devaluaciones hasta bajar en un 3% la cotización del yuan para aumentar la “competitividad” china en los mercados mundiales, generando el temor a una “guerra de monedas” en las que cada país devalúa la suya para ganar ventajas para sus exportadores.
Durante el estallido financiero de 2008 China no necesitó recurrir a la devaluación; dejó que su moneda siguiera apreciándose en más de un 50% en relación al dólar. Por entonces eso le vino bien, porque abarataba sus enormes importaciones de alimentos y materias primas industriales, y favorecía sus inversiones en el exterior. Pero la prolongación de la crisis mundial cambió las cosas. Con la caída de las exportaciones y después la suba de salarios, el frenazo económico y la desocupación creciente inquietan a la burguesía monopolista china. El índice oficial de desempleo sólo registra a los desocupados urbanos, pero oculta la desocupación de los trabajadores del campo y la de millones de inmigrantes internos provenientes de zonas rurales, mientras que otros millones más tienen trabajos temporarios o a tiempo parcial.
Siguiendo las estimaciones de muchos economistas burgueses, algunos dirigentes de países dependientes que, como Cristina y otros de América latina, vienen atando cada vez más sus destinos al de la burguesía y las corporaciones chinas, se consuelan: “China sigue creciendo a un 7% –dice un economista–: tres veces más que Estados Unidos y cuatro veces más que Europa” (bbc.com, 26/8). También dicen que mientras Estados Unidos y Europa ya no pueden bajar más sus tasas de interés para estimular su economía porque ya las tienen planchadas a casi el 0%, China en respuesta a la turbulencia bursátil pudo bajar ahora su tasa un 0,25% y quedar aún con margen para seguir bajándola. Ya en 2009 Cristina pensó que la Argentina estaba “desacoplada” de la crisis mundial porque tenía una “asociación estratégica” con China y creyó que la economía de la potencia asiática era inconmovible.
Pero China evidenció que no está fuera de los cimbronazos económicos que sacuden el mundo desde la crisis de 2008: pasó por dos derrumbes bursátiles, registró una marcada caída de sus exportaciones y la mayor baja de la producción industrial en décadas, y el gobierno practicó una serie de devaluaciones sucesivas de su moneda, el yuan, para favorecer las exportaciones.
Cada una de esas situaciones confirmó la desaceleración del crecimiento chino y generó, a su vez, nuevas conmociones en todos los mercados comerciales y financieros del planeta. China es el principal comprador de materias primas del mundo: si su economía no crece o crece menos, demandará menos metales, petróleo, soja y otras materias primas. Por eso los inversores y especuladores internacionales empezaron a vender inmediatamente parte de sus acciones de empresas para “invertir” en apuestas más seguras (bonos y oro) y aceleraron también sus ventas de contratos de “futuros” sobre materias primas, lo que acentuó la caída de sus precios.
¿China cambia de “modelo”?.
Desde el estallido en 2008 de la mayor crisis del capitalismo desde la década de 1930, la economía mundial atravesó una serie continua de recuperaciones y recaídas. Tomando las cifras (en volumen de producción) de crecimiento de la economía mundial hasta 2014 se ve que, luego de estancarse en 2009, pareció recuperarse en 2010 –el producto bruto creció un 5,4%–, pero en los años siguientes las tasas de crecimiento fueron cayendo a 4,1%, 3,4%, 2,5% y 2,6%.
Los problemas de fondo de la economía capitalista mundial se manifiestan en su principal “motor”. El crecimiento económico chino de los últimos diez años fue impulsado centralmente por las exportaciones y la inversión. Pero eso mismo estimuló el desarrollo de “burbujas” especulativas (especialmente inmobiliarias, con la construcción de edificios, barrios y hasta ciudades enteras como la de Ordos, que quedaron vacías e invendibles), y generó una especulación masiva basada en préstamos de bancos oficiales y truchos (la llamada “banca en las sombras”), y un gigantesco endeudamiento de municipios y provincias que invirtieron esos préstamos en proyectos de infraestructura faraónicos. Así, desde que estalló la crisis de 2009 las inversiones cayeron y dejaron de actuar como impulsoras de la economía.
Conscientes de los límites de este “modelo”, los capos de la burguesía china plantearon en el 18º Congreso del gobernante partido ex comunista (noviembre de 2012) la necesidad de cambiar el rumbo e impulsar una vía basada más en el consumo interno. Pero esa decisión motivó una intensa lucha dentro de la burguesía monopolista china entre los sectores ligados a la exportación y los que producen para el mercado interno. A pesar de la profunda crisis que todavía azota a los países europeos y a Estados Unidos y que hizo caer sus importaciones, hasta ahora en la dirección económica y política china sigue predominando el sector industrial exportador, que tiene en esos países sus principales mercados de venta, y en los países de África y América Latina sus grandes proveedores de alimentos y materias primas.
Por lo tanto el llamado “modelo” chino hoy sigue cargando los lastres de la crisis capitalista: exceso de inversión (esto está en el trasfondo de la caída de los valores accionarios de muchas de sus corporaciones industriales y bancarias), fábricas semi-paradas, baja del consumo y burbujas financieras.
La producción de los monopolios chinos y extranjeros radicados en sus grandes zonas industriales, además, ve sus ganancias afectadas por los aumentos salariales obtenidos por los trabajadores chinos tras la oleada de luchas de 2010 en las electrónicas y automotrices; aumentos estimulados, por otra parte, por el sector de la burguesía china que produce para la demanda interna y necesita ampliarla. La baja relativa de los precios de las materias primas y de los alimentos a escala internacional –producto de la misma caída de la demanda china–, atenúa un poco esos problemas, pero no alcanza para revertirlos.
Luces amarillas.
En realidad, las luces amarillas de alerta en la economía china no son consecuencia de la actual crisis mundial, sino anteriores. Tienen que ver con la naturaleza explotadora del capitalismo restaurado en China hace tres décadas y media. Hace tiempo que la sed sin fondo de ganancias de esa burguesía imperialista viene manifestándose en fenómenos brutales de especulación inmobiliaria, robo de tierras, contaminación ambiental, salarios de hambre, persecución al movimiento sindical, y consiguientemente un hondo descontento social que cada tanto estalla en huelgas y puebladas.
Si la situación mundial e interna empeora y ese descontento vuelve a emerger, lo más probable es que la dirigencia china adopte medidas fiscales financiadas por el gobierno para estimular el consumo (por ejemplo créditos y préstamos a particulares para compra de casas o de autos), o busque volver a estimular la economía con nuevos planes de inversión en infraestructura. Eso aliviaría los efectos de la crisis en lo inmediato, pero agravando sus causas de fondo.