El golpe institucional en Brasil

La Cámara de Diputados de Brasil aprobó el impeachment (juicio político). De ratificarlo el Senado con mayoría simple en los próximos días, la presidenta Dilma Russeff será suspendida de su cargo por 180 días. Asumiría el vicepresidente Michel Temer mientras dure el juicio político. Pasado ese período se necesitan 2/3 del Senado para declararla culpable y destituirla. Esta cifra es posible de ser alcanzada, en el juicio que la acusa de maquillar las cuentas públicas para ocultar déficits y conseguir financiamiento privado para el Estado, en medio de una crisis política desatada por la corrupción en Petrobras y que tiene como trasfondo una brutal recesión y una caída estrepitosa de las exportaciones y un empeoramiento de las condiciones de vida del pueblo.

La lucha interimperialista no es ajena al proceso. Y así como los asensos de popularidad del gobierno de Lula y luego de Dilma estuvieron, al igual que el de los Kirchner en Argentina, atados a los precios ascendentes de las materias primas traccionados en ese momento por el crecimiento de la demanda China, ahora esa ola se retira y contragolpean los yankis en mejor situación económica que hace una década cuando la crisis los golpeó fuerte.

Es evidente que, tras no hegemonizar los gobiernos de Brasil, Argentina, Venezuela, Bolivia, Ecuador y otros de la región durante varios años, los yanquis siguieron participando de la dependencia pero sin llevarse la mejor tajada. Ahora viene por ella. Y para eso un denominador común en varios de estos países consiste en tomar la bandera contra la corrupción, gigantesca por cierto en todos estos procesos en los que así también se capitalizaron viejos y nuevos grupos monopolistas.

Además, cuando llegó el proceso recesivo, estos gobiernos también marcharon al ajuste, maquillado pero ajuste al fin. Esta es la base del descontento popular. A poco más de un año de gobierno tras ser reelecta, Dilma Rousseff hizo todo lo contrario a lo que había prometido. De postularse como defensora de las políticas sociales, pasó a desatar un ajuste antipopular que horadó su propia base de apoyo social.

En la sesión del Congreso de Diputados que inició el proceso para el impeachment se han expresado también posiciones facistas, lo que agrega aun más polarización a la situación.

El vice que asumiría

El vicepresidente Michel Temer preside el PMDB (Partido del Movimiento Democrático Brasileño), integrado también por Eduardo Cunha que preside la Cámara de Diputados. El PMDB reúne una congregación de jefes estaduales ligados a los poderes locales. El PMDB fue aliado de Cardoso y luego acordó con Lula, a tal punto que en 2010 Lula promovió a Temer como vicepresidente de Dilma Rousseff. El PMDB fue parte del gobierno mientras pudo obtener ventajas y se fue cuando afloró la crisis económica, tras dejar que el PT absorba el costo del ajuste. Esa fue la alianza a la que apostaron Lula y Dilma, mientras se fueron distanciando del Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) y otros sectores que en su momento alinearon detrás del PT.

Al igual que en nuestro país con el kirchnerismo, este proceso de agonía del proyecto petista exige un reagrupamiento de las fuerzas obreras y populares para poder salirse de las polaridades que imponen la pugna de sectores en definitiva de las clases dominantes. Romper con el chantaje de los “males menores” parece ser la tarea del momento, para sobre esa base enfrentar con independencia a las clases dominantes, lo que en todo caso exige aprovechar la lucha entre los de arriba ubicando un golpe principal en cada momento. No hay otra manera de avanzar hacia la liberación nacional y social de nuestros pueblos y países.