Guerra comercial EEUU-China: ¿dónde termina lo que ahora empieza?

El presidente yanqui Donald Trump viene cumpliendo todas las promesas por las cuales la burguesía monopolista norteamericana terminó postulándolo como candidato en 2016, y poniéndolo en el sillón presidencial a pesar de muchas resistencias. En nombre de “Estados Unidos primero” retiró a la superpotencia del Acuerdo Transpacífico, desinfló los acuerdos regionales de “libre” comercio de los que EEUU formaba parte, y empezó a tomar medidas proteccionistas en defensa de la economía yanqui y para hacer frente a la competencia china y europea, el debilitamiento exportador e industrial y la pérdida de empleos. El déficit comercial de EEUU con China estaría superando la descomunal cifra de 500.000 millones de dólares; según los estrategas del comercio estadounidense eso se debe a las prácticas “desleales” de los chinos, que entre otras cosas obligan a las corporaciones norteamericanas a asociarse con empresas chinas para obtener transferencia de tecnología (lo que los yanquis consideran “robo de propiedad intelectual”), favoreciendo así a los competidores chinos.

¿De trifulca de aranceles a guerra comercial?

En estos días los temores a que las fricciones comerciales entre Washington y Pekín se desbarranque hacia una guerra económica abierta se acentuaron por la espiral de disposiciones y represalias que marcó el último mes entre las dos principales potencias de la economía mundial. A principios de marzo Trump anunció la imposición de altísimos aranceles sobre las importaciones de acero y de aluminio (25% y 10% respectivamente) para proteger los intereses de la industria estadounidense. Con eso pretende reducir el déficit comercial bilateral en al menos 100.000 millones.

Pese a las advertencias de Pekín de que respondería medida por medida, y a que una parte de los importadores yanquis clamó que las posibles represalias chinas encarecerían el consumo de millones de norteamericanos, apenas tres semanas después Trump firmó un decreto imponiendo a China tasas aduaneras por hasta 60.000 millones de dólares a una larga lista de 1.300 productos, que justificó por “prácticas comerciales injustas” por parte de Pekín (y ya hace tiempo vienen denunciando que los chinos subsidian sus exportaciones para colocarlas más baratas en los mercados mundiales). “La era de la economía que se rendía ante otros países terminó”, tronó Trump. A renglón seguido eximió de esos impuestos –por ahora temporalmente– a la Unión Europea (UE), Australia, Argentina, Brasil, Canadá, México y Corea del Sur, dejando en claro que la medida apuntaba a China.

Y los chinos, que ya habían advertido que “no se quedarían de brazos cruzados”, respondieron en la misma moneda imponiendo aranceles a productos norteamericanos por 3.000 millones de dólares, especialmente uno del 25% a la carne de cerdo y del 15% a los tubos de acero, frutas y vino procedentes de Estados Unidos. El ministerio chino de Comercio declaró que China “no se doblegará fácilmente” y “defenderá sus legítimos intereses”. El hecho de que las contramedidas chinas sean mucho más blandas que las yanquis se puede entender como un gesto de Pekín para no profundizar el conflicto, ya que Estados Unidos es uno de los principales destinos de sus exportaciones tecnológicas e industriales, y las enormes reservas chinas son principalmente en dólares. Pero al mismo tiempo volvieron a proclamarse líderes mundiales del “libre” comercio y la “globalización”, y el oficialista China Daily llamó a constituir un frente conjunto –de hecho antiyanqui– para evitar una guerra comercial. Pekín anunció que podría tomar más represalias que afectarían a productos agrarios estadounidenses como la soja –golpeando con ello a los pools y capitalistas agrarios norteamericanos que fueron parte importante de la base electoral de Trump– y que en sus compras de aviones podrían migrar de la yanqui Boeing a la europea Airbus.

El temor a que se desate una espiral de medidas y contramedidas comerciales proteccionistas hizo temblar la economía mundial. El 22 de marzo casi todas las bolsas del mundo amanecieron en baja y los bancos se apresuraron a subir las tasas encareciendo el crédito. Los líderes de la Unión Europea protestaron contra las disposiciones de Trump y exigieron que la exención de Europa sea permanente. Los alemanes se inquietaron por su industria siderúrgica. El francés Macron declaró que no negociarán con Trump frente a hechos consumados: “no hablaremos de nada mientras nos apunte con un fusil”. El presidente de la Comisión Europea (CE), Jean-Claude Juncker, advirtió que si los estadounidenses ponen barreras comerciales, los europeos “serán tan estúpidos” como ellos…

Pero la supuesta “estupidez” de Trump y la dirigencia imperialista que lo respalda tiene que ver con el sistemático déficit comercial que los EEUU tienen no sólo con China sino también con Europa, y con el debilitamiento general del capitalismo yanqui frente a sus competidores. Los imperialistas chinos también está urgidos por mantener sus colocaciones en el mercado yanqui porque, especialmente en rubros como acero y electrónicos, los acosa la superproducción.

Cuando el río suena…

Los chispazos de la guerra comercial en ciernes entre las dos mayores potencias del siglo 21 empezaron a traducirse en el plano diplomático y estratégico. A invitación de Xi Jinping viajó a Pekín el presidente de Corea del Norte Kim Jong-un. La visita de cuatro días se produjo en medio de una serie de iniciativas distensivas entre las dos Coreas y en los umbrales de la reunión entre sus presidentes y del anunciado encuentro del norcoreano con Trump en mayo, hasta ahora inimaginable. El encuentro Xi-Kim revitalizó la alianza entre China y Norcorea y, en semanas en las que Pekín parecía haber quedado relegada tras el acercamiento entre Seúl y Pyongyang en los Juegos Olímpicos de Invierno en Corea del Sur, sonó claramente a advertencia de Pekín de que ningún acuerdo relativo al programa nuclear y armamentístico norcoreano se podrá alcanzar por fuera o por encima de China.

Trump, que a fines de febrero había puesto en marcha una amplia batería de sanciones económicas contra Corea del Norte, ahora masculló su beneplácito por la visita del norcoreano a China. Pero hace apenas un par de meses el Pentágono dio a conocer su Estrategia de Defensa Nacional 2018, que señala a Rusia y China como rivales y principales hipótesis de confrontación para Washington. Por su parte los chinos hace rato abandonaron el “perfil bajo” que en los ‘80 delineó el restaurador Deng Xiaoping. Ahora Xi Jinping, junto con la reivindicación abierta de la “globalización” y el “libre comercio”, proclama el “sueño chino” de revitalizar el viejo imperio con proyectos faraónicos como el de “la Franja” y “la Ruta”, asociaciones regionales como la Organización de Cooperación de Shanghai y el Foro China-Celac con América Latina, y posiciones “fuertes” en las disputas territoriales del Mar del Sur de China y ahora también en la cuestión coreana. La burguesía yanqui tomó nota del avance chino, y eligió a Trump para restañar la hegemonía norteamericana.

Vuelven a desmentirse las ilusiones y la falacia revisionista de que la tramazón de intereses entre las grandes potencias garantiza que el agua no llegará al mar (es decir a la guerra abierta). Aunque haya intereses conjuntos y acuerdos temporarios, la disputa es consustancial al imperialismo: todos los imperialismos necesitan mercados para proveerse de alimentos y materias primas baratas y áreas donde colocar los excedentes de su producción industrial y las inversiones de sus monopolios. A veces sus rivalidades y fricciones pueden resolverse en la mesa de negociaciones. Otras veces no. Así que está por verse dónde termina lo que ahora empieza…