¿Qué dejó la cumbre del G-20?

El lunes 5/9 concluyó en la ciudad oriental china de Hangzhou la 11º Cumbre del G-20, un foro heterogéneo que reúne anualmente, para discutir temas referentes a la economía mundial, a jefes de gobierno y banqueros de las potencias imperialistas del G-8 y de otros países que esas potencias consideran “emergentes” o “en desarrollo” (entre los que mezclan países muy diversos como Argentina, Brasil, México, India y China). Teniendo en cuenta el creciente papel internacional de China como imperialismo en ascenso especialmente a partir del estallido en 2008 de la crisis económica mundial aún en curso, no sorprende que haya sido la sede de la Cumbre.

Crisis y guerras

Según la “gran prensa”, la reunión de Hangzhou selló “un amplio consenso” en favor de un crecimiento económico mundial “innovador, vigorizado e inclusivo”, que se reflejaría en la adopción de un llamado “Proyecto sobre Crecimiento Innovador” del G-20. Pero, más allá del palabrerío, la Cumbre fue más importante por las reuniones y corrillos colaterales que por los acuerdos alcanzados en el propio foro.

Las dirigencias políticas y financieras reunidas allí intercambiaron opiniones sobre temas que los imperialistas llaman “globales”, como la “gobernanza” económica y financiera (es decir, evitar el desmadre de las crisis capitalistas), la reactivación del comercio y la inversión internacional, el cambio climático, la cuestión de los refugiados y la del “terrorismo”.

Pero en el trasfondo de las preocupaciones “globales” siguen estando los fenómenos más significativos del actual período, en primer lugar la persistencia de la crisis económica mundial iniciada en 2008 y que golpea también a China, que en la última década viene siendo la locomotora del capitalismo. Por eso el presidente chino Xi Jinping reclamó “inyectar un nuevo dinamismo en la economía mundial”. Y por eso también el “Consenso de Hangzhou” propuso “revitalizar el comercio y la inversión internacionales”, y “construir una economía mundial abierta, para facilitar el crecimiento económico a través de medidas a largo plazo, integrales, abiertas, innovadoras e inclusivas”, en palabras de Xi Jinping. La referencia a una “economía abierta” revela la necesidad de Pekín y la exigencia a sus socios y clientes de que renuncien a todo proteccionismo y abran plenamente sus economías al ingreso de los capitales y productos industriales chinos.

En el menú de las grandes potencias también estuvo presente la persistencia de conflictos abiertos o velados pero de consecuencias impredecibles y en los que todos los imperialismos meten mano, como los de Siria y Ucrania.

China en el mundo

A fines de este año la Organización Mundial del Comercio (OMC) debe definir si admite a China como economía “de mercado”. La cuestión es importante porque, acuciada por la crisis y la caída de sus exportaciones, Pekín redobla el embate para acrecentar sus ventas y porque, si esa calificación se aprueba, todos los países integrantes de la OMC deberán permitir el ingreso de los productos chinos sin trabas comerciales.

En la Argentina, la UIA (que nuclea a las grandes empresas, muchas de ellas extranjeras o de burguesía intermediaria) y también las organizaciones que agrupan a las pymes –amenazadas de muerte al liberar el macrismo la importación de manufacturas chinas– reclaman que el gobierno argentino vote por No. Pero Macri y su séquito de ministros además del embajador en China Diego Guelar , aunque al asumir el gobierno hicieron alarde de alguna resistencia ante las exigencias de Pekín, ahora, necesitados de conseguir más inversiones y préstamos chinos (al precio de más dependencia y endeudamiento nacional) no sólo apoyaron la calificación de China como economía “de mercado” sino que aprovecharon la reunión bilateral para reafirmar la alianza estratégica que el kirchnerismo estableció hace más de 10 años con Pekín: Xi Jinping obtuvo seguridades para la participación china en la construcción de dos represas en Santa Cruz y de la central nuclear Atucha IV, y el guiño de Macri para inversiones de la estatal china Sinopec en proyectos petroleros de aguas profundas en el mar argentino, a cambio de vagas promesas de Xi de fomentar el turismo chino en la Argentina y de equilibrar el déficit de nuestra balanza comercial (que a pesar de más de una década de negociaciones crece sin cesar y que el año anterior llegó a 6.000 millones de dólares, sumando más de 20.000 millones desde 2008).

El nuevo gobierno usurpador brasileño de Temer también aprovechó el G-20 para reafirmar la alianza estratégica con China que establecieron Lula y Dilma Rousseff. Apenas al día siguiente de consumado el golpe institucional contra Dilma, el propio presidente Michel Temer se hizo fotografiar en Hangzhou comprándose zapatos chinos, en un gesto provocador que llevó a la Asociación de Industrias de Calzados de Brasil a denunciar que China “amenaza la supervivencia del sector” (igual que en México y Argentina, agregamos nosotros).

Pero lo que conmueve a Temer no son los reclamos de las pymes sino los negocios de los grandes monopolios brasileños. Como subrayó Xi Jinping en el encuentro, China y Brasil están haciendo “avanzar su asociación estratégica integral a un nuevo nivel”. Dejando en claro cuáles son los intereses de China en la relación bilateral, el chino reclamó avances en el gigantesco proyecto ferroviario interoceánico que construirán los chinos para conectar la costa del Atlántico brasileño con la costa del Pacífico peruano.