Apología del genocidio indígena

Haciendo honor a su fundador Bartolomé Mitre, el ejecutor de la guerra fratricida contra el Paraguay, y a su centenaria trayectoria pro-oligárquica y golpista, el diario La Nación se reafirma como el portavoz de las posiciones más reaccionarias y de derecha en nuestro país.

Ya en noviembre del año pasado generó un inmenso repudio un editorial en el que sostuvo que hay que “terminar con las mentiras sobre los años 70” y reclamó la prisión domiciliaria para los genocidas de la dictadura. Ahora, en una editorial del 21 de agosto, este diario se lanza a reivindicar abiertamente el genocidio indígena de la “Conquista del Desierto” y a cantar loas a la figura de Julio Argentino Roca.

“Desplazar a los extranjeros para llevar el progreso y la civilización”

No es la primera vez que en La Nación aparecen notas reivindicando a Roca y el genocidio de indígenas. Para citar solo dos: prácticamente con los mismos argumentos que ahora, el 2/11/2011 Mariano Grondona escribió cuestionando “la demonización de Roca”, y el 17/10/2014 Ceferino Reato planteó explícitamente que Roca fue “el mejor Presidente de la historia nacional”. Pero vamos a los argumentos…

El primer argumento que utiliza el Editorial de La Nación es que de no ser por Roca la Patagonia sería chilena, o quién sabe de qué otro país… Así, ni el Calafate, ni Vaca Muerta, ni Las Malvinas, ni el Perito Moreno, ni “los chocolates de Bariloche, las manzanas de Río Negro, las frambuesas de El Bolsón” (textual), serían argentinas. El planteo no hace más que abrevar en el discurso roquista, tomando al territorio patagónico como un “desierto”. El problema no es ni si en el sur había bellos o valiosos lugares, ni qué hay ahora allí, ni siquiera a qué país le correspondían esos territorios, el problema es que eran territorios habitados, y, por lo tanto, la primera regla para la posibilidad de una integración a la nación argentina en formación debería haber pasado por el respeto a la autodeterminación de esos pueblos.

Con cola de paja por la endeblez del argumento anterior, La Nación ensaya un segundo planteo: en realidad no eran pueblos originarios, porque “ningún pueblo es realmente originario de ningún lugar” y, en concreto, el cacique araucano Calfucurá “llegó de Chile en 1834”. O sea: ¡eran chilenos que invadían la Argentina! La afirmación no resiste el menor análisis: en esa época, el territorio patagónico (a ambos lados de la Cordillera) no pertenecía ni a Argentina ni a Chile, ni en la visión de los pueblos originarios, ni en los hechos. Con la misma lógica, llega al ridículo de plantear que “la irrupción de forasteros en nuestro territorio también ocurrió en el norte de la Argentina” con los Incas… “Nuestro territorio”, “la Argentina”, ¡antes siquiera de la conquista española! Los pueblos que habitaban el sur (así, en plural) eran originarios porque eran los legítimos descendientes de quienes vivían en estas tierras antes de la llegada de los invasores españoles y habían resistido y vivido allí por cientos de años.

El tercer argumento es el más común, y también reproduce el discurso oligárquico de la época: Roca y sus acólitos “representaban en aquel momento la modernidad y el progreso”, la Generación del Ochenta representaba la civilización, etc.

Ahora bien, ¿de qué progreso y civilización estamos hablando? Escuchemos al propio Roca en su mensaje al Congreso el 14 de agosto de 1878: “Hasta nuestro propio decoro como pueblo viril [nos llama] a someter cuanto antes, por la razón o por la fuerza, a un puñado de salvajes que destruyen nuestra principal riqueza y nos impiden ocupar definitivamente, en nombre de la ley del progreso y de nuestra propia seguridad, los territorios más ricos y fértiles de la República”. Ocupar territorios ricos y fértiles: he aquí el “progreso” de Roca y la oligarquía. Y, por si caben dudas, escuchemos al General Villegas tras finalizar la conquista de Neuquén en 1883: “Hoy, recién, puede decirse que la Nación tiene sus territorios despejados de indios, pronto así a recibir en su fértil suelo a millares de seres que sacarán de él sus ricos productos”. Nuevamente la tierra. Lo que falta decir es que esos “millares de seres” que poblarían el sur lo harían a lo sumo en calidad de peones, puesto que las millones de hectáreas de tierras conquistadas se las apropiaría por monedas un puñado de terratenientes: los Pereyra Iraola, los Álzaga Unzué, los Luro, los Anchorena, los Martínez de Hoz, los Menéndez, etc.

La otra parte de la labor “civilizadora” se concretaría con los miles de originarios sometidos. A estos no solo se les quitaron sus tierras, sino que fueron llevados a campos de concentración desde los cuales se los envió como mano de obra esclava para el trabajo doméstico urbano o para los latifundios. Las familias fueron separadas, sufrieron toda clase de humillaciones y torturas y se les prohibió seguir con sus costumbres y creencias.

Pro-colonialista, pro-oligárquico y pro-imperialista

El editorial de La Nación sostiene que quienes atacan a Roca lo hacen para atacar “por elevación, al Occidente contemporáneo y anglohablante, con democracias vibrantes que comparten valores esenciales y que fundan su prosperidad en economía abiertas e integradas al mundo”. Se pisa su propia cola: si atacar a Roca es condenar a yanquis e ingleses, La Nación no hace otra cosa que usar la historia para glorificar “democracias vibrantes y con valores esenciales” como los que expresa el empresario fascista y ultra-reaccionario Donald Trump. No contentos, condena que se reivindique a Juana Azurduy sobre Cristóbal Colón, en una defensa sin sutilezas de la conquista española, que, siguiendo la lógica del texto, también habría traído el progreso y la civilización a América.

O sea: una defensa de la conquista de América por los españoles, una defensa del genocidio indígena por la oligarquía, y una defensa de la opresión nacional por el imperialismo moderno. Si hay algo de lo que no podemos acusar a La Nación es de falta de coherencia…

Terminemos con la frase final de la Editorial: “Quienes expandieron la cultura occidental por el territorio de la patria, aun mediante conflictos, sembraron las semillas de un valor esencial que no existía en América: el respeto por la dignidad individual, heredado de Atenas, consolidado en el Renacimiento y, finalmente, plasmado en la concepción moderna de los derechos humanos”. “El respeto por la dignidad individual”, heredado de una Atenas con cientos de miles de esclavos, consolidado durante el Renacimiento producido bajo un sistema basado en la servidumbre feudal y plasmado en los modernos derechos humanos, que, por lo que se ve, para La Nación significan aniquilar indígenas y reivindicar a los genocidas de 1880 y de 1976.

Conquista, pero no desierto

La mal llamada “Conquista del Desierto” hace referencia a la campaña militar encabezada por Roca entre 1878 y 1885, siendo Ministro de Guerra del Presidente Nicolás Avellaneda. El prestigio que esta le ganó entre la oligarquía argentina fue lo que lo encumbró a la Presidencia en 1880.

El extenso territorio que abarcaba gran parte de la región pampeana y la Patagonia, a ambos lados de la Cordillera de los Andes, jamás había podido ser conquistado: ni por los españoles, ni por la oligarquía que se fue afirmando tras la independencia. Allí vivían aproximadamente unos 30.000 habitantes originarios de distintos pueblos, como los onas, ranqueles, mapuches, tehuelches y araucanos. Estos últimos, con el cacique Calfulcurá habían logrado hacerse dominantes. Había pueblos nómades que vivían esencialmente de la caza y la recolección, así como sedentarios que desarrollaban cultivos agrícolas y criaban animales. Todos con sus propias costumbres y creencias transmitidas por generaciones.

Los que se hallaban más cerca de la línea de frontera habían desarrollado distintas relaciones con la sociedad primero colonial y luego independiente: en muchas ocasiones se habían mantenido transacciones comerciales regulares e incluso hubo alianzas con algunos grupos para la guerra independentista. En otros casos, algunos grupos realizaban incursiones a lo que consideraban su territorio invadido, los “malones”, en los que se apropiaban de ganado, quemaban pueblos, mataban a los pobladores y se llevaban a las mujeres. También, muchas veces, gauchos o habitantes pobres del campo cruzaban hacia las zonas indígenas escapando de la explotación terrateniente o de la condena al Ejército de frontera, como se relata por ejemplo en el “Martín Fierro”.

Tras la independencia, lo principal de las relaciones estuvo marcado por un progresivo desplazamiento de la frontera impulsado por la clase terrateniente para apropiarse de nuevas tierras. Así, por ejemplo, en 1820 encabezó una campaña Martín Rodríguez, en 1826 el General Rauch (luego ajusticiado por el indígena “Arbolito”), en 1833 Juan Manuel de Rosas, y así sucesivamente.

Pero el salto se dio con la estructuración del Estado Nacional bajo dominio de la oligarquía a partir de las presidencias de Mitre, Sarmiento y Avellaneda. La unificación de las provincias y la construcción de un Ejército Nacional, sumado a la ideología positivista dominante que fundamentó el avance de “la civilización” en nombre del “orden y el progreso”, permitieron el pasaje a una “solución final”. Con la asunción de Roca como Ministro de Guerra se resolvió marchar a una guerra de exterminio. El saldo final de la campaña llevada adelante entre 1878 y 1885 fue de varios miles de originarios asesinados, entre ellos la mayoría de los caciques, y entre 15 y 20 mil sometidos, en su mayoría mujeres y niños. A cambio, millones de hectáreas se incorporaron al territorio nacional.

Mercado de indígenas

…lo que hasta hace poco se hacía era inhumano, pues se le quitaba a las madres sus hijos, para en su presencia y sin piedad, regalarlos, a pesar de los gritos, los alaridos y las súplicas que hincadas y con los brazos al cielo dirigían.

Este era el espectáculo: llegaba un carruaje a aquel mercado humano situado generalmente en el Retiro y todos los que lloraban su cruel cautiverio temblaban de espanto […]. Toda la indiada se amontonaba, pretendiendo defenderse los unos a los otros. Unos se tapaban la cara, otros miraban resignadamente al suelo, la madre apretaba contra su seno al hijo de sus entrañas, el padre se cruzaba por delante para defender a su familia de los avances de la civilización, y todos espantados de aquella refinada crueldad, que ellos mismos no concebían en su espíritu salvaje.”

(Diario El Nacional, 1885)