Una campaña prostituyente

La propaganda del “nuevo” tema de Jimena Barón profundizó una fuerte discusión que divide aguas en la sociedad y dentro del movimiento de mujeres y feminismo.

La polémica que disparó la campaña de Jimena Barón para el lanzamiento de su nuevo tema “Puta”, desató fuertes críticas. El debate se encendió luego de que en la vía pública y en su cuenta de Instagram aparecieran carteles de la cantante con medias de red, con un pancho en la mano y un teléfono. En las redes muchas respuestas fueron enardecidas porque utilizó una estética muy típica de la promoción de la prostitución y particularmente de las redes de trata. No es la primera vez que Barón genera una campaña de marketing cosificando a las mujeres y mercantilizándolas. Pero lo que generó tanta indignación es que esta vez su “estética” pasó la barrera de la trata.

La primera “defensa” de Barón fue publicar otra foto, ahora junto a Georgina Orellano: secretaria general de AMMAR, que es la ONG de personas que se autodefinen como “trabajadoras sexuales” y promueven que el Estado reconozca (y regule) el “trabajo sexual”. Por eso este “nuevo” tema con sus cartelitos no es una campaña solitaria. Previamente también la actriz Sofía Gala había afirmado para promocionar su película Alanis (2017): “prefiero ser puta antes que ser moza”. Y, más recientemente, Infobae publicó una extensa entrevista a una integrante de AMMAR titulada: “Así me hice puta” (6/12/19).

Somos abolicionistas

Enfrentada a esta posición de embellecimiento de la prostitución, dentro del movimiento de mujeres y feminista estamos quienes nos reivindicamos abolicionistas porque consideramos a la prostitución como una forma de sometimiento y violencia. (Ver en nuestra página: “¿“Trabajo sexual” o prostitución?”)

Somos abolicionistas porque no negamos el sometimiento inherente que impone la prostitución sobre las mujeres (y demás géneros) que la ejercen, aún fuera de la redes de trata. Sometimiento cualitativamente superior y abierto cuando lo es bajo las redes de trata. Sometimiento inherente, producido al mercantilizarse la sexualidad de una persona, aun cuando fuera por su propia “decisión”. Aunque, en los hechos, siempre esa “decisión” más que propia se verifica en general bajo la imposición social de pobreza, abandono o escapatoria a situaciones de abuso familiar, incluso en sectores medios, y como una forma de “ascenso social” rápido, vinculado al negocio del futbol, de la noche y del poder, etc.

La sexualidad es una parte integral del ser humano, de su identidad. La sexualidad mercantilizada no es fuerza de trabajo, no crea valor en el proceso productivo, ni es parte del proceso de reproducción de la fuerza de trabajo. La diferencia entre el capitalismo y el esclavismo es que no se compra/venden las personas, sino la fuerza de trabajo. El acoso en el trabajo está penado porque excede (no está incluido) la relación laboral de compra/venta de fuerza de trabajo para el proceso productivo o de reproducción de la fuerza de trabajo.

El trabajador y la trabajadora (como parte de su clase) es sometido a la explotación de su fuerza de trabajo por el burgués. Mientras que el trabajo social asalariado mancomuna colectivamente a los trabajadorxs en la producción y por ejemplo en los paros (la no producción), la prostitución somete individualmente ante el “cliente” en primera instancia, al sistema prostituyente. Y si es bajo las redes, explícitamente la prostituta (como un todo) tiene precio de compra/venta. La prostitución deja secuelas físicas, psíquicas y sociales. Basta con escuchar o leer los verdaderos relatos de quienes están o estuvieron encerradas en ese infierno.

Prostitución y trata

La relación entre trata y prostitución, se termina verificando siempre, ya que comparten el mismo sistema prostituyente. El ejemplo está a la vista en Alemania u Holanda con sistemas regulacionistas, donde las propias “trabajadoras sexuales” denuncian el nivel altísimo de violencia de sus “clientes”, la transmisión de enfermedades sexuales, y donde ha aumentado enormemente el secuestro y tráfico de mujeres, niñas y niños de los países del Este, África y América Latina para cubrir la “demanda” en estos países europeos. Porque el sistema es voraz, y cuando se instala el “lado A”, viene de la mano el “lado B” hasta el “Z”: el circuito más marginal y oculto para las peores aberraciones y atrocidades, para las cuales además no hay tanta “oferta” como la “demanda”. Entonces se necesita captar mediante el secuestro o el engaño a más mujeres-mercancías que generan enormes ganancias.

Un prostíbulo promedio en la Argentina genera aproximadamente 400 mil pesos por día. Así se sostuvieron (y sostienen en clandestinidad) durante años prostíbulos vip como “Cocodrilo”, o “Shampoo”, del ex miembro de la SIDE Raúl Martins, quien fue denunciado por su propia hija por trata de personas y hace poco condenado por la Justicia.

Algo llamativo es que AMMAR –que considera la prostitución como una forma de “empoderamiento” y que participa de los encuentros nacionales de Mujeres– disocie tanto esta problemática cuando su bandera en teoría es la autonomía y la independencia en el ejercicio de la prostitución. Aunque tiene sentido, ya que otra de sus banderas es la exigencia de que vuelva el cabaret (como si se hubiese ido alguna vez). Y por eso la palabra prohibida parece ser “trata”.

La Ley de Trata

La Ley de Trata, reformada en 2013, eliminó la figura del “consentimiento” de la mujer considerando que, aunque seas mayor, no se puede avalar la propia explotación sexual. Esta reforma fue aprobada luego del vergonzoso fallo que dejó libres a todos los acusados por el caso Marita Verón. Gracias a esta figura, los que secuestraron a Marita Verón quedaron libres por no poder demostrarse que ella no había consentido esa práctica.

Según AMMAR, eliminar esa figura deja lugar a considerar que cualquier “trabajadora sexual” que establece una “cooperativa” es proxeneta. Así tuvieron lugar varios allanamientos a departamentos privados de integrantes de AMMAR. En el caso de María “Malu” López, fue condenada a prisión domiciliaria por cuatro años por encontrarla culpable de regentear y engaño. Las pruebas y testimonios de varias mujeres de esos privados demostraron que López no ponía su cuerpo y le extraía un porcentaje a esas mujeres. Si la figura de “consentimiento” volviera, seguramente López y Martins seguirían libres viviendo de la explotación sexual ajena, como sucedió con los secuestradores de Marita. Por eso no llama la atención el ensañamiento de AMMAR con la Ley de Trata y el pedido de restituir esa figura. Porque con el “consentimiento” vuelve el cabaret legal, los proxenetas y también las proxenetas.

La Ley de Trata no sólo considera trata al secuestro típico en la trafic blanca, sino también a promover, permitir y facilitar la captación para prostitución, mediante engaños u ofrecimiento directo. Incluso, se podrían inscribir en esta figura las charlas que brinda AMMAR a las estudiantes secundarias quienes, siendo aún menores, ya se van familiarizando con que ejercer el “trabajo sexual” sería “cool”, “empoderante” y la máxima expresión de la “libertad feminista”. Entonces AMMAR reclama que vuelva la figura del “consentimiento” y para eso necesita romantizar la prostitución.

El reglamentarismo termina necesariamente avalando el proxenetismo. ¿Por qué los sectores que hoy manejan la prostitución, con la reglamentación, renunciarían a sus ganancias, cediéndolas al ejercicio individual? Por el contrario, pasarían a tener una máscara legal desde donde manejar todo el negocio. Con la regulación se “empoderan” todos los actores de este entramado  y el Estado se convertiría legalmente y en la práctica como garante de todo el sistema. Hoy lo es, a través de comisarias, jueces y funcionarios de gobierno, pero ilegalmente. No buscamos darles más poder, sino menos.

Regulacionismo y abolicionismo en Argentina

En Argentina, la lógica regulacionista funcionó hasta 1930. Tras las tremendas experiencias de este período, nuestro país pasó a inscribirse dentro de lo que conoce como “sistema abolicionista” (ver en nuestra página: “Regulacionismo, abolicionismo y prohibicionismo en Argentina”). Esto es: un sistema donde la prostitución no es ni legal ni ilegal, se asume que existe como realidad pero el objetivo de fondo en sí es erradicarla en un proceso con políticas públicas en lo laboral, lo educativo y lo social. En nuestro Código Penal no se penaliza a la persona que ejerce prostitución –que puede ejercerla en el marco de ser una práctica de subsistencia–. Sí se penaliza a la persona que explote la prostitución ajena (proxenetas), además de condenar la trata. Sin embargo, aún se mantienen políticas prohibicionistas en los códigos contravencionales de la mayoría de las provincias, que persiguen a las personas en situación de prostitución. Lo que deriva en que la prostitución pasa a estar “escondida” (organizada) en prostíbulos, bajo control de regenteadores, comisarías y personajes del sistema judicial y de gobierno.

A partir de la lucha de muchas mujeres sometidas a la prostitución y el abolicionismo en Argentina, se lograron derogar los códigos contravencionales en algunas provincias, como en CABA y Gran Buenos Aires. Además, algunas organizaciones como AMADH (Asociación de Mujeres Argentinas por los Derechos Humanos) han logrado que el Estado genere políticas públicas para centros educativos y de formación en oficios, para que las personas en situación de prostitución puedan recibir un aporte económico a cambio de formarse (como electricista, computación, peluquería, etc) y el día de mañana poder salir de ese circuito. Pero la realidad sigue siendo muy grave.

El hecho de que Jimena Barón haya “provocado” con este tema evidencia que esto viene siendo masticado en el interior del movimiento de mujeres y el feminismo en la necesidad y el deseo de alcanzar una sociedad libre de toda opresión. Esa lucha es la que nos hace sentir en el cuerpo que la verdadera libertad está cada vez más cerca y puede convertirse en realidad si estamos dispuestas y dispuestxs a luchar incansablemente por ella.